INTRODUCCIÓN A LA
METEOROLOGÍA DEL PORVENIR
El Sol y la previsión del tiempo
Por el Padre Thomas Moreux
Director del Observatorio de Bourges
París, 1910
¿Hay, entre todas las ciencias
humanas, una más fecunda en resultados prácticos que
¡Lástima! Tal ciencia apenas
acaba de empezar; tal vez harán falta muchos años para verla engrandecerse y tener un lugar honorable al lado de las
demás ciencias humanas. Pero si nació
ayer, importa constatarlo ya desde ahora; nos resulta necesario establecer su
acta oficial de nacimiento, he aquí el único fin de este estudio.
No es necesario en absoluto para
mis colegas, los meteorólogos, constatar la poca altura de los métodos actuales
de previsión; pese al reclamo desenfrenado realizado alrededor de ciertos
nombres, insisto en decir que la presión del tiempo que va a hacer no existe
prácticamente. Quienes reciben los
despachos de
A esta profesión de fe bien
añadida, debo declarar que yo contemplaría como una no menos grosera
ilusión el hecho de creer que estos
problemas no se resolverán jamás y descartar todo esbozo de solución, por vago
que éste pueda ser.
Entre las numerosas hipótesis que
tienen la pretensión de explicar una serie de fenómenos se encuentra a menudo, si no la verdadera
teoría, al menos alguna cosa bastante aproximada. Por tanto, vale la pena examinar cada una de ellas.
Sería preciso algunos volúmenes
para exponer y discutir los métodos preconizados para la previsión del tiempo.
En el momento actual aún existen espíritus (y no desprovistos de cultura
científica) bastante simples para entregarse a los cálculos más descabellados a
fin de descubrir la influencia de Júpiter o de Mercurio sobre los cambios de
tiempo. Para la mayoría de los habitantes de nuestro planeta, es nuestro
satélite el que determina las variaciones de temperatura, la lluvia, las
tormentas, etc… Dejo de lado todas estas elucubraciones fantasiosas para
abordar el asunto desde su verdadero modo de ser.
Existen cambios en el Sol que
parecen tener una simultaneidad con los cambios constatados en
Podría contentarme con aportar
los resultados a los cuales se ha llegado en los últimos años. Pero pienso que
será particularmente agradable para el lector seguir paso a paso el progreso de
la cuestión, que se halla lejos de ser nueva.
Está bien a veces echar una
mirada atrás para asegurarse del camino
que llevamos recorrido; parece que así las etapas a franquear se vuelven menor
duras.
La idea de aplicar a la previsión
del tiempo las manchas del Sol no es de ayer, como podría creerse al recordar
el ruido que produjo hace veinte años el Padre Fortín. Apenas que las manchas habían
sido descubiertas, Riccioli, en 1651, anunció que podía existir una coincidencia
entre la aparición de estos fenómenos sobre el Sol y las variaciones del tiempo
(1). [Blandford: Bengal, Asiat. Soc. Journ.,
LXV, parte II, 1875, p. 22] Pero en esta
época no había posibilidad de llevarlo adelante. Además, se asimilaron las
manchas a asteroides que giraban alrededor del Sol, y las influencias astrales
estaban demasiado en boga entonces como para poder soñar en dar a las manchas
solares un papel preponderante en los sucesos terrestres.
Con Sir W. Herschel,
la cuestión, en 1801, tomó un aspecto más científico: “La primera cosa, dice,
que sobresale de las observaciones astronómicas del Sol, es que los períodos de
desaparición de las manchas son de mucha mayor duración que los de su
aparición. En cuanto a la concordancia de las manchas con el rigor o la
suavidad de las estaciones, apenas se necesita señalar que no tenemos nada
decisivo sobre ello. Sin embargo, encontramos elementos para resolver el asunto
de una manera indirecta, es cierto, en la influencia de los rayos solares sobre
la vegetación y el cultivo del trigo en nuestro país. No hay aquí un criterio
cierto sobre la cantidad de luz y de calor emitido por el Sol, ya que el precio
del trigo representa exactamente la escasez o la abundancia de su producción
absoluta en nuestra región”.
“Examinando el período
comprendido entre 1650 y 1713, parece probable, según el curso normal del
trigo, que se producía una escasez o un defecto temporal de la vegetación en general cuando el Sol no tenía manchas; estas apariencia
serían por tanto los síntomas de una emisión abundante de luz y de calor”.
“A los agricultores y a los
botánicos que podrían responderme que el trigo prospera en los climas más fríos
y que una distribución apropiada y de humedad y de sequedad tiene probablemente
mucha más importancia que la cantidad absoluta de luz y de calor procedente del
Sol, les haré observar que estas circunstancias reales de alternancias
apropiadas de humedad, de sequedad, de viento, etc., favorables a la
vegetación, pueden muy bien depender de
la cantidad de rayos solares que nos son enviados (2). [Phil. Trans., 1801, p. 265.]
Todo esto era menos el resultado
de la experiencia que las sublimes intuiciones de las que Herschel
hizo prueba en diferentes circunstancias de su carrera de astrónomo y de
físico.
No se conocía además en esta
época más que el fenómeno de las manchas, y veremos que hay que tener en cuenta
elementos mucho más numerosos para poder llegar a algunas conclusiones.
La misma ley que rige las manchas
en su aparición sobre la superficie solar y su distribución en latitud había
escapado a los astrónomos, y hay que ir hasta 1825 para encontrar alguna indicación
al respecto.
Schwabe de Dessau
descubrió entonces un ciclo de alrededor de 11 años en los fenómenos solares;
Wolf retomó el asunto poco tiempo después.
