EL PAPEL DE LAS CIENCIAS DE OBSERVACIÓN Y LOS MODELOS CIENTÍFICOS. OTRAS VÍAS, OTRAS REALIDADES.

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Introducción. El mito de la cuantificación. El punto de vista de Gaudí. La suma de las partes no es el organismo. La ciencia y el conocimiento empírico. El caso de la Homeopatía como ejemplo. Observación e interpretación: Biometeorología. Unidad en la Naturaleza. El problema del determinismo. Orden y caos. Nuevas maneras de enfocar los problemas. Dos cerebros, dos realidades externas. La Astrología, ciencia de observación. Notas.

Introducción

La Meteorognomía y la Astrometeorología son ciencias donde la observación juega un papel clave para un buen desarrollo de las funciones que les son propias. Sin embargo, van mucho más allá del simple empirismo o de una fase empírica del conocimiento. La observación es inseparable en ciencia de la interpretación, lo que obliga a su vez a un intercambio entre ambas, de modo que con ello se benefician mutuamente, enriqueciéndose.

Hay muchas maneras de contemplar la Naturaleza, de comprenderla y servirse de ella. La ciencia es todo menos un edificio monolítico construido a base de dogmas inamovibles, aunque en ella siempre ha habido, hay y habrá partidarios de rígidas y estrechas verdades. Como todo lo vivo, está sujeta al cambio y a la evolución permanente. Y tiene muchas caras, como una montaña, según se la contemple desde un punto o de otro.

Con este artículo queremos resaltar la importancia de la observación en la investigación científica, así como entrar en ciertos aspectos de la misma en los que nuestros científicos se sienten poco cómodos.

El mito de la cuantificación

Uno de los mitos actuales de la ciencia moderna es el de la necesidad de la cuantificación y de la elaboración de modelos de la realidad en todo proceso del quehacer científico cotidiano. Sin querer negar una cosa ni otra, deseamos llamar la atención sobre las limitaciones que tiene ese modo de pensar y de obrar, así como la existencia de otras vías para avanzar en la comprensión de los fenómenos naturales.

Sobre la necesidad de la cuantificación, se ha hecho decir a una cita de lord Kelvin (1824-1907) mucho más de lo que seguramente él pensó al escribirla:

Suelo repetir con frecuencia que sólo cuando es posible medir y expresar en forma numérica aquello de que se habla, se sabe algo acerca de ello; nuestro saber será deficiente e insatisfactorio mientras no seamos capaces de traducirlo en números. En otro caso, y sea cual fuere el tema de que se trate, quizá nos hallamos en el umbral del conocimiento, pero nuestros conceptos apenas habrán alcanzado el nivel de ciencia(1).

Pese a la claridad y contundencia de lo afirmado por Kelvin, fuera del marco en el que lo escribió -piénsese que fue el creador de una de las escalas termométricas, que lleva su nombre-, puede ser aplicada de modo erróneo con fines bien distintos a los del pensamiento original del genial físico. Porque si bien es cierto que nadie en sus cabales puede negar la necesidad de medir y cuantificar en todo lo posible las magnitudes físicas, no lo es menos que estos valores y estos parámetros se aplican después en los cálculos de modelos o representaciones de la realidad, que no dejan de ser siempre simplificaciones o esquemas de la misma.

Y aquí es donde comienzan los problemas, el verdadero talón de Aquiles de los procedimientos científicos actuales, porque muchos, obnubilados por los avances técnicos de nuestros tiempos, confunden "ciencia" con "verdad". Y sin embargo nada más alejado de la realidad; las teorías científicas modernas solamente son modelos de la naturaleza, entramados conceptuales para proporcionar interpretaciones lógico-matemáticas de los hechos observados y, como tales, van evolucionando y se hallan en perpetuo cambio, pero no nos dicen cómo es en verdad la esencia de la materia ni de la energía. Veamos la idea a través de uno de los precursores de la Teoría de la Relatividad, el matemático francés Henri Poincaré:

