MARCADORES ASTRONÓMICOS DE LAS RACHAS CLIMÁTICAS

         Por José Luis Pascual Blázquez     ã Septiembre 2005

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            Abstract. Introducción. Variablilidad climática y predicción. La crisis climática del siglo XX. Casos introductorios. Buscando "nuevas vías". Principio de unidad y resonancia. Los planetas como osciladores. Correlación entre variabilidad climática y ciclos astronómicos. Configuraciones planetarias inductoras. Significado físico de los "aspectos planetarios". Efecto global y efecto local. Lecturas recomendadas. Notas.  

            Abstract

            In this paper we ask ourselves about the possibility to forecast climatic spells all through astronomical markers. It would seem a revolutionary proposal, maybe an absurd one, but the only way to know it is to go into the matter.

            Indeed, we propose a new way to work and we have got good reasons to do it, the more evident, the failure of numerical models and limitations of global phenomena like El Niño, N.A.O., etc. in long range forecast. We will apply solids principles, like uniqueness in Nature and resonance, against separativity and reductionism, usually employed in scientific research.

            The planetary effect is so weak, but only in quantitative terms; due to this reason, some people thinks is negligible. In fact, planetary factors have been introduced into equations, without any variations in final solutions. But we think this fact maybe is an evidence of limitations in this way to work; an accumulative effect could exist, so hard to enter in equations and numerical models.

            So, we can go into the matter about long range forecast all through different methods than usually, perhaps through a worldwide vision, considering the Solar System like a total and unique entity where all parts -conceptual parts, that only exists in our minds - acts with accurate solidarity and interactivity. Very little parameters could play an important and decisive role: we call them astronomical markers.

            Introducción

            La Meteorología presenta actualmente excelentes propuestas en la predicción del tiempo a corto plazo; pero también es bien sabido que, más allá de los dos días, las soluciones de los modelos numéricos son poco fiables y las esperanzas de mejorar en el medio y largo plazo resultan escasas. Hoy se dan ya predicciones estacionales genéricas (temperaturas y precipitaciones promedio), lo cual supone un salto cualitativo notable; pero aún así, la predicción del tiempo a largo plazo sigue constituyendo un problema sin solución.

            Una de las principales dificultades estriba en que la atmósfera se comporta como un sistema caótico, lo cual limita drásticamente el valor de las ecuaciones que se introducen en las grandes computadoras. Algunos piensan que cuanto más datos y más exactos sean los que se les entregan a las máquinas, más cerca estaremos de la solución final. En Meteorología nos encontramos ante una cuestión de determinismo, como ya les sucedió a los investigadores del mundo atómico a comienzos del siglo XX.

            Frente a este panorama desesperanzador, en lo que se refiere a variabilidad climática, creemos que el problema puede atacarse por otras vías diferentes a las actualmente usadas por los meteorólogos. La evolución de la Física y de la ciencia en general durante las últimas décadas nos permite hacer algunas proposiciones que tiempo atrás hubiesen sido consideradas atrevidas, sino absurdas. En particular nos estamos refiriendo a atacar el problema de la predicción a largo plazo mediante consideraciones globales, digámoslo de salida, astronómicas. Enseguida justificaremos porqué.

             Tenemos un precedente en la Teoría de Milankovitch, que interpreta los grandes cambios climáticos -glaciaciones, deshielos, etc.- a través de las variaciones de la órbita terrestre (inclinación del eje, traslación de la línea de ápsides y precesión de los equinoccios, todos ellos factores de período largo(1) y en apariencia desligados de los causantes del clima). Cabe preguntarse si la variabilidad climática no es interpretable también a través de marcadores astronómicos conectados con ella, como son los ciclos planetarios dentro del Sistema Solar (períodos resonantes correspondientes). La debilidad cuantitativa del influjo planetario sugiere a primera vista que éste es despreciable y podemos pasarlo por alto sin consecuencias para cualquier modelo matemático; de hecho, parámetros astronómicos han sido introducidos en las ecuaciones de los modelos numéricos y entregados a las grandes computadoras; como era de esperar, factores tan débiles no varían en la práctica el valor de las soluciones finales.

Variables astronómicas de los ciclos de Milankovitch. Si, solsticio de invierno, Ep, equinoccio de primavera, Sv solsticio de verano, Eo equinoccio de otoño, posiciones actuales para el hemisferio Norte. Los ejes de la elipse y de las estaciones se cortan en ángulo recto, aunque no lo parezca en la perspectiva. El eje de rotación de la Tierra forma un ángulo de 23º26´con la perpendicular al plano de la eclíptica, aunque tiene su ciclo y la nutación. El cono de precesión gira en sentido contrario a la rotación. La precesión de los equinoccios hace que en la actualidad los solsticios y equinoccios se alejen  del perihelio (P) y del afelio (A), aunque lentamente. De  Historia del clima en España, Inocencio Font Tullot.

            Pero de aquí a concluir que el efecto planetario no existe, o que realmente podemos pasarlo por alto, media un abismo; pensamos que cometeríamos un enorme error en todos los órdenes -filosófico, lógico, científico, etc.-. Vamos a tratar de explicar porqué.

            Variabilidad climática y predicción

            El ciclo climático anual es consecuencia del giro de la Tierra alrededor del Sol, y de ésta sobre sí misma; el efecto combinado del movimiento de ambos, unido al caldeamiento diferencial (distinta inclinación de los rayos del Sol sobre cada latitud terrestre, diferencia de calor específico entre continentes y océanos, etc.) provoca la circulación general de la atmósfera, bien establecida, con sus células ciclónicas y anticiclónicas, Jet Stream, Zona de Convergencia Intertropical, etc., sobre los que también ejercen su influencia las corrientes oceánicas.

            El resultado global es la secuencia de diversos escenarios climáticos característicos en cada latitud y zona del planeta a lo largo del ciclo de 365 días. Para estudiar la variabilidad climática podemos suponer fijos en principio la órbita de la Tierra y el clima solar; en tal caso cabe preguntarse legítimamente: si las causas del ciclo climático anual son iguales todos los años, ¿a qué podemos atribuir que para una zona concreta del planeta unos sean más secos o húmedos que otros, que descienda más o menos la circulación zonal de las perturbaciones en otoño e invierno, que un anticiclón quede anclado durante semanas o meses en una posición fija bloqueando el paso a las borrascas o obligándolas a circular por ciertos "pasillos" poco frecuentes, etc.?

            Una posible respuesta es que la propia causa excitadora, el movimiento orbital de la Tierra, genere una serie de ritmos internos en los océanos y en la atmósfera, provocando así las rachas climáticas. Podríamos quedarnos tranquilos con esta hipótesis, pero no resolveríamos nada y volveríamos a estar como estábamos.

            Pero... ¿tan seguros andamos de que la causa del ciclo climático anual y de su variabilidad reside única y exclusivamente en el movimiento orbital de la Tierra? Sabemos que proponer influjos lunares y planetarios suena a astrología, a creencias populares y a superstición. Queremos recordar aquí que en los años 30 y 40 del siglo XX los meteorólogos pusieron grandes esperanzas en el estudio de este tipo de influjos -actividad solar, gravitación lunar y planetaria- para tratar el problema de las rachas climáticas (Congreso Internacional de Cosmobiología celebrado en Niza en junio de 1938, que reunió a astrónomos, meteorólogos, físicos, ingenieros, etc.)(2). Y, sin embargo... ¿podemos sacar la tijera y cortar a nuestro capricho la Naturaleza por donde queramos como un cirujano negligente? ¿No estaremos desnaturalizando el problema al separar la Tierra y el Sol del resto de elementos del Sistema Solar, que se comporta como un todo único e inseparable? Al reducir el clima a la interacción entre dos únicos cuerpos de esa maquinaria que funciona integrada, solidaria e interactivamente, ¿no estaremos perdiendo por el camino algo que no teníamos previsto, simplificando el problema y dejándolo convertido en una simple caricatura?