Veinticinco años más tarde, en
1851, se descubrió la probable relación entre la superficie manchada y la
declinación magnética. Lamond, en un artículo de los Poggendorff’s Annalen de
diciembre de 1851, muestra un período decenal de las variaciones de la amplitud
diurna de la aguja imantada. Como Schwabe acababa de
publicar su tabla de frecuencia de las manchas, Sabine fue llevado a indicar la
existencia de una correlación entre el Sol y las variaciones de la brújula, en
una comunicación a
Desde entonces, la idea echó a
andar, pese a las rémoras que se encuentran en todos los asuntos. Las líneas
telegráficas (3) [Cosmos, Th. Moreux, 1903, nº 981, 982, 693.] son afectadas por el Sol
en sus crisis súbitas, y hay una conexión entre las auroras boreales y la actividad
solar. Esta conexión entrevista en 1741 por Celsius y Hiorter,
en Upsala, se apoya ahora sobre hechos en número considerable. Brevemente, el
asunto de las relaciones entre el Sol y el magnetismo terrestre está a partir
de ahora definitivamente zanjado. Y, sin embargo, hemos visto a numerosas
personalidades sabias buscar bien lejos con ocasión de las últimas
perturbaciones magnéticas. ¿No se ha presentado, en los últimos tiempos, un
miembro del Instituto, y no de los menores, un astrónomo, para afirmar “que las
perturbaciones solares y magnéticas son dos fenómenos que no tienen ninguna
relación entre ellos?”
Por sabios que seamos,
guardémonos de afirmar algo cuando no lo hemos estudiado. Dejemos a los
especialistas la tarea de decidir cuando se trata de fenómenos tan complejos.
Hay una evolución en la ciencia de la que hemos de aprehender las grandes
líneas si queremos orientar nuestras investigaciones y nuestras conclusiones.
Este estudio hará poner el dedo en la llaga esta proposición, por extraña que parezca,
y ante el amontonamiento de hechos, a menudo poco significativos tomados en
particular, y sepamos, por una intuición siempre al acecho, prever las
soluciones que el porvenir demostrará más ampliamente. Falto de haber encarado
el asunto mediante una amplia vista de conjunto, M. Faye
se ha equivocado desgraciadamente en las relaciones entre el Sol y el
magnetismo, y los hechos se han encargado de desmentirle cruelmente. Quienes
actualmente niegan una relación entre
Pero dejemos esta digresión y
volvamos a los progresos de
Fraunhofer, en 1814, por sus bellos
descubrimientos en espectroscopia, y, más tarde Kirchoff,
Bunsen, Ángstrom, Stokes, Balfour-Stewart,
con los perfeccionamientos que aportaron desde el punto de vista práctico y
teórico al análisis espectral, hicieron posible el estudio de la superficie
solar.
La química solar, de la que nada
no se sospechaba unos años atrás, tomó las dimensiones de una verdadera
ciencia. Se descubrió la naturaleza de la radiación solar producido por la
incandescencia de vapores metálicos en la atmósfera del Sol. Se demostró que
por encima de la superficie de la fotosfera se extiende toda una región absobante más fría que la subyacente, pero a temperatura
sin embargo bastante elevada para que el hierro y buen número de otros metales
no puedan subsistir sino en estado vapor.
En 1865, en el Observatorio de
Kiev, se emprendieron observaciones continuadas con el fin de determinar de una
manera más precisa la periodicidad exacta de los fenómenos solares, y Warren de
En 1866, nuevos progresos: se
observa directamente el Sol con la ayuda de un espectroscopio de ranura, y
pronto M. Lockyer, a quien debemos buen número de
detalles contenidos en este estudio, pudo observar el espectro aislado de las
manchas. Este espectro difiere en ciertos puntos del de la fotosfera, y ciertas
rayas aparecen muy alargadas (4). [Lockyer: Proc. Roy. Soc.,
11 oct. 1866.]
En 1867, Baxendell
retomó la cuestión de la posible relación entre la superficie manchada y las
temperaturas terrestres. Si establecemos la relación entre la diferencia de la
temperatura máxima media de la radiación solar y la temperatura máxima media de
una parte, y la diferencia de la temperatura media del aire y de la evaporación
por otra parte, encontramos un número que está ligado en sus cambios anuales
con el número de las manchas (5). [Memoirs
of the Manchester Lit. and Phil. Soc., 3ª serie,
vol. IV, pp. 128 y
sig.]
La cuestión, tal como dijimos al
comienzo de este estudio, no es precisamente nueva, y estaría bien levantar
acta aquí de quienes lanzaron la idea por primera vez.
En
A partir de esta época, la
simultaneidad de los cambios solares y terrestres tomó una extensión
considerable.
Gracias a la espectroscopia
aplicada a las manchas y a las protuberancias, se pudo sospechar la presencia
de grandes cambios en la temperatura solar en diferentes regiones, y desde
entonces, la posibilidad de una inconstancia
en la radiación. De ahí a imaginar una correspondencia entre los cambios
solares y un ciclo periódico de variaciones atmosférias
terrestres, no había más que un paso. La declinación del Sol, al variar con la
época del año y producir así las estaciones,
no era por tanto el único factor de la climatología de una región.
Además, en
Unos años atrás, se había
encontrado que la reacción de estos cambios solares sobre
Hizo observar que el número de
restos traídos por el mar en el puerto de Mauricio, provenientes de los
naufragios, así como el número de ciclones observados en el Océano Índico,
estaban ligados al número de manchas del Sol hasta tal punto que la estadística
de unos permitía determinar la cantidad de los últimos fenómenos.