Para un observador superficial, la verdad científica está fuera de toda duda; la lógica de la ciencia es infalible, y si los sabios se equivocan algunas veces, es por haber desconocido sus reglas... Ahora bien, la vemos obrar [a la ciencia] ante nuestros ojos. Esto no podría ser si no nos hiciera conocer algo de la realidad; pero lo que puede alcanzar no son las cosas mismas, como piensan los dogmáticos ingenuos, sino solamente las relaciones entre las cosas; fuera de estas relaciones no hay realidad cognoscible(2).

El escenario del mundo sigue siendo para nosotros una fantasmagoría, del mismo que lo era para los protagonistas del mito de la caverna platónico hace más de 2.000 años. Recordemos cómo lo introduce el discípulo de Sócrates en el Libro VII de La república:

Ahora represéntate el estado de la naturaleza humana con relación a la ciencia y a la ignorancia, según el cuadro que te voy a trazar. Imagina un antro subterráneo, que tenga en toda su longitud una abertura que dé libre paso a la luz, y en esta caverna hombres encadenados desde la infancia, de suerte que no pueden mudar de lugar ni volver la cabeza a causa de las cadenas que les sujetan las piernas y el cuello, pudiendo solamente ver los objetos que tienen enfrente. Detrás de ellos, a cierta distancia y a cierta altura, supóngase un fuego cuyo resplandor los alumbra, y un camino escarpado entre este fuego y los cautivos. Supón a lo largo de este camino un muro semejante a los tabiques que los charlatanes ponen entre ellos y los espectadores, para ocultarles la combinación y los resortes de las maravillas que hacen...

Figúrate personas que pasan a lo largo del muro llevando objetos de toda clase, figuras de hombres, de animales, de madera o de piedra, de suerte que todo esto aparezca sobre el muro... Se parecen, sin embargo, a nosotros punto por punto. Por lo pronto, ¿crees que pueden ver otra cosa de sí mismos y de los que están a su lado, que las sombras que van a producirse enfrente de ellos en el fondo de la caverna?... Si pudieran conversar unos con otros, ¿no convendrían en dar a las sombras mismas que ven los nombres de las cosas mismas?... Y si en el fondo de su prisión hubiera un eco que repitiese las palabras de los transeúntes, ¿no se imaginarían oír hablar a las sombras mismas que pasan delante de sus ojos?(3).

¿No sugieren la misma idea los dos últimos textos citados? Podemos volver a Poincaré y verlo expresado aún con mayor claridad:

Pero esas denominaciones [se refiere a los diversos modos con los que ha sido conocida la corriente eléctrica] no eran sino imágenes sustitutas de los objetos reales que la naturaleza nos ocultará eternamente. Las relaciones verdaderas entre esos objetos reales son la única realidad que pudiéramos alcanzar, y la única condición es que existan las mismas relaciones entre esos objetos que entre las imágenes que estamos obligados a colocar en su lugar. Si esas relaciones nos son conocidas, nada importa que juzguemos cómo reemplazar una imagen por otra(4).

El punto de vista de Gaudí

El estilo de trabajo de Antoni Gaudí, el arquitecto catalán cuya obra sobrepasa a la de cualquier otro de su época y sigue maravillando a todo aquél que la contempla, ilustra muy bien que hay otras formas de proceder a las encajables dentro del llamado "método científico". Gaudí encontraba la fuente de su inspiración en la Naturaleza, observando las formas de las montañas, el crecimiento de las plantas y árboles, el desarrollo de las nubes o el discurrir del agua modelando los cauces de los ríos, etc. Una vez imaginadas sus futuras construcciones, en las que trataba de imitar los procedimientos de la Naturaleza, Gaudí llevaba a cabo los cálculos de los pesos, las resistencias de los materiales, etc., como comprobación necesaria, pero no a la inversa. En sus propias palabras:

La sabiduría es superior a la ciencia, porque aquélla se refiere al hecho completo, es síntesis, que es vida; por contra la ciencia es análisis, que es muerte, ya que la disección siempre se practica sobre cosas muertas.