            Tenemos un punto de comparación en el papel que juegan los oligoelementos en el suelo (Agronomía), los catalizadores en las reacciones químicas y los enzimas en los seres vivos (Bioquímica). La presencia de oligoelementos en la tierra, aunque en bajísimas cantidades, es fundamental en agricultura, y también en alimentación. La carencia de boro, manganeso, etc. en un suelo puede determinar la ruina de las cosechas; aunque lo fundamental para las plantas sean el nitrógeno, el fósforo y el potasio, en Agronomía existe la llamada ley del mínimo: la producción está limitada por el elemento que se halle en menor cantidad, incluso si éste es un oligoelemento. Y lo mismo pasa en los animales superiores: aunque la alimentación básica esté constituida por proteínas, lípidos y glúcidos, la presencia en bajísimas cantidades de cinc, cobre, vitaminas, etc. es fundamental y su carencia puede causar alteraciones de la salud nada proporcionales a las dosis mínimas diarias necesarias de estas sustancias.

            Algo nos insinúa que similares circunstancias pueden darse también en el desarrollo de las rachas climáticas respecto de algunos ciclos planetarios, por débil que pueda resultar la luminosidad o la gravedad de un planeta respecto de otros parámetros (ciclo solar anual, etc.).

            Para empezar vamos a buscar cuándo se dieron en el siglo XX las rachas climáticas más extremas, a ver si se correspondieron con puntos notables de los ciclos planetarios. Sabemos que ya en este siglo estábamos inmersos en una gran crisis climática, pero ciñámonos exclusivamente a variabilidad. Por supuesto, aunque busquemos correlaciones astronómicas con rachas locales, si nuestra hipótesis resulta viable, los grandes eventos del cielo irán parejos a situaciones climáticas más o menos dramáticas y globales, que se sustanciarán de manera muy diversa de unos lugares de la Tierra a otros (inundaciones en una zonas, sequías simultáneas en otras, etc.).

            La crisis climática del siglo XX

            Caso 1.1. Conjunción climatérica, inicio del C-800

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21 diciembre 1980; 18:09 GMT

            A este respecto hemos de dejar sentado que en Astrometeorología la crisis climática del siglo XX está significada por la conjunción que Júpiter y Saturno realizaron a 9° de Libra a finales de 1980. Aplicamos aquí una doctrina antiquísima que conocemos en Occidente a través de la obra del persa Abumasar (787-886), Sobre las grandes conjunciones(3). Dicha conjunción tuvo características climatéricas, como todas las que se producen cerca de los puntos equinocciales (0° Aries y 0°Libra), inicio de un ciclo de 800 años de duración. Kepler, personaje poco sospechoso para la Física moderna, lo describe al detalle en su obra Mysterium Cosmographicum (El secreto del universo)(4). El punto crítico anterior de similares características lo encontramos en el siglo XII, inicio de un período templado, con la Pequeña Edad Glacial del siglo XVII como centro (punto de oposición) de este C-800.

            La crisis climática del siglo XX ha sido bien estudiada por el meteorólogo canario, que nos dejó en 2003, Inocencio Font Tullot, en su obra Historia del clima en España. Cambios climáticos y sus causas(5). Remitimos a ella al lector interesado, pero, para nosotros, repetimos, hay que asociar los cambios al ciclo de conjunciones de los planetas más importantes en el Sistema Solar, por posición e influjo, Júpiter y Saturno, conocidos en la bibliografía antigua como cronocratores (literalmente, "gobernadores del tiempo").

            Lógicamente, la crisis (transformación de los sistemas implicados) se extiende a los años anteriores y posteriores al punto principal (1980-81) dentro de los propios subciclos de conjunciones simples de 20 años de período, y a las de tercer orden, que se repiten a tan sólo 9° de distancia de dos anteriores (C-60, en realidad 58,2 años).   

            Todos los estudios climáticos que realicemos de los siglos XX y XXI en relación al influjo de elementos del Sistema Solar, habremos de encuadrarlos dentro de estos hechos.

            Casos introductorios

            Caso 1.2. El gran stellium del siglo XX

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5 febrero 1962  00:10 GMT

            Posiblemente esta sea la figura celeste más notable del siglo XX; de hecho, durante los días previos hubo un buen revuelo periodístico en todo el mundo. Corrió como la pólvora la noticia de que unos astrólogos indios habían anunciado el fin del mundo en función de esta excepcional figura. Predicciones similares se propagaron en su día por toda la Europa medieval y renacentista causando considerable revuelo.

            Habitualmente este tipo de pronósticos resultan totalmente errados, y, cuando sucede el hecho excepcional, nadie lo había anunciado. Pero, tal vez, más que erradas, debiéramos decir desproporcionadas o fuera de lugar.

            Veamos la información climática que disponemos para los meses siguientes a este stellium en Acuario. Naturalmente, no tenemos nada extraordinario en los días inmediatamente siguientes, pero sí en meses sucesivos (inercia de los sistemas terrestres resonantes con los ciclos planetarios).

            Fenómenos de acumulación en los meses siguientes debieron tener relación con las trágicas inundaciones del Vallés los días 25 y 26 de septiembre de 1962, que sólo fueron el inicio de un período de lluvias otoñales excepcionales en Cataluña oriental que se prolongó hasta la década de los 70(6). Las lluvias de estos días fueron de carácter torrencial en el Vallés oriental, Baix Llobregat, Barcelonés y Maresme. Los barrancos y rieras se llevaron las barracas de los inmigrantes, causando 296 muertos, 416 desaparecidos y 67 heridos.

            El 25 de diciembre de 1962 Barcelona amaneció con una nevada totalmente insólita para una ciudad bañada por el Mediterráneo, acumulando un espesor de medio metro de nieve en 24 horas. Desde el punto de vista climático es un hecho totalmente excepcional.

            En enero de 1963 la Península Ibérica sufrió una ola de frío que llegó a afectar al cuadrante SO. con un intenso temporal de nieve. El fenómeno alcanzó buena parte de Andalucía, Levante y Baleares.

            El invierno 1962-1963 fue el más frío en el Reino Unido desde 1740, lo que da idea de la escala del fenómeno que estamos tratando(7). En Estados Unidos el período 1962-65 fueron los cuatro años más secos desde que allí se dispone de registros pluviométricos, es decir, desde 1738(8).

            ¿Están ligados estos fenómenos al stellium de Acuario? Para las antiguas doctrinas no hay ninguna duda, puesto que una configuración celeste de este tipo domina el panorama cósmico durante un período largo, hasta que la energía puesta en juego por ella se disipa y una nueva con consecuencias distintas la sustituye.

            Caso 1.3. La sequía de los 80 en la Península Ibérica

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19 diciembre 1979  8:24 GMT

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12 junio 1980  20:39 GMT

            Una de las sequías que azotaron la Península Ibérica durante el siglo XX fue la que comenzó en 1980, conocida precisamente por este guarismo. Noviembre y diciembre de 1979 ya son calificados de secos por los estudiosos del clima, y en marzo de 1980 vinieron los primeros síntomas de sequía grave, las primicias de la "sequía de los 80", que se confirmó como de larga duración con un otoño seco igualmente.

            El invierno 1980-81 fue calificado como "extraordinariamente seco", seguido de un alivio lluvioso en marzo (en el Este peninsular, lluvias localmente intensas). Del 6 al 21 de junio de 1981 hubo una intensa ola de calor, la más fuerte del siglo hasta esa fecha. El otoño de 1981 fue probablemente en su conjunto el más seco de los últimos 200 años, y sólo a finales de diciembre vinieron intensas lluvias.

            En la figura del 19 de diciembre de 1979 los tres planetas superiores, Marte, Júpiter y Saturno, se hallan en el signo de Virgo. Tal configuración es lo que el Libro de las Cruzes llama quemantes, y sobre ello dice lo siguiente:

            Sepas que las sequías y las menguas de las aguas tienen dos significaciones.

            Una de ellas es quemazón de los planetas superiores, que son Saturno, Júpiter, Marte y el Sol. Este quemamiento ya lo describimos al comienzo del libro, según la opinión de los sabios en la que está basado. Se habla de ello cuando los cuatro planetas citados se hallasen en una triplicidad, ya sea los cuatro juntos en un signo o repartidos por los signos de aquella triplicidad. A esto es lo que llaman estos sabios quemazón de los planetas.

            Cuando así aparezcan, significa gran sequedad y mengua de aguas, y si la tal quemazón se produjera en invierno, significa fuerte frío, nieves y muchas heladas en el corazón de la estación, que son 40 días, los 20 últimos de diciembre y los 20 primeros días de enero.