Es cierto que el Dr. Meldrum estaba, por así decirlo, en un lugar de privilegio
para estuadiar esta relación de
El número de ciclones es casi
función del número de manchas, y Medrum nos ha dado
la siguiente tabla:
1847-51 Años
caracterizados por el número de ciclones (Máximo Sol 1848,1)
1852-57 “ una calma relativa (Mínimo Sol 1856,0)
1858-65 “ la frecuencia de ciclones (Máximo Sol 1860,1)
1864-68 “ una disminución (Mínimo Sol 1867,2)
1869-72 “ un gran aumento (Máximo Sol 1870,6)
Se puede ver que los años corresponden
con las épocas de máximo y de mínimo de manchas, y verdaderamente hay más que
una coincidencia fortuita, concluye con razón el Dr. Meldrum.
El número de naufragios, añade el autor, durante estos períodos, indica un
orden de frecuencia siguiendo la misma ley (8). [Nature, 1872, vol. VI, p. 357.]
Poey, casi en la misma época, hacía
investigaciones sobre el estado ciclónico en las Indias occidentales y encontró
que el mayor número de años de máximo de tormentas recae siempre entre seis
meses a dos años después de los años de máximo de manchas. Sobre 12 máximos de
tormentas, 10 coinciden con estos períodos de máximo de manchas; de 5 de mínimo
de tormentas, 5 coinciden con mínimos de manchas (9). [Comptes rendus, 24 nov. 1873, p. 1222.] Se ve
por tanto que los resultados son generales tanto para las Indias orientales
como las occidentales.
En
“Cuando me preparaba para partir
para las Indias con el fin de observar un eclipse, M. Fergusson,
el editor de Ceylan Observer, de
paso por Londres, me puso al tanto de que todo el mundo en Ceilán tenía
conocimiento de un ciclo de unos 13 años más o menos en la intensidad del
monzón, que la lluvia y la estación nubosa eran mucho más intensas cada 13
años. Pensando que había aquí un fenómeno dependiente del Sol, le dije: ¿Está
seguro de este ciclo vuelve cada 13 años? ¿No será más bien cada 11 años?, y
añadí como razón para apoyarme que el período de las manchas era de unos 11
años y que este período debía hacerse sentir en los climas de los trópicos,
clima regular donde los haya. Pude constatar a continuación que el período en
Ceilán era realmente de 11 años, con 5 o 6 años de sequedad alternando con 5 o
6 años de humedad; y que, además, se había reconocido un período más largo de
alrededor de 33 años”.
M. Meldrum,
tras haber estudiado los ciclones, pasó a los fenómenos de las lluvias, y a los
que siempre las acompañan. El estudio de las lluvias en Port-Louis, Brisbane y
Adelaida, condujo a conclusiones análogas. A su regreso de las Indias, M. Lockyer examinó las estadísticas de Madrás y del Cabo, que
aportaron serias confirmaciones a las ideas del Dr. Meldrum;
a continuación de su estudio, el astrónomo inglés le escribió estas líneas
impregnadas del buen sentido, tan necesario en los hombres de ciencia:
“Se necesita, en Meteorología,
como en Astronomía, buscar un ciclo cualquiera; si no se encuentra en una zona
templada, búsquese en las glaciales o en la zona tórrida, y cuando se lo haya
encontrado, aísleselo completamente, estúdieselo, y mírese cómo se comporta. Si
no se encuentra nada, déjeselo por un tiempo solamente y aprovéchese el respiro
para aumentar los conocimientos físicos, tal como lo ha recomendado siempre el
Dr. Balfour-Stewart. Pero, por favor, no dejéis en
absoluto el observatorio meteorológico de Kiev antes de haber ensayado la
aplicación de estos métodos, sin los cuales no se sabría hacer nada a derechas”
(11). [Solar Physics,
Lockyer, 1874, p. 424-5.]
No resulta dudoso que el Dr. Meldrum haya
descubierto en Meteorología un verdadero ciclo muy importante,
análogo en muchos puntos al Período de los Saros para los eclipses. Los
antiguos ignoraban las razones de los Saros, como nosotros mismos ignoramos, en
la época de la que hablaba el Dr. Meldrum, las
relaciones entre el Sol y
Hoy día, estamos un poco más
adelantados, y es preciso, o ignorar el asunto, o tener una venda en los ojos
para no admitir esta relación; pero, ¿cuál es su verdadera naturaleza? That is the question!
“Para descubrirla, necesitamos obtener un
conocimiento exacto de las corrientes solares y al mismo tiempo un conocimiento
no menos exacto de las corrientes terrestres. La primera exige los esfuerzos
reunidos de la fotografía y del análisis espectral, la segunda exige el empleo
de
En esta época, la autoridades
indias comprendían perfectamente la importancia de estas investigaciones.
“Como estaba en
En 1873, la idea de una posible
relación entre los cambios solares y magnéticos tomó tal importancia, que el
Departamento magnético y meteorológico del Royal Observatory,
en Greenwich, establecido en 1838, recibió un anexo importante. Un fotoheliógrafo fue instalado para continuar el registro
fotográfico cotidiano de la superficie del Sol, empezado en Kiev en 1865.
En el mismo año, Koppen encontró que
la temperatura máxima llega en los años de mínimo de manchas, y vice versa; los años que tienen muchas manchas son años fríos
(13). [W.
Koppen: “Uber mehrjahrige Perioden der Witterung” (Zeitsschrift. F. Meteorologie),
Bd. VIII, 1873, pp. 241-248 y 257-268.]