La sabiduría es riqueza, es un tesoro; la ciencia nos da la certidumbre de las cosas analizadas, es precisa para que con el tesoro no se mezcle la moneda falsa(5).

Vemos en el proceder y en el pensamiento de Gaudí el camino inverso del arquitecto o científico en estos momentos, así como en las características de sus obras, que han hecho de él el único arquitecto español conocido en todo el mundo. Sistemas similares a los suyos se siguieron para levantar las maravillosas catedrales góticas -denostadas hace no tantos años, en pleno auge del racionalismo-.

Resumiendo, podemos decir que se nos presentan dos posibles vías de trabajo: a partir de una concepción global ir detallando las partes, o a la inversa, a partir de la suma de las partes, intentar obtener (?) el todo.

La suma de las partes no es el organismo

Es en esta última vía cuando avistamos el error de fondo: en un modelo o esquema de la realidad, efectivamente, el total es la suma de las partes. Esta concepción simplista de las cosas, relativamente moderna, es fruto del triunfo del mecanicismo en los siglos XVII y XVIII, cuando con las leyes de Newton y los desarrollos de la dinámica se pensó que todo sistema físico podía ser reducido por las ecuaciones diferenciales adecuadas, de modo que en cualquier momento su estado podía ser predicho a entera satisfacción.

Pero no ocurre lo mismo en la naturaleza real: la mecánica de Newton se reveló impotente para describir el mundo atómico y molecular, y lo mismo ha ocurrido después a escala macroscópica en los sistemas complejos de muchas variables, y no digamos ya en el caso de los seres vivos. El hombre no es la suma de sus órganos, sistemas, huesos y humores, sino mucho más: la organización e integración de sus piezas le da una entidad nueva y vital, por completo diferente a la del cadáver diseccionado. Algo similar sucede en sistemas menos complejos como pueden ser la atmósfera, los ecosistemas, etc., que muestran una gran capacidad para reequilibrarse frente a interacciones e intercambios con el exterior.

Cuando el ingeniero diseña un canal para llevar el agua a través de una llanura lo hace siguiendo el camino aparentemente más sencillo, la línea recta: es el más económico y fácil de trazar. En cambio, el agua en libertad circula de un modo mucho más complicado en apariencia, describe un meandro tras otro siguiendo un camino en zig-zag. No hay duda de que, de las dos soluciones posibles -modelo reduccionista o realidad integrada- la más próxima a los estados de equilibrio, y la más económica por tanto (desde el punto de vista de la naturaleza), es la segunda.

El hombre moderno, desarraigado de su medio natural, se siente extraño y ajeno a la naturaleza; no piensa que forma parte de ella, que es su hijo y, a la vez, transformándola, su acción repercute sobre las generaciones venideras. Ha perdido el contacto con la Gran Madre y se muestra como un extraño en su propia casa; al igual que el hijo pródigo, desoye la voz de quien lo alumbró, hasta que sus errores y las oleadas del destino lo retornen en busca del regazo protector.

Construye en línea recta a lo largo de las tres dimensiones, al no buscar otro beneficio que el económico. Ello le permite ahorrar tiempo y dinero... en un primer momento, porque sus edificaciones, como en general todo lo que hace, tienden a lo efímero, y a medida que agota su ciclo histórico todo se acelera y transcurre cada vez en plazos más cortos: las casas donde vive, las tecnologías que usa, los regímenes políticos y las leyes, sus propias relaciones vitales y sociales...