            Si la quemazón de los planetas se produjese en verano, significa grandes calores y gran sequedad en los días caniculares, que son los 20 días últimos de julio y los 20 primeros días de agosto.

            Sepas que la quemazón más fuerte y con los significados más potentes es la que se produce en la triplicidad de Fuego o de Aire, ya que cuando los cuatro planetas superiores se hallen en signos de Aire o de Fuego, significa gran mortandad, muchas enfermedades y epidemias, y mucho mal por todas las tierras y lugares, muchas peleas y conflictos, batallas entre los hombres y entre las gentes, yermamiento de villas y lugares. Mayormente se producirán estas cosas en los lugares donde tienen poder los signos donde estén los planetas.

            Si los cuatro planetas se hallasen juntos en un signo, corresponderán todos estos males a la villa por él significada, y aquella villa será lidiada por cada parte hasta ser destruida y destrozada. Pero cuando esta quemazón de los cuatro planetas se produzca en la triplicidad de Tierra o de Agua, no significa tanto mal ni tantos daños, sino que se relaciona con lluvias y aguas(9).

            En la figura de la sicigia previa a la entrada del verano astronómico prosigue la situación de quemazón con los tres superiores en Virgo; o sea, el stellium fue de larga duración, lo cual ha de resultar importante desde el punto de vista influencial. De hecho, esta sequía fue una de las peores del siglo XX para el territorio ibérico.

            Caso 1.4. Récord español de lluvia recogida en un día y riada de Valencia en octubre de 1957

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23 septiembre 1957  19:19 GMT Valencia

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8 octubre 1957  21:43 GMT Valencia

            Los valencianos suelen decir que, en su tierra, cuando llueve, no sabe llover. En el Mediterráneo español, a meses de sequía pueden seguir desplomes torrenciales y hasta tropicales de agua. Los récords absolutos de intensidad de lluvia no se dan en España, pero a veces se citan cifras de países exóticos que pueden producir risa cuando se los compara con la cifra de Jávea el 2 de octubre de 1957: 871 l/m2 en 24 horas cayeron allí entonces en esa conocida villa turística.

            En el litoral mediterráneo ibérico las únicas lluvias significativas del año se producen con viento de levante. Basta que sople de esta dirección para que la abundante humedad que acumula el aire de este mar cerrado se desplome sobre los contrafuertes de las montañas próximas. El fenómeno se agrava cuando en las capas altas de la atmósfera hay aire frío, sobre todo si viene con surco o alguna burbuja de la Jet Stream se ha desgajado de la corriente general y, errática, deambula por nuestras latitudes. Si alcanza el Oriente ibérico el gradiente térmico es enorme (el Mediterráneo es un mar caliente, sobre todo en otoño), y los ascensos de aire tremendos, generando aguaceros torrenciales y hasta tropicales.

            Si buscamos las figuras celestes correspondientes al récord de Jávea y a la trágica riada del Turia de 1957, nos topamos con otro stellium, la reunión del Sol, Marte y Júpiter en Libra. Durante el creciente se produjo el récord de Jávea. Para la luna llena, fase de la riada sobre la capital valenciana, la Luna pasó frente al stellium de Libra, tal como exige el Libro de las Cruzes. El día 16 se produjo la conjunción exacta Marte-Júpiter. Pero obsérvese que en la figura de la luna llena Mercurio avanza hacia el stellium de Libra, de modo que el mismo día 13 alcanzó la conjunción con Marte a las 18:51 y al día siguiente, el 14, lo hizo con Júpiter a las 12:51. Estas fueron las fechas álgidas de la riada sobre la capital valenciana.

            Que un planeta inferior vaya de un superior a otro lo veremos en múltiples casos de estudio.  

            Buscando "nuevas vías"

            Los ejemplos que acabamos de poner no son más que un anticipo introductorio para sembrar la duda en el lector, al que en principio suponemos escéptico -y tal vez hasta tenga buenos motivos para ello-. En realidad, lo que estamos proponiendo no constituye ninguna novedad, ni posee la menor originalidad. Existe toda una amplia bibliografía sobre el tema, tan bien conocida por los historiadores de la ciencia como ignorada en términos generales por la comunidad científica. En España tenemos el Libro de las Cruzes, ya citado, traducción castellana de una serie de manuscritos que circulaban por Al Andalus, procedentes del Norte de África, el cual dedica buena parte de su contenido a la predicción de sequías, calores, pedriscos, aparición de langostas, inundaciones, épocas de abundancia y carestía, etc., en base a marcadores astronómicos (las "cruces", enseguida hablaremos de ellas).

            En esta obra, los marcadores astronómicos más notables son los planetas superiores, Marte, Júpiter y Saturno, precisamente los que por su lejanía y apartamiento de la Tierra parecen en principio los de influjo más débil e inverosímil (repetimos una vez más, única y exclusivamente desde el punto de vista cuantitativo, o sea, aplicando una lógica más o menos lineal).

            Los trabajos de traducción se llevaron a cabo en Toledo durante la segunda mitad del siglo XIII y en ellos participó personalmente Alfonso X el Sabio, rey de Castilla. De este sistema se guardan manuscritos árabes independientes en la Biblioteca de El Escorial(10).

            Tal sistema de predicción venía siendo utilizado por los nómadas de las estepas norteafricanas, poblaciones muy sensibles a los caprichos del clima en unas regiones tan áridas como aquellas. El historiador Juan Vernet cree que es bastante anterior a la expansión árabe, y retrotrae su origen, por lo menos, al período bajolatino(11).

            Suponemos que los nómadas norteafricanos medievales, como las gentes del campo en general, serían personas prácticas y difícilmente se dejarían llevar por bagatelas o historias sin fundamento.

            En realidad, el sistema de las cruces constituye el desarrollo de las grandes conjunciones, que conocemos a través del persa Abumasar, y fue muy utilizado por los árabes cuando eran la cabeza intelectual del mundo conocido. Los europeos medievales buscaron con avidez este tipo de obras, especialmente en los territorios españoles recién liberados del dominio árabe, pues tales conocimientos constituían lo más avanzado de la ciencia de la época.

            El Libro de las Cruzes fue publicado dos veces durante el siglo XX, y a la hora de redactar este trabajo se halla a punto una edición digital del mismo a cargo del Instituto Cervantes. Desgraciadamente, sólo los lingüistas se hallan interesados por este tipo de obras; sin embargo, contienen un indudable valor científico, que pensamos es aprovechable y debe ponerse al día para que el viejo árbol pueda dar nuevos frutos.

            Este tipo de ciencia vio su fin entre los siglos XVII y XVIII, con el abandono de la física aristotélica y el surgimiento de una nueva de las manos de Newton, Galileo, Kepler y quienes les siguieron después. Kepler, que sigue presente en los textos de nuestros bachilleres y universitarios, fue el último investigador de los influjos planetarios que intentó elaborar una teoría matemática para justificar algunos aspectos particulares de los elementos que conforman el Sistema Solar. En Mysterium Cosmographicum (El secreto del universo) y Harmonices mundi ("La armonía del mundo", o mejor, "Los armónicos en el mundo")(12) abordó el problema de las proporciones armónicas entre distancias, períodos, etc., de los que sólo siguen vigentes sus tres conocidas leyes.

Modelo del Sistema heliocéntrico propuesto por Kepler en Mysterium Cosmographicum (las esferas planetarias y sus radios explicados a través de los sólidos platónicos)

            Podemos leer las citadas obras actualmente en diversas lenguas europeas, pues se reeditan con cierta frecuencia, y constatar a través de ellas que el gran pensador, como cualquier otro científico de su época o de otras anteriores, consideraba el Sistema Solar una maquinaria única en la que todos sus elementos constituyentes funcionan de modo integrado; particularmente, en esta manera de ver el mundo, es el giro de los cielos (esferas planetarias) el responsable de múltiples acontecimientos terrestres (entre ellos el tiempo atmosférico). Es conocido que Kepler publicaba cada año un almanaque astronómico donde proporcionaba pronósticos meteorológicos; se ha dicho que lo hacía por necesidad económica y odiaba la inclusión de tales pronósticos, y, aunque pueda haber alguna razón puntual (tenía un carácter muy agrio), tal afirmación se desmiente a través de la lectura general de sus obras (De fundamentis astrologiae certioribus(13), etc.); en el almanaque de 1602 invitaba a los lectores a contrastar sus pronósticos con la realidad.