Es muy importante, para establecer una relación entre la temperatura en la
superficie de
En estas regiones, durante el año que
precede al minimum de las manchas, la temperatura es 0,41º
más elevada que la media. Durante el año que precede al maximum de las manchas, la
temperatura es de 0,32ª por debajo de la media. La variación, por tanto, es de
0,73º (14) . [En
Desde esta época, las observaciones
espectroscópicas de los cambios solares han probado que el Sol estaba más
caliente cuando más manchas tenía, destruyendo así la vieja idea de que las
manchas actúan como pantallas reductoras
de la radiación.
El resultado de Koppen
era una paradoja, y esto fue lo que hizo Blanford,
que se encarga de la explicación:
“Las temperaturas empleadas por el
profesor Koppen son de la capa inferior de la
atmósfera en las estaciones continentales y deben ser dteerminadas
no por la cantidad de calor que recae sobre el exterior del planeta, sino por el que penetra hasta la superficie
de la tierra, principalmente hasta la superficie continental del globo. Ahora
bien, la mayor parte de la superficie de la tierra, al estar recubierta de
agua, el efecto principal inmediato del aumento del calor debe ser el aumento
de la evaporación, y, en consecuencia, como resultado, las nubes y la lluvia.
Pero una atmósfera nubosa intercepta la mayor parte del calor solar, y la
reevaporación de la lluvia caída disminuye
la temperatura de la superficie donde se produce la evaporación y la de
la capa de aire que está en contacto con ella.
El calor liberado por la condensación de las nubes aumenta ciertamente la temperatura del aire a
la altura de la capa nubosa; pero tenemos al mismo tiempo dos causas en acción,
tendentes igualmente a disminuir la temperatura de la capa inferior. Como
consecuencia, puede esperarse que un aumento en la formación de vapor, y, en
consecuencia, de lluvia, resultantes de un aumento de la radiación, coincida
con una baja temperatura del aire en la superficie de la tierra (15). [Blanford:
En
En esta época se había
comprendido la importancia de la cuestión y sobre todo se tomaron medidas para
organizar una vasta red de observaciones meteorológicas. Por otra parte, se
preocuparon de los cambios solares que los últimos hechos habían puesto en
evidencia. En Inglaterra, se nombraron Comisiones que, todas ellas, concluyeron en el
establecimiento de un Observatorio consagrado a
El resultado de este llamamiento
no se hizo esperar mucho tiempo. El Observatorio de Kensington, que tan
admirablemente y con tato celo dirige M. Lockyer, es
muy utilizado actualmente para el género de solicitaciones para el que se creó;
pero los observatorios del hemisferio boreal, y en particular los de Europa, no
alcanzan para cumplir la tarea debido a los tiempos con cielo cubierto que
impiden la observación diaria del Sol. Desde Inglaterra, siempre por delante
cuando se trata de grandes proyectos científicos, se ha decidido por tanto el
establecimiento de diferentes Observatorios
que fotografían el Sol cada vez que resulta posible, los cuales envían
sus observaciones a South Kensington, donde sirven para completar las de Greenwich.
Allí, se reducen de manera que continúen
las observaciones empezadas en 1873 y que deben seguir a las de Kiev. De este
tipo son los Observatorios tropicales de
La cifra de observaciones
diarias, que se elevaba al número máximo de 171 (año 1877), fue más que doblada
debido a este hecho, y, por no citar más que algunos ejemplos, daremos los
resultados obtenidos de
En
Una baja presión hacia la época de maximum de las manchas:
Una baja presión hacia la época del minimum.
Podemos por tanto concluir que el Sol es más caliente hacia la época en la
que las manchas están en un maximum. Añadía que
estos resultados parecen en armonía con
las variaciones decenales de la lluvia en las Indias y explicar la variación
inversa (comparada con las manchas) de la lluvia invernal de
El Dr. Allan Broun,
en una discusión sobre los datos barométricos
de
Pasemos ahora a la lluvia. El Dr.
Meldrum, retomando sus estudios sobre la lluvia,
encuentra que “hay una remarcable coincidencia entre la variación de la lluvia
y la de las manchas en Edimburgo, mucho más notoria que en Madrás. Los años de maximum y de minimum de lluvia y
de manchas, para los ciclos medios, coinciden y, sobre todo, hay una degradación regular del minimum al maximum y del maximum al minimum vecino“(17). [Nature, vol. XVIII, p. 565.]
El minimum
de lluvia llega en promedio el año que precede inmediatamente al año de minimum de manchas.
Los resultados de estas
investigaciones muestran que la lluvia de cincuenta y cuatro estaciones en Gran
Bretaña, de
Para las treinta y cuatro
estaciones de América, los números correspondientes eran
En el informe del Departamento
meteorológico del Gobierno de
“He aquí las principales
conclusiones que
“Hay una tendencia en los
períodos de minimum de manchas a un aumento excesivo
y prolongado de la presión sobre
En 1880, la relación de las
hambrunas indias y del barómetro fue tratado a fondo por primera vez por M. F. Chambers, el informador de
Estudiando primero las
variaciones anormales diarias observadas en diferentes estaciones en
Resultados similares fueron
obtenidos a continuación para otras estaciones: Santa Elena, Mauricio, Madrás,
Calcuta y Zi-ka-wei. Comparando las curvas obtenidas
para estas diferentes localidades, aunque se observa una muy grande semejanza
de forma entre todas ellas, se encuentra también una prueba evidente de falta
de simultaneidad en los movimientos barométricos en las distintas estaciones,
y, por regla general, los cambios tienen lugar en las estaciones occidentales varios meses antes que en las estaciones orientales.