Todo lo contrario al proceder de la naturaleza, donde el respeto a los ritmos es de crucial importancia. Desde la creación de los átomos en las estrellas y sistemas planetarios, pasando por las primeras agregaciones moleculares, los primeros aminoácidos, las moléculas capaces de autorreplicarse, los primeros organismos unicelulares, más tarde pluricelulares y así sucesivamente hasta llegar al ser más complejo que es el hombre, han pasado millones de años...

El proceder de la naturaleza se efectúa en todo momento paso a paso, átomo a átomo, molécula a molécula, de modo que sólo perviven en ella los seres y procesos óptimos, aquellos que muestran mayor economía y eficacia global. Los demás han visto cortada su propia cadena evolutiva, pereciendo. Así ha surgido la vida, con ese dinamismo único que procede de la agregación y el equilibrio de las partes asociadas por optimización de procesos en el organismo integrado, y le dan la capacidad para superar su propio ciclo y vencer a la muerte, con la reproducción.

La vía muerta del análisis, de la reducción del organismo a las partes, aún está por crear la primera partícula de vida a partir de lo inorgánico. Hasta ahora, no hay laboratorio ni mente más capaces que los de la propia naturaleza.

La ciencia y el conocimiento empírico

Si de cuantificaciones hablamos, una tupidísima red de observatorios toma cada día registros de precipitación, con los que se pueden elaborar líneas isoipsas, estadísticas climáticas, cálculos de corrientes de agua, etc. Pero de nuevo nos topamos con limitaciones, al trabajar con modelos, sin duda muy útiles y necesarios, pero no absolutos ni excluyentes. De ellos hay que esperar lo que pueden dar, pero no más.

Conocer las temperaturas medias de un mes, de una estación, de un año o de períodos más amplios, como las cantidades de lluvia caídas, etc., son sin duda datos preciosos, pero la toma de datos meteorológicos (u otros) y el análisis matemático-estadístico de los mismos no es la única vía de trabajo, ni excluye otras no menos interesantes.

Los archivos de nuestras catedrales, iglesias, concejos, etc., están llenos de registros de riadas y otros sucesos notables que llamaron en su día la atención: floraciones de frutales adelantadas o retrasadas, heladas tardías, granizadas históricas, épocas en las que se llevaron a cabo rogativas, procesiones de santos patronos en demanda de la ansiada lluvia, exposiciones del Agnus Dei para paliar los efectos de las plagas en el campo, etc. Gracias a ellos se ha podido reconstruir el clima en los siglos pasados (Pequeña Edad Glacial del siglo XVII, el período templado de finales de la Edad Media, etc.). Los historiadores, yendo más atrás, han hecho la misma reconstrucción del clima en tiempos babilónicos a partir de las fechas de la recolección de los cereales, registradas en tablillas de barro, del precio de los mismos, etc.

Sin embargo, en los ambientes científicos suele valorarse mucho más el guarismo, el diagrama de barras, las curvas de regresión y todo el aparato matemático de las estadísticas (que, insistimos nuevamente, es una herramienta más de trabajo y no la única).

Pongamos un ejemplo. En la Navidad de 1993 las variedades antiguas de almendros se hallaban en plena floración a 600 m de altura, de modo que, globalmente, fue la más temprana del siglo XX. El 6 de enero de 1994, en el Bajo Ebro y a 220 m de altura, ya pudimos observar albaricoqueros en flor (época normal tercera decena de marzo). ¿Son menos importantes estas observaciones que el gráfico estadístico más complejo de variables meteorológicas?

La respuesta es un no rotundo; y lo decimos de modo contundente, porque el dato fenológico es una información integrada que incluye no sólo todos los parámetros que el meteorólogo puede recoger, sino además todas las interacciones ambientales internas y externas que afectan al ser vivo. Es por tanto una información no sólo global, sino real; no responde a ningún esquema o simplificación de la realidad, sino que es la realidad misma.