            Kepler intentó dar con un modelo matemático del Sistema Solar que explicase la relación existente -bien conocida y constatada a través de la observación- entre el movimiento planetario y ciertos acontecimientos terrestres, entre ellos el desarrollo de secuencias climáticas. Para ello aplicó los conocimientos a su alcance -teoría musical, o sea, Física del Sonido, proporciones armónicas y Geometría de Euclides-; dadas tales limitaciones, bajo el punto de vista actual, sus proposiciones, como la de los cuerpos platónicos regulares encajados entre las esferas planetarias, o la cuantificación de los "aspectos planetarios", resultan insuficientes, y lo son porque, tratando con ondas, Kepler carecía del aparato matemático necesario para hacerlo.

            Hoy no tenemos esa carencia, pero tampoco sabemos aún si un nuevo modelo ondulatorio del Sistema Solar es realizable, en analogía a lo que ya se ha hecho dentro del mundo de los átomos y de las moléculas. Sin embargo, sí que estamos en condiciones para actualizar y comprender desde un nuevo punto de vista algunas de las ideas de los científicos de siglos pretéritos. Algunos se quedaron encallados en el mundo aristotélico, ya obsoleto, o en el simple empirismo; pero nosotros disponemos de capacidad suficiente para dar una nueva vuelta a la manivela del conocimiento.

            Principio de unidad y resonancia

            En ninguna obra antigua se trata del concepto de "órbita planetaria" como hacemos en la actualidad; los textos astronómicos anteriores a la mecánica newtoniana distinguen claramente el "cuerpo" del astro de su "esfera", incluso en el caso de Copérnico y los primeros heliocentristas(14). Dentro del esquema aristotélico del mundo la "esfera" se considera sólida y transparente, y en su giro arrastra consigo el cuerpo material del planeta correspondiente, Sol y Luna incluidos. Aristóteles habla de "inteligencias separadas"(15) para describir su influjo, en el sentido de que hay un "orden" en el giro de los astros y sus cielos, o, como ahora podríamos decir, una "información codificada".

            Tenemos un símil a otra escala en el mundo de los átomos, donde encontramos que cada partícula se comporta también como una onda; cuando éstas se organizan para imbricarse en una estructura atómica, hablamos actualmente de "niveles de energía", bien jerarquizados, y el número de estos y su configuración electrónica nos permiten explicar las propiedades físicas y químicas observadas en cada elemento. Curiosamente, el número de niveles electrónicos en los átomos también es de siete, y por tanto, también siete el número de períodos en la Tabla de los Elementos Químicos.

El universo medieval de las esferas planetarias, con arreglo a las doctrinas de Aristóteles y Ptolomeo. Biblioteca Nacional de París. Ms. Latin 7432, f. 209.

            Después de Einstein, la onda y la partícula son manifestaciones de una realidad única, el "campo"; lo mismo puede suceder en el Sistema Solar: las agrupaciones de la masa en planetas, satélites, anillos, cinturones de asteroides, etc., nos revela los lugares donde se intensifica el campo gravitatorio, es decir, una estructura bien organizada de un conjunto de fuerzas que funcionan como un todo único, conectadas por principios de armonía y resonancia entre ellas.

Modelo atómico actual de niveles electrónicos, similar al de las antiguas esferas planetarias, que nos recuerda la similitud existente entre macro y microcosmos. El gráfico no lo recoge, pero los niveles electrónicos atómicos también son siete, como los períodos de la Tabla de los Elementos.

Esquema del planeta P en vía de formación. De El problema del origen de los mundos, Desiderio Papp.

            Cuando las partículas se organizan en las estrellas para formar los átomos a partir del plasma, aparecen los "niveles de energía", es decir, la estratificación y la cuantificación de la masa y de la energía dirigidas por una cierta "información", presente siempre en todo rincón del Cosmos. Cada átomo (elemento químico) constituye una individualidad, que se repite cíclicamente (Tabla Periódica en la Naturaleza, "familias" de elementos).

            Una organización similar se observa en la formación de los sistemas solares a partir del polvo cósmico y masa en estado informe: ésta se pone a girar en torno a una acumulación (heterogeneidad) puntual, separándose lentamente en anillos a distancias cuantificadas y con períodos igualmente determinados, de los que surgen los planetas, y en ellos la complejidad atómica y molecular, y, finalmente, si se dan las condiciones adecuadas, el fenómeno de la vida. Lo que nos importa aquí es establecer que, tanto en los átomos como en el Sistema Solar, cada partícula sufre el influjo de las demás e influye igualmente sobre el resto, continuada y permanentemente (interacción). De ahí que la parte se parezca al total y viceversa, o podamos generalizar las leyes de una parte del universo al resto, porque la Naturaleza es una y solo una; pero, al extraer o ignorar una o varias de sus partes para estudiar lo que queda (reduccionismo, simplificación, cientifismo actual), en vez de la realidad estamos trabajando con un maniquí, con un símil, pero en absoluto con lo que deseamos, y podemos llegar a confundir el pino con el bosque.

            Dada la unicidad con que trabaja la Naturaleza tenemos buenos motivos para plantear como hipótesis de trabajo la existencia de analogías entre los sistemas atómicos y los planetarios (a la inversa de como se produjo en el desarrollo histórico de las teorías en atomística).

            Lo importante para nosotros es que nada nos impide -al contrario, parece lo más lógico y sensato- tener en mente que los distintos elementos del Sistema Solar funcionan de manera integrada y jerarquizada como un todo único -a semejanza de como lo hace un átomo, salvando las diferencias de escala y naturaleza de las fuerzas intervinientes-; más allá de los secos conceptos de órbita, masa, energía y hamiltonianos con que la Mecánica Celeste describe el movimiento planetario, éste responde también a una variadísima y compleja red de campos, difícilmente modelizable en teorías -no lo olvidemos, una teoría es un esquema de la realidad, pero no la realidad la misma-, con continuos intercambios de información entre todas las partes a las que debe su dinamismo.

            Pensemos, además, que el nacimiento de un Sistema Solar surge a partir de una condensación puntual de materia en estado caótico que se pone a girar con grado creciente de organización, continúa estructurándose en anillos y termina por "cristalizar" en una serie de cuerpos con órbitas, períodos y distancias al centro de masa bien definidos. Desde este punto de vista, podemos considerar el Sistema Solar como un gran oscilador (a semejanza de los átomos) y a los planetas y satélites como osciladores individuales; en otras palabras, resulta plausible su descripción en términos ondulatorios, con todo lo que ello conlleva (intercambio de energía por resonancia entre algunas de sus partes, etc.).

            Pero el Sistema Solar no es una máquina eterna, ni un reloj perfecto, como supusieron los aristotélicos e hicieran después Newton y los grandes matemáticos que le sucedieron; de hecho, el insigne inglés ya se dio cuenta de que podían producirse ciertos "desajustes" en el movimiento planetario (tirones gravitatorios, teoría de las perturbaciones), y no tuvo empaque en afirmar que la estabilidad del Sistema Solar requería a veces la intervención de la providencia divina(16).

            Hoy sabemos que la regularidad asombrosa que observamos en el movimiento planetario no es tan sólida como se creía y nada impide que se den de cuando en cuando fenómenos de tipo caótico que puedan llevar a saltos importantes en el comportamiento del Sistema; lo mismo observamos en los átomos: son estables, pero, en un conjunto de ellos, tenemos distribuciones estadísticas de fenómenos de descomposición radiactiva. Dicho de otro modo, tanto los edificios atómicos como el Sistema Solar pueden llegar a alcanzar estados críticos que los lleven a transformaciones sustanciales de los mismos.