Todos estos hechos hicieron suponer a M. Chambers
que largas ondas atmosféricas (si así se las puede llamar) viajan muy
lentamente y con una velocidad variable alrededor de
En cuanto a las hambrunas, señala
que, al comparar las fechas de todas las grandes habidas en
1º Por observaciones regulares de
la superficie manchada del Sol y por rápidas reducciones de las observaciones,
obteniendo por adelantado el anuncio de los cambios de corrientes sobre el Sol;
2º Por medio de observaciones
barométricas en estaciones muy alejadas en longitud unas de otras , y las
rápidas comunicaciones de los resultados a las estaciones situadas hacia el
Este.
En el mismo año, el Dr. H. F. Blanford descubrió que, “entre Rusia y Siberia occidental
por un lado, y la región indomalaya por otro, hay una
oscilación recíproca y cíclica de la presión barométrica, de tal modo que la
presión es máxima en Siberia occidental
y Rusia hacia la época del maximum de las manchas, y en la región indomalaya en la época del minimum de manchas” (19). [Nature, vol. XXI, p. 480.]
Hasta 1881, se creía generalmente
que había una gran diferencia entre las condiciones meteorológicas en el maximum y en el minimum de la
curva de las manchas, pero las series más numerosas y más exactas de las
observaciones posibles en este año de 1881 revelaron a Meldrum
“oscilaciones extremas de cambios climatéricos en diferentes lugares en las
sinuosidades de las curvas que representan el aumento o la disminución de la
actividad solar”.
Este era un punto de vista nuevo
y un progreso muy importante. Se había considerado no solamente el maximum, sino al mismo tiempo el maximum
y el minimum (20). [Relations of Weather and Mortality. The Climatic Effect of Forests.]
A propósito de estos cambios de presión, Blanford escribía la frase siguiente:
“Entre las variaciones mejor establecidas
en
En
En
En cuanto a la relación entre las
temperaturas terrestres y las manchas, no hay nada definitivamente concluyente.
Las curvas, en efecto, a veces son paralelas, a veces son inversas. Esto, según
mis propios trabajos, vendría en primer lugar de un asunto de latitud, después
por una cuestión de temperatura solar más o menos alta.
En el Ecuador, en efecto, la curva de las
temperaturas está siempre invertida, tal como Koppen
lo demostró en 1873.
El año anterior, el profesor Edouard Brückner, de Berna,
suscitó en Viena una discusión muy
interesante y profunda a partir de una gran cantidad de documentos relativos al
clima de Europa occidental (23). [Die Klimaschwankungen seit 1700
(Las oscilaciones del clima desde 1700, en Geographische Abhandlungen, Viena,
Para llegar a estos resultados, M. Brückner recogió primero todas las observaciones realizadas
desde 1800 sobre la temperatura y las lluvias. Así, reconoció que se había
producido una sucesión de tres fases frías, la primera de
La distribución de las lluvias sufría fases
análogas que concordaban de un modo macado con oscilaciones de la temperatura: tres períodos húmedos
correspondientes a los tres períodos de disminución de las temperaturas, de
Así, las duraciones de los ciclos varían de
M.
Brückner quiso una nueva confirmación de estos
períodos de sequía y de humedad. Es bien evidente que, si sobre
Ahora bien, se encuentra justamente que
las grandes crecidas de los lagos de Europa
durante el siglo XIX se produjeron en el trasncurso
de los años 1820, 1850 y 1880, en consecuencia, a intervalos de treinta años
exactamente y en fechas correspondientes en los últimos años de los períodos
húmedos y de baja temperatura.
Por el contrario, los niveles más
deprimidos fueron observados en 1835 y 1865, justo en medio de los intervalos
correspondientes.
Así, las variaciones de los lagos
indicaban una periodicidad por completo comparable a la de los elementos del
clima y entre los diversos órdenes de los ciclos se observaba una coincidencia
muy satisfactoria.
Pero, ¿era posible llevar más lejos las
investigaciones y encontrar la misma periodicidad en los siglos precedentes,
por ejemplo? Seguramente no hace falta soñar para obtener para este lapso de
tiempo datos tan ciertos sobre la temperatura y la lluvia. Sin embargo, las
variaciones del nivel de los lagos debía aportar indicaciones suficientemente
serias. En los años lluviosos, en efecto, la capa lacustre debe recibir una
mayor aportación de los ríos que la alimentan, y, en consecuencia, el nivel del
lago debe aumentar. Lo contrario se produce durante los períodos secos.
Ahora bien, tal estado de las cosas no puede dejar de ser constatado por los
ribereños. Como lo señala M. de Lapparent, “no es
algo indiferente para las poblaciones del entorno que el nivel de un lago como
el Neuchàtel, cuyos bordes se hallan poco elevados,
aumentan o disminuyen. En consecuencia, grandes extensiones de tierra resultan
inundadas o secas. Estas variaciones dan grandes quebraderos de cabeza a los
ribereños. O bien la comunidad es
llevada a tomar medidas especiales o se emprenden medidas que se traducen en
procesos, y de todo ellos los archivos locales están forzados a guardar
memoria.
M. Brückner pudo así reconocer que la mayor altura del
agua de los lagos había tenido lugar en 1700, 1740, 1780, 1820, es decir, a
intervalos de 40 años. Por otra parte, parece que los períodos húmedos se
hicieron sentir de
Las aguas más bajas, por el contrario, se
produjeron en 1720, 1760 y 1800, correspondiendo a períodos secos que iban de
Así, aparecía de nuevo una oscilación
periódica de una duración de
Finalmente, M. Brückner,
remontando aún más la historia, llegó a las constataciones siguientes: “Del año
Puede verse que la duración de los períodos
varía bastante, pero estas diferencias se atenúan si se agrupan las
oscilaciones por series de cinco consecutivas. Se encuentran así intervalos
medios de 35 años.