El dato fenológico al que aludimos, además, no debe ser interpretado aisladamente; la floración excepcional de la que hablamos vino asociada a grandes desbordamientos de los ríos Rhin, Mosa, Sena, Ebro y otros. La misma circulación de vientos cálidos del Oeste que tanto adelantó la floración en esa época, provocó grandes temporales en el extremo Norte de España, Francia, Alemania, etc., de modo que ambos hechos, aparentemente inconexos, tuvieron una causa común.

Trataremos de aclarar algo más lo que decimos con otro ejemplo. Si un labrador consulta su pluviómetro tras una tormenta en el mes de agosto y comprueba que han caído 32 l/m2, el dato es una información precisa, pero sin duda incompleta. En primer lugar, con las tormentas las cantidades de precipitación son muy dispares de unos lugares a otros, incluso estando cercanos, y para quien trabaja la tierra, el estado de ésta depende en gran medida de sus características (composición), más o menos estable, pero sobre todo del grado de humedad. El término tempero resume en siete letras una gran cantidad de variables edafológicas (si se lo estudia de modo analítico), pero el labrador no dudará en cavar con una azada la tierra tras una llovida y, más allá de todo dato pluviométrico, comprobará si tiene o no tiene sazón antes de ponerse a abrirla con el arado. Sabe que si está excesivamente húmeda, o excesivamente seca, el resultado será desastroso, pues perderá su fertilidad. La experiencia le basta y le sobra.

Queremos resaltar el papel imprescindible de la observación en el quehacer y en la investigación científica, desdeñado muchas veces por considerarse una etapa previa a la elaboración de modelos, a la que se conoce como empirismo (así lo insinúa la cita de Kelvin ya vista). De nuevo, aquí se confunde el pino con el bosque: "ciencia" viene del latín sciencia, que significa "conocimiento", con un significado muy amplio. Las restricciones sobran.

El caso de la Homeopatía como ejemplo

Para dar más peso a lo que decimos podemos poner como ejemplo el caso de la Homeopatía, una medicina que, pese a no contar con un modelo que justifique los hechos observados -hasta hace no muchos años la comunidad científica, con riguroso y profundo criterio racional, negó los hechos y habló de efecto placebo-, cuenta cada día con más usuarios y más médicos que se sirven de ella, de modo que, sin reconocimiento oficial -falta la prueba, el modelo, el experimento definitivo-, se halla extendida por todo el mundo, y es difícil encontrar hoy una farmacia que no disponga de remedios homeopáticos.

La Homeopatía como tal nació en el siglo XVIII -precisamente durante la llegada del invierno de la ciencia antigua y el nacimiento de la moderna- del genio de una sola persona, Samuel Hahnemann, pero la idea básica y el método seguido para crear este sistema terapéutico no son originales, sino muy antiguos. Su eje de pensamiento es que, al diluir una sustancia -atenuación- su efecto medicamentoso se potencia (junto con el golpeteo o sucusión), lo cual se enfrenta radicalmente con las teorías de la Química y los efectos farmacodinámicos observados en dosis ponderales. Para la lógica lineal, media aspirina hará menos efectos que una entera, y ésta, menos que dos. Pero semejante lógica sencilla no se presenta con frecuencia en la realidad de la naturaleza.

Hahnemann, siguiendo la corriente de las ideas alquímicas , postula que al diluir una sustancia hasta límites que se acerquen o rebasen el número de Avogadro, su efecto tóxico (si lo tenía) se desvanece, y, por el contrario, aparecen propiedades terapéuticas que siguen aumentando con la dilución y la dinamización (golpeteo seco de la disolución en el caso de los líquidos, o removido sin cesar en el mortero de ágata en el caso de los sólidos).

Esta faceta viola los principios actuales de la Química, la cual muestra insuficiencias cuando se aplican las leyes in vitro a los seres vivos. Ello hace deseable un nuevo modelo de la realidad que dé cuenta de los hechos observados por los homeópatas, no la negación de los mismos.