            Lo importante para nosotros aquí y ahora es que nada sucede al margen de nada; ni la partícula se mueve al azar en el átomo ni el planeta en su Sistema, ambos constituyen una parte de un todo único que intercambia energía con su entorno y evoluciona integradamente a la par, sin que ninguno de sus elementos constituyentes quede al margen del comportamiento de los demás. Todo actúa sobre todo y todo se transforma, la parte y la totalidad, ésa es la característica de lo dinámico y de lo vivo, la interacción continuada y la transformación permanente, aparentemente discontinua, con períodos intercríticos de cierta estabilidad relativa y saltos bruscos en la evolución durante los puntos críticos. Los fenómenos de acumulación y la retroalimentación positiva (feed back) son característicos de los sistemas dinámicos complejos, que son con los que estamos tratando (Sistema Solar y acoplamiento atmósfera terrestre-océanos-continentes).

            ¿Hasta qué punto podemos estar seguros de que este acoplamiento, responsable del desarrollo de las secuencias climáticas, nada tiene que ver con la evolución global de ese complejo sistema de masas y campos que constituye el Sistema Solar? ¿Hasta dónde alcanza el argumento de que la debilidad del influjo planetario -desde el punto de vista cuantitativo- lo hace despreciable en los cálculos? Pues, aún en este caso, el hecho de la acumulación haría que, al cabo de cierto tiempo, la suma de débiles pulsos llevase a valores apreciables, y por tanto a la capacidad transformadora sobre el entorno. No olvidemos que estamos hablando de variabilidad climática, con períodos superiores al año, lo cual hace más que viable la intervención de la dinámica planetaria (ciclos de período medio resonantes con ellos).

            En cualquier caso disponemos de dos principios rectores incontrovertibles para encarar nuestra investigación: el de la Unicidad de la Naturaleza -o, si se prefiere, de no independencia y no separatividad entre las partes- y el de resonancia, siempre aplicable cuando tratamos con fenómenos ondulatorios (osciladores, ciclos). Bajo esta perspectiva, que la dinámica planetaria pueda tener efectos constatables en el desarrollo de la variabilidad climática, no sólo no constituye un sueño visionario, sino una realidad esperable.

            Los planetas como osciladores

            Los atomistas modernos cifran en siete el número de niveles electrónicos de los átomos, y con el mismo valor cuantificaron los astrónomos antiguos el número de esferas planetarias para dar cuenta de su sistema del mundo (aunque algunos astrónomos y físicos modernos se haya jactado de la ignorancia de nuestros antepasados por no conocer la existencia de Urano, Neptuno y Plutón). La coincidencia no parece una casualidad, ni tampoco que cifremos en siete el número de colores del espectro visible (aproximadamente una octava), o el de las notas de la escala musical; al contrario, ello insinúa que estamos ante una realidad cosmológica, ante la estructura íntima del universo material.

            Estamos hablando de ondas donde los antiguos dijeron "música de las esferas"; recordemos que la "música" fue entonces el equivalente a nuestra "Acústica" o "Física del Sonido" y poco tenía que ver con la estética, como sucede actualmente. Supusieron que el giro del cielo y de sus esferas emitía una "melodía", inaudible para nosotros, pero real, causante de sintonía, resonancia y efectos físicos constatables sobre la Tierra. Por cierto, veamos la relación existente entre las denominaciones de las notas musicales y la Astronomía:

            Nota               Denominación latina                        Significado

            DO                  Dominus                                 Dios

            RE                  Regina Astri                                       Luna

            MI                   Mistus Orbis                           Tierra

            FA                  Fatum                                     Destino

            SOL                Sol                                          Sol

            LA                  Lactus Orbis                           Vía Láctea

            SI                    Siderus Orbis                         Cielo, esfera

            En el pasado, la mayoría de astrónomos, de Ptolomeo a Kepler, o matemáticos, como Nicomaco de Gerasa, trataron de justificar el efecto planetario sobre la Tierra recurriendo a las teorías musicales; un personaje tan importante en la historia de la ciencia como Ptolomeo nos dejó una obra dedicada exclusivamente a este asunto, Armónicas(17). De Nicómaco tenemos el Manual de los armónicos(18) y de Kepler el ya citado Harmonices mundi.

            Debemos recordar aquí que cosmos es término griego que significa "bello", "ornato", pero, más que en el sentido estético que damos hoy a estos términos, en el mismo que emplea Platón para hablar del "triángulo más bello", en el Timeo y otras de sus obras, es decir, en términos de armonía matemática, de determinadas proporciones o relaciones numéricas.

La doctrina de la música de las esferas en The manual of Harmonics of Nicomachus the pytagorean (traducción al inglés y comentarios de Flora R. Levin)

            Los antiguos trabajaron con estas matemáticas relativamente sencillas, tanto en Teoría Musical, como en Arquitectura y Astronomía (aquí entra el esfuerzo de Kepler por explicar las correlaciones existentes entre las distancias de los planetas al Sol y sus correspondientes períodos); pero, hoy sabemos que, al hablar del influjo planetario, estamos ante ondas, y nuestro actual aparato matemático para tratarlas es mucho más poderoso que en el pasado.

            Muchos fenómenos astronómicos observables a simple vista responden a movimientos que se aproximan al armónico simple: el ascenso y descenso del Sol en el ciclo anual, el de la Luna en el mensual y en el de 18,6 años (revolución draconítica), el batido pendular de Mercurio y Venus sobre el horizonte, etc.

            Visto desde la Tierra (es decir, si fijamos en ella el origen de nuestro sistema de coordenadas), cada planeta se comporta para nosotros como un oscilador, ya consideremos su movimiento diario o el sinódico. Su flujo gravitatorio, luminoso, etc. puede ser descrito como una onda; particularmente notable es su comportamiento en el ciclo sinódico, y fijémonos que los primeros logros importantes de la Astronomía en cualquier cultura ha sido determinar los períodos sinódicos y las relaciones existentes entre ellos (Oriente Medio, Mesoamérica, China, etc.).

            Mercurio y Venus (planetas inferiores) presentan para nosotros la máxima velocidad angular en la conjunción superior con el Sol; a partir de ahí se deceleran lentamente y acaban por pararse respecto a las estrellas fijas (primer estacionamiento, que es aparente, pero real para la Tierra). Mercurio lo hace a 17° de distancia al Sol y Venus a 28°. Entonces invierten su moción respecto al fondo de estrellas fijas, para acelerarse y alcanzar la máxima velocidad angular negativa en la conjunción inferior con el Sol. A partir de ahí se deceleran nuevamente hasta la segunda detención aparente (segundo estacionamiento), para ponerse en marcha y acelerarse hasta alcanzar otra vez el máximo en una nueva conjunción superior con el Sol, etc. A la par van variando también su distancia respecto a la Tierra, por lo que tenemos dos variables cíclicas, la velocidad radial y la angular.

            En el caso de Marte, Júpiter y Saturno (planetas superiores), su máxima distancia a la Tierra y la máxima velocidad angular la presentan en la conjunción con el Sol; a partir de ahí éste los adelanta y van perdiendo moción lentamente hasta pararse respecto a las estrellas fijas (primer estacionamiento); Marte lo hace a 135° de distancia al Sol, Júpiter a 117° y Saturno a 109°. Entonces retrogradan, pasando por un máximo de velocidad angular negativa en la oposición al Sol (180° de distancia angular) y un mínimo de distancia a la Tierra. Superada ésta se deceleran para pararse nuevamente (segundo estacionamiento) y reemprenden la marcha en el sentido de los signos del Zodíaco, acelerándose hasta alcanzar otro máximo en la siguiente conjunción con el Sol.

            Y todo esto, ¿se producirá al margen de lo que sucede en la atmósfera y en la hidrosfera terrestres, tan sensibles y fluidas ambas? ¿No tendrá ninguna repercusión en los sistemas del gran organismo terrestre? ¿Estamos autorizados a imaginar que unos fenómenos puedan suceder por completo independientes de los otros, que no haya entre ellos el menor nexo de unión? El flujo gravitatorio planetario, por ejemplo, es debilísimo en comparación con el lunar y el solar; se calcula que la acción de Venus supone 1/5156 de la lunar y la de Júpiter 1/64.000. A cambio, ha estado ahí siempre. Entonces, ¿podemos estudiar estas interacciones entre planetas aisladamente, como hacemos con un equilibrio químico en su reactor, o el movimiento de un muelle? ¿Son aplicables los mismos criterios de estudio a sistemas físico-químicos sencillos que a los barridos lunares, solares y planetarios sobre una entidad tan compleja y con tantos mecanismos interactivos y autoreguladores del funcionamiento de los conjuntos que la integran como es la Tierra?