Desde hace cerca de mil años, el clima de
Europa occidental parece por tanto experimentar oscilaciones de una duración
media de
Brückner buscó la razón en la influencia ejercida
por el Sol sobre
Además, el ciclo de Brückner no se verifica más que en Europa occidental y
en las proximidades del mar del Norte; por ello no tiene valor en Asia, donde
las variaciones del lago Aral, según M. Voeikof, siguen otro régimen. Esto se concibe fácilmente si
se piensa en todos los factores que juegan un papel en la composición del clima
sobre nuestras latitudes.
Los climas tropicales son mucho más
regulares, hasta tal punto que las fluctuaciones solares se hacen sentir en sus
menores detalles. En
En
En 1895 retomé el asunto de las
temperaturas terrestres y las manchas. Si las manchas indican una
sobreactividad del Sol desde el punto de vista calorífico y luminoso, el efecto
sobre
Durante los años en los que el Sol no
presenta una gran actividad, es decir, fuera de los máximos absolutos, la
teoría parece verificarse.
De
De
En 1900 puse en marcha una nueva teoría
de las manchas, la teoría hipertérmica.
Era esta una explicación racional dada por primera vez para estas formaciones
enigmáticas. Mostré que era necesario tomar las antiguas teorías al revés, las manchas, en lugar de ser frías,
eran regiones más bien sobrecalentadas.
Los gases calientes son sombríos y emiten radiaciones tanto más violetas según
el calor aumenta. Esto es lo que sucede en el Sol. Una experiencia que todo el
mundo puede repetir nos va a permitir la comprensión del mecanismo de las
manchas.
Tomemos un infiernillo de gas; ¿por qué
la luz de este calentador es tan escasa, de un azul pálido? El gas de
alumbrado, al quemarse, emite más bien una luz amarillenta, como la del mechero
con mariposa. Ello es debido a que contiene partículas sólidas de carbono
llevadas a la incandescencia; ilumina, pero apenas calienta.
Activemos la combustión, insuflando una
corriente de aire en la masa, como en el soplete, el mechero Bunsen de los
laboratorios y os hornos de cocina; inmediatamente las partículas sólidas son
volatilizadas, reducidas al estado gaseoso, la radiación es suprimida; el gas
calienta mucho, pero ya no ilumina.
Si alimentados el hornillo con oxígeno en
vez de aire, obtenemos una llama de alta temperatura, pero invisible, resultado
lógico aunque paradójico a primera vista.
La condensación del Sol, que se hace por
intermitencias, precipita los gases exteriores de la corona solar sobre el
medio caliente de la fotosfera, y el gas completamente quemado se vuelve
sombrío; toda radiación externa queda suprimida.
Las manchas testimonian por tanto un
aumento de la actividad del Sol; cuando se vuelvan más raras sobre su
superficie, la hora del fin habrá sonado para ellas.
Mis hipótesis en esta época estaban
apoyadas, sobre todo, en inducciones concordantes con el resto de mi teoría del
Sol (26). [Comptes rendus. Note sur
les taches solaires, Th. Moreux,
25 junio 1900. Ver también el Problème solaire, del mismo autor. Paris, Thomas, edit. (1900).]
El tiempo no tardó en confirmarlas; poco
después, Sir N. Lockyer mostraba que las líneas
alargadas del especto de las manchas llegaba normalmente con la época de maximum o de minimum. En los
períodos de maximum o de minimum,
aparecían líneas desconocidas, indicando así que la química solar estaba
sometida a alternativas de temperaturas más o menos elevadas. A medida que el
Sol se enfriaba, todo volvía al orden, y las líneas conocidas, como las del
hierro, por ejemplo, aparecían de nuevo. Construyendo dos curvas, una para las
líneas del hierro, otra para las desconocidas, se constataba una variación
inversa, y superponiendo las dos curvas, se obtenía un punto de crecimiento
correspondiente evidentemente a la época en la que el Sol tenía una temperatura
media.
Las manchas se constituían por tanto en
un fenómeno accesorio. Lo que había que considerar sobre todo en el Sol, era su
estado térmico, ofreciendo tres estadios bien marcados:
Una temperatura máxima en las épocas de gran actividad;
Una temperatura mínima en las épocas de minimum;
Una temperatura media se manifestaba a mitad de camino del maximum
o del minimum siguiente.
Ahora bien, al comparar estas verdaderas
“pulsaciones de calor” con las pulsaciones de la lluvia en las Indias, la
concordancia resultó sorprendente. Incluso, por un estudio de los Comptes rendus del Indian Famine Comité,
se llegó a esta conclusión: que las hambrunas que habían devastado las Indias
durante los sesenta últimos años se habían producido siempre en los intervalos
que separan las pulsaciones.
Esta recrudescencia de lluvia en las
épocas de grandes máximos nos va a explicar porqué el paralelismo de las curvas
de las manchas y de las temperaturas terrestres no es una ley general.
Primeramente, parece que haya allí una
grave anomalía.
Ahora bien, la anomalía no existe; un
simple razonamiento nos va a convencer.
Si el globo terrestre fuera un sólido
girando sobre sí mismo sin atmósfera, reflejaría en su calentamiento todas las
vicisitudes del Sol, y su temperatura variaría siguiendo las condiciones
caloríficas del astro. Pero sabemos que esto se halla bien lejos de ser así.
La atmósfera absorbe las 3/5 partes del
calor enviado por el Sol y las mantiene en reserva, según esté más o menos
cargada de vapor de agua. Además, el elemento
líquido, que ocupa las ¾ partes del globo, aún complica más los
resultados. Se puede calcular la evaporación de los océanos bajo el influjo del
calor solar.