El pensamiento y las ideas homeopáticos son radicales para la ortodoxia científica, y los métodos de obtención de sus remedios muy delicados, pero donde resalta la importancia de la observación -y por ello lo estamos poniendo como modelo y ejemplo- es en el modo de determinar los remedios para atacar los estados o condiciones patológicos.

El remedio homeopáticamente preparado provoca en el sujeto sano una serie de síntomas y alteraciones que son justamente aquellas que cura en el sujeto enfermo. Para ensayar uno de estos remedios, la "cobaya" humana debe analizar minuciosamente sus reacciones, sensaciones, apetencias, reacciones físicas, etc., tras la toma del remedio, sin desdeñar el menor detalle. Si le apetecen huevos duros o pimientos asados es importante, si le parece que lo persigue alguien también, tanto como si le sale una verruga o una urticaria, provoca acidez de estómago, migraña, etc.

La observación es fundamental en Homeopatía, tanto en el conocimiento del espectro de un remedio, como en el de la aplicación del mismo. La medicina hipocrática aplica la filosofía de los contrarios: ante una inflamación da un antiinflamatorio, ante los vómitos un antiemético, ante la fiebre un antitérmico, para la diarrea un antidiarreico, etc. Vemos aquí una lógica simple, lineal, que sólo debe aplicarse en casos extremos.

Hemos dicho antes que el ser vivo -y en general cualquier sistema dinámico complejo como un ecosistema, la atmósfera, etc.- es una entidad organizada que va mucho más allá de la suma de las partes. El ensamblaje de los órganos y sistemas (algo parecido pasa también en el caso de los motores mecánicos) lo dota de algo más que los mismos; los vínculos que se establecen entre ellos crean algo nuevo, un dinamismo causante de que lo que ocurre en una parte afecte al resto en mayor o menor grado, trasformando todo el conjunto, de modo que éste se perfecciona para seguir funcionando o se desestabiliza y quiebra. En el caso de los seres vivos la medicina clásica habla de la Physis, una capacidad que ha desarrollado el ser vivo para dar la respuesta mejor y más económica ante cualquier alteración, interna o externa. Esta capacidad, fruto de una selección natural (genética), es la estrategia óptima que le ha permitido sobrevivir al paso del tiempo.

Desde el punto de vista de esta lógica, mucho más compleja que la binaria si-no, blanco-negro, el organismo humano, ante cualquier perturbación propia del sistema o ajena del exterior, se defiende de la mejor manera posible. Ante un ataque viral responde con la fiebre, único modo de eliminar los virus; así contemplado el hecho, el antitérmico suprime esa respuesta, impidiendo la eliminación de los atacantes. El medicamento antitérmico sólo debe administrarse por tanto si peligra la vida del paciente.

Ante una intoxicación (bacteriana, química) el organismo se defiende eliminando el veneno mediante vómitos o diarreas; el medicamento supresivo elimina los síntomas molestos, pero impide la expulsión del agente causal, que queda dentro del organismo y lo prepara para otros ataques o predispone a enfermedades nuevas.

Esa lógica hipocrática, tan evidente en apariencia, se muestra simplista cuando se la emplea indiscriminadamente. El médico homeópata, en cambio, se toma su tiempo en interrogar al individuo para prescribir el remedio adecuado, y desde luego, salvo en casos extremos deja actuar al organismo, mucho más inteligente de lo que generalmente se piensa.

Aunque la Homeopatía se halla extendida universalmente y su práctica no deja de aumentar -se halla incluida en los sistemas públicos médicos en países como Francia y Alemania-, no está admitida como ciencia, puesto que muestra lagunas en otras ramas del conocimiento -Química, Farmacología, Biología-, es decir, no hay un modelo científico al uso que explique los hechos observados, lo que realmente no deja de ser curioso. Existe el hecho, y como somos incapaces de explicarlo, no hay ciencia reconocida, no hay conocimiento del mismo. Paradigmático.