            Hay otro modo de contemplar la realidad que la analítica, como es partir del Principio de Unidad, y por tanto de la semejanza entre la parte y el todo, entre el todo y la parte. Dentro del organismo humano, algunos médicos ven en el iris el cuerpo al completo y el estado de cada uno de sus órganos; otros lo hacen en la mano, o establecen relaciones entre lo genético y las líneas de las palmas, las huellas dactilares y los surcos de la piel. Otros más a través de la planta del pie (reflexología), y saben estimular órganos y sistemas manipulando pequeñas zonas de las manos, de los pies, de las orejas, etc.

            ¿Sucede lo mismo a escala planetaria en las relaciones de la Tierra con el resto de componentes del Sistema Solar? ¿Funciona éste como un todo único y entre la totalidad y la parte hay relaciones regidas por los Principios de resonancia y analogía? En tal caso habría que esperar correlaciones y sincronismos entre determinadas configuraciones planetarias y fenómenos como el de la variabilidad climática; del seguimiento de la onda planetaria inductora, fácil de calcular y predecir, podría inferirse el comportamiento de la otra (onda terrestre inducida).            

            Correlación entre variabilidad climática y ciclos astronómicos

            Los antiguos representaron el año (en el sentido de ciclo) mediante una serpiente que se mordía la cola; aún podemos verlo en algunas formas tradicionales del roscón de Reyes. Dentro de un ciclo, como es sabido, no todos los puntos son iguales, ni tienen la misma importancia. Si nos referimos a la secuencia climática anual, ésta vuelve a condiciones parecidas al cabo de 365,25 días, pero nunca un año es igual a otro; ahora sabemos que, en sistemas donde se dan comportamientos de tipo caótico, como es la atmósfera, pequeñas variaciones en las condiciones iniciales pueden llevar a comportamientos posteriores muy divergentes entre sí (variabilidad climática).

            Los astrónomos tienen sus criterios para comenzar el año civil u otros; ahora bien, ¿cuándo comienza realmente el año climático? Este es un problema más arduo de resolver; el agrícola, por ejemplo, que incluye las cantidades de precipitación anual, se inicia convencionalmente con el mes de septiembre, una vez finalizado el período seco del verano.

            Los refraneros europeos guardan una riquísima tradición sobre los condicionamientos que para el clima tiene el tiempo que haga en determinados momentos del año; con esta tradición oral se encontraron también los gramáticos árabes medievales(19) y la conocemos más atrás a través de los parapegmata griegos(20). Plinio, en su Historia Natural nos refiere que

            Demócrito piensa que el invierno será como haya sido el solsticio de invierno y los tres días próximos, y que el verano será lo mismo que el solsticio de junio(21).

            Predecir el tiempo a largo plazo mediante la observación de una o varias fechas del año es una práctica universal, ya se fije mediante calendarios convencionales (en nuestro caso del santoral cristiano, cabañuelas, témporas, etc.) o de los ortos y ocasos de las estrellas (culturas antiguas y las actuales no occidentalizadas como las amazónicas, polinesias, etc.). Lo cual nos lleva a pensar que los antiguos distinguían la importancia que para el desarrollo de las secuencias climáticas supone el estado de la atmósfera en determinados momentos del ciclo.

            Más allá de las creencias y de las apariencias, el hecho importante que reside detrás y sobre el que hemos de reflexionar es que, desde el punto de vista físico-influencial, los momentos del año no son todos iguales; en los sistemas complejos, el tiempo no es una variable abstracta que podamos fijar a nuestro capricho, como hacemos con los ejes de coordenadas cartesianos para describir el movimiento de un proyectil, por ejemplo.

            Hay unos momentos críticos en el ciclo climático anual de mucha mayor relevancia que el resto, pues el comportamiento de la atmósfera en ellos condiciona el desarrollo de la secuencia posterior, debido a sus propios ritmos internos (como en general sucede con los relojes biológicos en los organismo complejos). Ahora bien, estos ritmos internos de la secuencia climática dependen directamente de la onda solar anual (inductora), que se repite semejante a sí misma cada año. Sin embargo, como acabamos de decir, no hay dos años climáticos iguales, lo que nos lleva a sospechar directamente del resto de componentes de la onda astronómica, es decir, de las configuraciones planetarias, siempre distintas de un año a otro. Por débiles que puedan aparentar estos influjos, si todo se refleja en la parte y ésta en la totalidad debido a los Principios de Unidad y Resonancia, estamos autorizados a investigar por esta vía y tratar de esclarecer la correlación existente entre la onda astronómica inductora y la climática terrestre inducida.  

            El hecho de que podamos encontrar paralelismos significativos entre la compleja onda planetaria inductora y la climática inducida abre las puertas a un enorme campo de investigación, con unas perspectivas que nuestros antepasados no tuvieron (herramientas matemáticas mucho más desarrolladas y uso de computadoras).

            Configuraciones planetarias inductoras. Significado físico de los "aspectos planetarios"

            Los antiguos nos dejaron unas obras y un pensamiento que, como hemos dicho, interesan más en la actualidad a los lingüistas que a los investigadores científicos. Creemos que en ellas hay un tesoro escondido que espera sus desenterradores, o sea, quienes sepan actualizar el mensaje que contienen mediante los logros de la ciencia moderna, o sea, de la Física y de las Matemáticas. Sólo así se superaría definitivamente la gran crisis que el conocimiento occidental experimentó entre los siglos XVII y XVIII, inicio de la ciencia moderna con todos sus logros, pero también de desvaríos de la mente como el positivismo, el racionalismo y la Ilustración.

            Hemos hablado de diversas obras y autores, y de otros lo haremos también a lo largo del presente trabajo. Pero todos ellos coinciden en una cosa: la singularidad de las conjunciones planetarias como acontecimientos celestes significadores de cambios importantes en los sistemas terrestres:

            La Conjunción de los planetas indica la transformación del mundo y sus cosas, que así se toman en el momento de la Conjunción de los planetas más elevados y de los inferiores(22)...

            Has de saber que las cosas grandes y admirables ocurren por la Conjunción de los planetas superiores, ello es debido a lo lento de su movimiento(23)...

            No es nuestro objetivo exponer y justificar aquí toda la doctrina astrológica, sino mostrar el camino al lector para que pueda comprender la realidad y vigencia que hay detrás de ella. Las citas anteriores distinguen claramente entre planetas superiores al Sol (Marte, Júpiter y Venus) e inferiores (Mercurio y Júpiter); Abraham Ben Ezra, el primer judío que introdujo en Europa durante el siglo XII el sistema de numeración posicional que utilizamos actualmente en todo el mundo, llamaba a los planetas superiores "soberanos". Otros autores afirman que los inferiores "obedecen" a los superiores, lo que al juicio apresurado puede parecerle un doble disparate (uno, que los planetas, por su insignificancia para nosotros, puedan representar algún tipo de influjo, y dos, que los más lejanos puedan resultar los de efectos más notables).

            Pero el planeta lento, aunque aparentemente insignificante, con su barrido, supone cada día un pequeñísimo pulso sobre la Tierra, que se repite al día siguiente desde prácticamente el mismo lugar de la esfera celeste, y al otro, y a la semana siguiente, al mes siguiente, etc. Insignificante, como la gota de agua que cae sobre la dura roca y acaba socavándola con el paso de los años; acumulando un paso sobre otro, un ciclo sobre el siguiente...

            El planeta lento es como un gran resorte que se carga muy poco cada día, pero paso a paso supone una ligerísima compresión; equivale a la lenta acumulación de energía potencial en otros sistemas mecánicos, de modo que, al cabo del tiempo, puede ser liberada con efectos aparentemente desproporcionados.

            El planeta inferior, mucho más rápido, presupone más bien un pulso de energía cinética; de un día a otro ha cambiado la posición y su acción ya no recae sobre el mismo punto. Combinado con el efecto del superior es el agente desencadenante ("efecto gatillo", la ficha de dominó que arrastra a todas las demás). El planeta lento es el que las ha alineado previamente y puesto en condiciones de ser barridas por una sola de ellas. Ben Ezra hablaba de "dar la fuerza", el planeta inferior al superior(24).