En las regiones ecuatoriales, esta
evaporación levanta una capa de vapor de agua de al menos
Al evaporarse, el agua absorbe una gran
cantidad de calor, que pasa del Ecuador a los polos y tiende a regular las
temperaturas, a ocultar la suma variable de emisión calorífica del Sol. Se
puede evaluar grosso modo el calor absorbido.
Suponiendo una superficie de evaporación
de 240 millones de kilómetros cuadrados y de
¡La cantidad de calor contenida en esta
masa vaporizada será capaz de fundir una masa de hierro cuyo volumen sería
igual a 400.000 km3!
Se ve ahora el papel que juega la
atmósfera, no solamente en el reparto de las temperaturas, sino también en la
regulación del calor emitido por el Sol.
Si el calor sobrepasa una gran
cantidad, como en los grandes máximos de
las manchas, la actividad solar tendrá un efecto inverso.
La evaporación será más activa; las
regiones ecuatoriales tendrán una temperatura un poco más baja, las regiones
polares tendrán probablemente una
temperatura más elevada.
Habrá una tendencia a la regulación de
las temperaturas terrestres como en el momento de estos períodos geológicos, en
los cuales, la atmósfera, mucho más densa que hoy en día, y fuertemente cargada
de vapor de agua, almacenaba todo el calor solar y lo repartía de una manera
tan uniforme que ni siquiera se conocía la sucesión de las estaciones.
Actualmente, en las latitudes
intermedias, el fenómeno se hace mucho más complejo. De una manera general, la
temperatura debe disminuir en el maximum de las
manchas hacia las latitudes bajas, y debe haber una oscilación concordante con
el período. Serían necesarias, en todo caso, numerosas y nuevas observaciones
para establecer una ley. Pero, y este es el asunto capital, aquí subyace la
solución del problema tan complejo de las temperaturas.
La serie de los trabajos que acabamos de
publicar muestra que nos está permitido adherirnos a las conclusiones demasiado
generales de M. Nordmann, de quien ya hemos hablado.
En un artículo aparecido en
Estas conclusiones son demasiado
generales, y, de las temperaturas tomadas en las regiones ecuatoriales, se debe
concluir solamente, tal como Koppen y otros lo han
demostrado bien antes que Nordmann, que la ley no
vale más que para el Ecuador.
En 1902, para esclarecer más aún el
asunto de la relación entre el Sol y las lluvias, M. Lockyer
se propuso reducir las observaciones de las protuberancias hechas por Tacchini en el Observatorio del Colegio Romano desde
Ahora bien, las fotografías de M. Hale
mostraba que a superficie afectada por los elementos protuberantes era muy
superior a la superficie manchada y, en consecuencia, de orden no despreciable. A veces se constataba
que un décimo del Sol se hallaba en estado de perturbación. El primer trabajo
sobre la lluvia en
Además del maximum
protuberante bien marcado y concordante con el maximum
de manchas se encontraron otros máximos correspondientes a los crecimientos de
las líneas alargadas, y todos eran reproducidos por los barómetros. Los ciclos
de las manchas de once años daban lugar a un ciclo protuberante de alrededor de
tres años y siete décimos, y este es precisamente el intervalo que separa
generalmente las presiones en
El descubrimiento de esta ola
barométrica, corroborada después por el profesor Bigelow
fue un progreso importante; ello permitirá además, en el futuro, agrupar las
regiones que tienen presiones similares.
Estos hechos prueban que, si existe una
relación entre
M. Lockyer ha
publicado recientemente un cuadro de las lluvias en diferentes lugares de
En Rothesay
(Escocia), el acuerdo es incluso de los más perfectos, en el sentido de que no
solamente la relación entre la lluvia anual y el número de manchas resulta
evidente, sino que se encuentra con más o menos limpieza en las lluvias caídas
durante ciertas partes del año, por ejemplo, en el verano.
En Londres, como en París, la
concordancia no es tan absoluta; resulta difícil encontrar la acción del
período undecenal de las manchas sobre la lluvia,
pero el ciclo de Brückner es más aparente. Si se
dispone, con M. Douglas Archibald en 1903, los números
que representan la cantidad de las lluvias londinenses desde 1813 del modo
indicado por Brückner, se encuentra que no solamente
existe una sucesión de períodos secos y húmedos, sino que estas variaciones
tienen una influencia en el rendimiento
de los cereales en el Reino Unido. Y M. Archibald
concluye que “vamos a entrar en un período en el que la lluvia sobreasará el
promedio, en el que la presión barométrica, al contrario, será inferior a la
media, y durante el cual habrá un déficit en la recogida de trigo de unos dos
celemines por acre”.
En Bruselas, se encuentran los mismos
períodos secos y húmedos. Lo mismo sucede en el centro de Francia, donde he
podido trazar la curva de las lluvias para Bourges
desde hace más de cuarenta años.
En
El mismo año, en el mes de junio, M. Lockyer encontró para el examen de las observaciones
italianas protuberancias en el limbo del Sol desde 1871, que además del período
undecenal, existen máximos y mínimos secundarios con
intervalos de 3 años y medio. Esta oscilación no se encuentra en la superficie
total manchada del Sol, sino que se presenta en la latitud de las manchas, de
modo que un aumento en la actividad protuberante está asociada a una
disminución de la latitud de la superficie manchada.
Ahora bien, en la curva anual de las
lluvias en Madrás, se encuentra este período de corta duración, más aparente
incluso que el período undecenal.
En
Ya en junio de
“Se encuentran, en efecto, en los anales
chinos, documentos bastante extensos sobre la lluvia, las hambrunas y las
manchas del Sol desde el año 620 hasta 1643, cubriendo un período de 1023 años,
documentos recogidos por M. Hosee en 1877.