            Algunos podrán preguntarnos por otros planetas como Urano, Neptuno y Plutón, incluso por ciertos asteroides que otros toman en consideración. Nosotros hemos trabajado con los siete planetas visibles a ojo desnudo, y no por simple purismo o tradicionalismo; los antiguos representaron el mundo por siete esferas planetarias, y los modernos hemos encontrado siete niveles electrónicos en los átomos, lo cual, aplicando el Principio de Analogía, nos anima a no complicar las cosas más de lo que ya lo son en sí mismas.

            La reunión de dos o más planetas en una pequeña zona del cielo (conjunción o stellium) supone una singularidad de los ciclos astronómicos correspondientes (y sus influjos asociados): es el tiempo del reordenamiento de todos los armónicos, que parten desde allí (coinciden) abarcando toda la esfera celeste.

            Pero los viejos tratados nos hablan también de "aspectos planetarios", es decir, de determinados valores de distancia angular entre planetas, tomados habitualmente a lo largo de la eclíptica (45°, 60°, 72°, 90°, 120°, 180° y aún otros) que suponen composiciones o interferencias de influjos de los planetas implicados. Ya hemos dicho que muchos autores trataron de dar cuenta de este hecho, observado de muy antiguo, aplicando la matemática de su tiempo, o sea, la Geometría de Euclides y las teorías musicales (proporciones armónicas, Física del Sonido).

            Dos autores españoles han realizado su aportación en el siglo XX y a ellos remitimos al lector: la Teoría de las Ecuaciones Fundamentales(25) de Demetrio Santos y la Función de Onda Planetaria de Miguel García(26). Para el primero los aspectos planetarios suponen un máximo en la divergencia de la velocidad de vibración de las parejas de armónicos, y por tanto momentos en los que los sistemas acoplados pueden entrar en crisis y transformarse (en un sistema mecánico se superaría el valor de la constante elástica del medio), con la siguiente disipación de energía (transferencia al medio) y pérdida de amplitud y frecuencia en la propagación de la onda.

            El segundo autor ha trabajado los paralelismos matemáticos existentes entre las funciones de la Mecánica Cuántica y las ondas asociadas a las posiciones de los astros: el aspecto entre planetas equivale al producto de la función de onda por su conjugada, es decir, a la probabilidad de encontrar el electrón en un punto del espacio, o sea, a que se produzca determinado hecho relacionado con el espectro de regencia de dichos planetas.        

Si verdaderamente nuestra hipótesis inicial es correcta (utilidad de los marcadores astronómicos en la predicción de rachas climáticas), serán estos ritmos (conjunciones y aspectos planetarios) los que las marquen, apuntando sus inicios, puntos álgidos y finales.

            Y no hay otro camino que recorrer para verificar nuestro aserto que comprobarlo mediante la observación.  

            Efecto global y efecto local

            La pregunta surge de inmediato nada más plantear la hipótesis inicial: si el marcador astronómico (conjunción o aspecto de planetas) es el mismo para cualquier parte del globo, parece desvanecerse la menor posibilidad de éxito cuando caemos en el hecho de que las sequías en unas zonas van parejas a las inundaciones en otras, etc.

            Por ejemplo, en los fríos históricos de febrero de 1956, la isoterma de Laponia era más alta que la que pasaba por el Norte de África; las raras sequías de la cornisa cantábrica suelen ir aparejadas a períodos lluviosos en el Este ibérico (1956, 1989, etc.). Suele ocurrir también que el buen tiempo en las Islas Británicas viene asociado a lluvias en la Península Ibérica, etc.

            Alteraciones climáticas globales como El Niño, la N.A.O. y similares presuponen, parejo al trastocamiento de las áreas habituales de altas y bajas presiones, el de los ciclos de lluvia y de sequía según las zonas.

            Así pues, resulta legítimo tratar de ubicarse en medio de esta aparente contradicción.

            Sabido es que la Tierra tiene una especie de respiración planetaria, con sus fases de llenado y de vaciado; si nos fijamos en el sistema atmosférico completo que constituye el Hemisferio Norte, se corresponde con el intercambio de las grandes zonas de altas y bajas presiones que supone el tránsito de la fase ascendente del Sol (enero a junio) a la descendente (julio a diciembre).

            Durante el invierno boreal el Sol se estaciona sobre el Hemisferio Sur (Trópico de Capricornio) y las altas presiones recaen entonces en las grandes áreas continentales del Hemisferio Norte, muy enfriadas por la falta de insolación (Rusia, Siberia, etc.); simultáneamente, las borrascas se estabilizan sobre las extensas aguas oceánicas, muy cálidas en comparación. Estas posiciones se invierten cuando el Sol sube y se estabiliza sobre el Trópico de Cáncer a la llegada de nuestro verano astronómico (bajas presiones en los continentes, muy recalentados, y anticiclones en los océanos, más fríos comparativamente).

            Otro pulso "respiratorio" de la atmósfera es el descenso de la circulación zonal de las perturbaciones que se produce durante el invierno climático (época de fríos, lluvias y nieves), y el ascenso que suele darse a finales de la primavera astronómica (para nosotros la llegada de la estabilidad estival).

            La combinación de estos dos ritmos proporciona la secuencia climática anual para cada zona del Hemisferio Norte (parecido sucede en el Sur pero en épocas opuestas del año); a lo largo de latitudes medias como las de la Península Ibérica tales movimientos presuponen que la máxima variabilidad meteorológica se produzca en las épocas de transición (primavera y otoño climáticos), precisamente las más ricas en lluvias y otros fenómenos.   

            Esto sucede todos los años, pero nunca del mismo modo; mejor o peor empleado el término, en Meteorología se habla de "inercias" que cuestan vencer, de anticiclones de bloqueo, de inversiones isobáricas, de momentos en que los frentes se muestran improductivos y las predicciones fallan, y en otros llueve fácilmente sin especiales condiciones para ello.

            ¿Qué se oculta detrás de todo este caos aparente? ¿Ritmos internos del propio acoplamiento atmósfera-océanos-continentes? ¿El simple azar, el caos físico? O, tal vez, ¿puede vislumbrarse alguna ordenación en medio del desbarajuste?

            Nosotros creemos que hay ordenamiento inductor en el acoplamiento de estos ritmos a los planetarios; a causas globales deben responder también efectos globales, muy diversos de un punto a otro del planeta como resulta fácil inferir. La clave está en los grandes rasgos de la circulación atmosférica (posición de la Jet Stream, velocidad de los vientos en altura, circulación zonal, puntos de anclaje de las grandes áreas de altas y bajas presiones, etc.). Variaciones muy pequeñas en los valores de la velocidad del viento implican que se desgajen D.A.N.A.s de la Corriente en Chorro, o que este fenómeno no se produzca; hay años en los que apenas se desprenden algunas y en otros el goteo resulta continuo durante el otoño.

            El problema es complejo, muy complejo, pero pensamos que poco a poco se pueden ir esclareciendo algunas asociaciones de hechos e ir mejorando progresivamente los conocimientos y las predicciones. Nosotros vamos a hacer algunas proposiciones a lo largo de este trabajo, aplicadas siempre al entorno geográfico de la Península Ibérica; otros podrán utilizar los mismos marcadores para ver las correlaciones con el suyo, sin caer por eso en contradicciones ni absurdos.

            Los antiguos trabajaron con el concepto de regencia (de los signos del Zodíaco sobre determinadas regiones, de los planetas sobre los vientos, etc.), pero hoy podemos extender la idea mucho más allá (valores de las velocidades angulares planetarias, gradientes, composición de ondas y armónicos, etc.); también aplicaron la doctrina de los Partes (el Parte de la lluvia, de Ben Ezra), que hoy sabemos son sumas de vectores indicativos de las posiciones de los planetas en tiempos en que los números complejos eran desconocidos, dificultosos de calcular manualmente, y que ya tenemos incluidos en los programas de nuestras computadoras.

            Debemos huir de pensar en correlaciones simplistas como asociar tal conjunción o tales aspectos planetarios a tales hechos sobre un área concreta de la Tierra, de modo que con la próxima configuración similar sea esperable una repetición de la historia climática anterior. El número de variables implicadas en la onda planetaria que recibe la Tierra hace que su composición no se repita jamás, y, si aún así fuese, difícilmente hallaría a los conjuntos terrestres en el mismo estado de la ocasión anterior. Es bien conocido por los estudiosos de los influjos cósmicos que los ciclos planetarios no se cierran jamás sobre sí mismos, de ahí la dificultad de realizar predicciones sistemáticas impecables mediante el uso de marcadores astronómicos; aún así, tenemos abierta ante nosotros una amplia línea de trabajo e investigación.

            Terminaremos este artículo con las palabras de un meteorólogo español que trabajó el asunto de los ritmos atmosféricos:

            La atmósfera puede imaginarse como un gigantesco "tubo sonoro" en el que se suceden contracciones y dilataciones. Las primeras son las formaciones de alta presión o anticiclones y las segundas las formaciones de baja presión o borrascas. Ambos sistemas como es sabido están relacionados íntimamente con la evolución de los estados atmosféricos locales.

            Si de hecho se cumplen las leyes hidrodinámicas, la "flauta" atmosférica debe estar interpretando algo así como una misteriosa melodía, excesivamente complicada pero, desde luego, no caótica(27)...

            En todo caso, trabajar con influjos planetarios, aunque extremadamente débiles, nos parece más juicioso y útil que recurrir a simples estadísticas o al tratamiento a ciegas de las cifras de los registros de los observatorios meteorológicos.

            El camino está listo. Sólo hay que andarlo, como dejó escrito Antonio Machado.

            Lecturas recomendadas

            Además de las obras proporcionadas en las notas pueden resultar esclarecedoras para el lector interesado las siguientes:

            La atmósfera. Investigación y Ciencia. Tema 12. Prensa Científica, S.A. Barcelona, 1998.

            Orden y caos. Selección e introducción de Antonio Fernández-Rañada. Libros de Investigación y Ciencia. Prensa Científica, S.A. Barcelona, 1983-1990.

            Etnoclimatología de los Andes. Benjamin S. Orlove, John C.H. Chiang y Mark A. Cane. En Investigación y Ciencia nº 330. Prensa Científica, S.A. Barcelona, marzo 2004.

            El reloj de Newton. Caos en el Sistema Solar. Ivars Petersen. Alianza Editorial. Madrid, 1993.  

            ¿Qué es la Física Cósmica? Ignacio Puig, S.J. Diversas ediciones a partir de 1944. Espasa Calpe, S.A. Madrid.

            Influencias lunares. Ignacio Puig, S.J. Editorial Sopena Argentina, S.R.L. Buenos Aires, 1942.

            Notas

            1.- Los cálculos actuales indican una variación en la inclinación del eje terrestre entre 21°39´ y 24°27´con período de unos 40.000 años; la excentricidad de la órbita 92.000 y la precesión unos 26.000 años.

            2.- De este congreso da noticia el Padre Ignacio Puig, S.J. en su obra Influencias lunares, editada en Buenos Aires en 1942. Este personaje no debiera presentar ninguna duda para nadie, pues fue subdirector del Observatorio del Ebro (Tortosa), institución pionera en el mundo dentro de su campo, y director del Observatorio de Física Cósmica de San Miguel en Argentina.         

            3.- Existe edición inglesa actual en la colección Islamic Philosophy, Theology and Science. Text and Studies. Edited by H. Daiber and D. Pingree, Volume XXXIII. Brill. Leiden. Boston. Köln, 2000.

            4.- Existe edición castellana del mismo. Johannes Kepler. El secreto del universo. Alianza Editorial. Madrid, 1992.

            5.- Editada por el Instituto Nacional de Meteorología. Madrid, 1988.

            6.- Inocencio Font Tullot. Historia del clima en España. Cambios climáticos y sus causas. Instituto Nacional de Meteorología. Madrid, 1988. Pág. 175.

            7.- Ídem, pág. 142.

            8.- Ídem nota anterior.

            9.- Libro de las Cruzes. Edición de Lloyd A. Kasten y Lawrence B. Kiddle. Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Instituto "Miguel de Cervantes". Madrid-Madison, 1961. Cap. 65. Fol 199 r., 199 v. Pág. 165.

            10.- Además del citado en la nota anterior hay dos manuscritos árabes independientes en la Biblioteca del Monasterio de El Escorial, en Madrid, traducidos al castellano: Textos árabes del "Libro de las Cruzes", de Alfonso X, por Rafael Muñoz. En Textos y estudios sobre Astronomía española en el siglo XIII. Editados por Juan Vernet. Facultad de Filosofía y Letras. Universidad Autónoma de Barcelona. Barcelona, 1981.

            11.- Citado por Demetrio Santos en Introducción a la Historia de la Astrología. Edicomunicación, S.A. Barcelona, 1986. Pág. 191.

            12.- De esta segunda obra existe tradución francesa relativamente reciente: Jean Kepler, L'harmonie du monde. Traducción de Jean Peyroux. Éditions Bergeret. Bordeaux.   

            13.- Existe traducción castellana reciente de esta obra: Johannes Kepler. De los fundamentos muy ciertos de la Astrología. Ediciones Gracentro. Zaragoza, 2003.

            14.- Ver a este respecto la obra de Thomas Digges Una perfecta descripción de las esferas celestes según la antiquísima doctrina de los pitagóricos, recientemente revisada por Copérnico y acreditada por medio de demostraciones geométricas (Londres, 1576). Edición castellana moderna, con traducción, introducción y notas de Alberto Elena. Alianza Editorial, S.A. Madrid, 1986.

            15.- Son aconsejables a este respecto los comentarios sobre el tema del judío cordobés Maimónides en su Guía de perplejos, ya que cruza la opinión de Aristóteles con la de su propia tradición. Edición preparada por David Gonzalo Maeso. Editora Nacional. Madrid, 1984. Segunda parte, Capítulo VI.

            16.- Newton se reafirma en esta idea al final de su Opticks. Citado por Desiderio Papp en El problema del origen de los mundos. Espasa-Calpe, S.A. Madrid, 1965. Cap. I, pág. 23.

            17.- Existe versión castellana reciente: Claudio Ptolomeo. Armónicas. Traducción y notas de Demetrio Santos. Miguel Gómez Ediciones. Málaga, 1999.

            18.- Existe versión inglesa de esta obra: The Manual of Harmonics of Nichomachus the Pythagorean. Translation and commentary by Flora R. Levin. Phanes Press. Grand Rapids, U.S.A.

            19.- Ver a este respecto Tratado sobre los anwa' y los tiempos. Capítulo sobre los meses. Ibn Asim. Estudio, traducción y edición crítica por Miquel Forcada Nogués. Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Instituto de Cooperación con el mundo árabe. Instituto Millàs Vallicrosa de Historia de la Ciencia Árabe. Barcelona, 1993. Igualmente Un calendario anónimo  andalusí. Edición, traducción y notas de Mª Ángeles Navarro. Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Escuela de Estudios Árabes. Granada, 1990.

            20.- Consultar a este respecto Introducción a los fenómenos, de Gémino. Introducción, traducción y notas de Esteban Calderón Dorda. Editorial Gredos. Madrid, 1993. Igualmente Fenómenos, de Avieno. Traducción y notas de José Calderón Felices. Editorial Gredos. Madrid, 2001.

            21.- En 18.52.12.

            22.- Messahallah. Sobre la recepción de los planetas. Segunda Parte. Traducción de Demetrio Santos. Editorial Barath. Madrid, 1981. Cap. 8.

            23.- Ídem, Cap. 9.

            24.- Libro de los juicios de las estrellas. Editorial Biblioteca de Sirventa. Sella (Alicante), 2001.

            25.- Demetrio Santos. Astrología Teórica. Ecuaciones Fundamentales. Editorial Barath. Madrid, 1985. Reedición de autor, Zamora 2002. Ver también, del mismo autor, Astrología Física. Editorial Barath. Madrid, 1988.

            26.- Miguel García Ferrández. Suite armónica. Cuadernos de Investigación Astrológica Mercurio-3 nº 6. Barcelona, 1997.

            27.- Manuel Ledesma Jimeno. Aerorritmos sobre la Península Ibérica. Servicio Meteorológico Nacional. Madrid, 1974.

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