Evidentemente, las observaciones de las manchas, falta de instrumentos, son muy
fragmentarias, sin embargo, se descubre a primera vista el período undecenal, con una duración media de 11,085 años y que,
prolongado por los tiempos modernos, acuerda suficientemente bien con los datos
europeos del último siglo.”
“El examen de estos documentos solares y
meteorológicos concluye admitiendo varios períodos de muy larga duración”.
“El primero parece cubrir los tres
períodos de manchas 664-697, aunque no resulta tan aparente como los otros. El
segundo cubre el período similar del maximum de 963
al maximum de 996, en los que, además de dos años de
sequía en China septentrional, 961 y 962, no encontramos menos de 23 años de 33
caracterizados por sequías excesivas en una o arias provincias del Norte.”
“El tercero cubre los períodos 1262-1295,
en los que además del año anterior de 1260, hay que hacer notar 21 años de
sequía en las mismas provincias”.
“El cuarto está comprendido entre los
máximos de manchas de 1561 y 1594; aunque menos marcados que el segundo y el
tercero, contiene sin embargo 10 años de sequía previos de 1557 y
“El quinto período tiene larga duración
como para cubrir el ciclo de sequía igualmente bien marcado que, empezando
hacia el año 1860, continuó hasta fin de siglo”.
Este ciclo de 300 años correspondería a
27 períodos undecenales de 11 años y a 9 períodos de Brückner.
Así, mientras que en la mayor parte de
las estaciones tropicales los períodos de sequía y de humedad alternan según un
ciclo que sigue paso a paso la actividad solar, en las latitudes elevadas –como
mostré entonces-, sobre todo en las grandes extensiones continentales, menos
sometidas que las otras a un clima marítimo, el transporte del vapor de agua
debido a la evaporación provocada por el Sol tarda un tiempo notable en
llevarse a cabo. En estos lugares, los máximos de lluvia, aunque separados por
un intervalo igual al del ciclo solar, no coincide con los máximos de las
manchas: hay un retraso en las curvas, una especie de desfase.
En el centro de Francia, por ejemplo,
donde he podido reunir observaciones desde 1870, el fenómeno se halla netamente
marcado. He aquí porqué, dicho sea de pasada, las inundaciones del Loira, río
que permanece por entero en el centro de Francia, no coincide con los máximos
de actividad solar, pese a presentar intervalos bastante regulares. Aquí aún
hay un retraso fácil de explicar.
Es así que el máximo de manchas de
el de 1829 “ “ 1836
“ 1837 “ “ 1846
“ 1848 “ “ 1856
“ 1860 “ “ 1866
etc., etc.
Esta relación entre cada fase de
actividad solar y la cantidad de lluvia no es siempre tan neto. Examinando de
una manera general las estadísticas de las lluvias en el mundo entero, se
percibe enseguida que es el gran período solar de alrededor de 35 años el que
influye particularmente sobre el fenómeno de la condensación lluviosa.
Ahora bien, es precisamente esta cifra de
35 años la que volvemos a encontrar en el llamado período de Brückner, y que constituye la característica del clima
europeo. En toda la región occidental de Europa, nuestro clima, en efecto, ha
sufrido, desde el año 1623, alternativas de sequía y de humedad que los
meteorólogos no se pueden explicar.
Sin embargo, es bien cierto que la gran
fluctuación solar influye sobre los períodos de humedad y de sequía, sobre el
total de lluvia recogida en nuestras regiones, sobre las variaciones del nivel
de los grandes lagos que son aparatos
registradores de primer orden.
Finalmente, las grandes crecidas del
Sena, las de 1802, 1807, 1817, 1850, 1872, 1876, 1879, 1882, 1883, 1910, recaen
todas, sin excepción, durante períodos regulados por la actividad solar.
Después del gran maximum
de
He aquí porqué, desde 1903, cuando se
esperaba el gran maximum de las manchas hacia 1906,
he podido anunciar y prever el período húmedo que nos invade.
Las inundaciones de 1910, tan deplorables
bajo todos los puntos de vista, no serán sin duda las únicas que nos hacía
prever la actividad del Sol llevada a su culminación durante los años 1905,
1906 y 1907.
Estas conclusiones, las he publicado un
poco por todo: en el New Cork Herald (enero 1904)
bajo el título:
“El Sol, decía yo en esta época, va a
sufrir, como en la fiebre, una subida de temperatura. La evaporación de los
océanos será más fuerte. Precipitaciones acuosas tendrán lugar, y las lluvias
redoblarán en intensidad hasta hacia 1918, con un maximum
hacia
En diciembre de 1903 hice presentar en
Brevemente, si todas estas conclusiones
están fundamentadas, debemos reconocer que atravesamos actualmente una crisis
de pluviosidad aportada por el maximum de actividad
solar de 1906.
Los parisinos pueden por tanto esperar a
ver crecidas más o menos violentas, análogas a aquellas de las que guardan mal
recuerdo, y esto en los años que van a seguir, muy probablemente.
Tales son, rehuidos y a grandes rasgos,
los progresos de esta cuestión de la relación entre los cambios solares y
terrestres.
Como decíamos al comienzo de este
estudio,
Ahora podemos decir que la verdadera
Meteorología acaba de nacer. Tenemos una base seria de operaciones, es
necesario conservarla a todo precio. La tarea es ardua, sin duda, pero no
desesperemos jamás. Aportemos cada día nuestra piedra al edificio y digamos que
detrás de estas cifras amontonadas sobre nuestros registros, hay una causa
actuando, una causa apenas sospechada, sin duda, pero ya entrevista, y que
sabrá un día u otro dictarnos las leyes de