Observación e interpretación: Biometeorología

Es conocido el hecho de que determinados sujetos perciben con varios días de antelación cambios meteorológicos más o menos importantes; hoy se halla bien establecido -aunque ya lo estudiase la medicina griega en el siglo V a.C.- que el clima y los cambios de tiempo ejercen una notable influencia en los individuos, sobre todo en aquellos llamados "meteorosensibles", entre quienes se encuentran los que han sufrido alguna fractura o intervención quirúrgica, los reumáticos, etc., lo cual ha dado lugar al nacimiento de una nueva rama de la ciencia, la Biometeorología.

Se acepta que el acercamiento de un frente frío, o la gestación de una tormenta, dado que implican cambios de presión, temperatura, campo eléctrico, ionización del aire, etc., afectan a estos sujetos a través del sistema nervioso, alterando determinados neurotransmisores, causando así cambios químicos hormonales y similares.

Tales sensaciones pertenecen al terreno de la experiencia común, y es igualmente conocido que los niños y ancianos son sujetos especialmente meteorotrópicos; de ello son conscientes los cuidadores de las guarderías, los maestros en las escuelas, los médicos y cuidadores de las residencias o centros geriátricos, etc.

Como representantes de esa lógica lineal a la que ya hemos aludido tenemos los presupuestos de la Biometeorología, que establecen la relación causa-efecto entre el cambio de tiempo y sus parámetros asociados, con la reacción de los sujetos sensibles. Pero esto no siempre sucede así: existen otras maneras de contemplar e interpretar estos hechos, desde los presupuestos de la ciencia antigua. Para ella, los cambios que se producen en la Tierra tienen como motor más importante el giro de los cielos sobre nuestro planeta, y en primer lugar los influjos del Sol y de la Luna, seguidos de los demás elementos del Sistema Solar (aunque sepamos que este giro se produzca realmente de otro modo, pero nosotros somos el centro de referencia y como tal ha de tomarse).

Existe, como decimos, otra vía de interpretación; veamos cómo enfoca el problema el decano de la Astrología española, Demetrio Santos:

El solo razonamiento científico no resuelve todas las cuestiones, pues la realidad es supralógica, entrando en ella la inspiración y la intuición... A este respecto invertimos el razonamiento al juzgar el influjo ambiental sobre los seres vivientes. Creemos que es el estado atmosférico, por ejemplo, el que influye en una cierta patología, por la carga eléctrica, los frentes ciclónicos, etc., y ello es verdad solo en último término como "señal" y no causa.

Porque si tenemos, por ejemplo, una cierta radiación que obra en diversas estructuras, éstas serán afectadas y transformadas de acuerdo con su complejidad, siendo las más complejas las que primero lo manifiestan, pues para subsistir necesitan un gran número de vínculos internos, cualquiera de los cuales puede ser influido y alterado, mientras que en las más simples, el número de vínculos, y con ello la ocasión de fallo, será menor.

Así pues, si comparamos el ser vivo, con sus innumerables conexiones internas, con los elementos del equilibrio atmosférico, pese a parecer éste muy complejo, ante cualquier trastorno, el primero en acusarlo será el ser viviente, y posteriormente podrá observarse en la atmósfera.

Por tanto, no es el cambio meteorológico visible el que produce la patología susodicha, sino que ésta acusa las alteraciones sutiles que le llegan mucho antes de que sean capaces de hacerse visibles en la atmósfera; de ahí que son los vivientes la señal del cambio, y no a la inversa(6).

Por tanto, desde el punto de vista de la Astrometeorología, es la onda planetaria la que está modelando constantemente la Tierra, de modo que su señal es captada por todos los sistemas terrestres sintonizados a ella de un modo u otro; los organismos más complejos son los primeros en acusar esta señal cuando se rebasa su capacidad de adaptación (k de elasticidad en los sistemas mecánicos), si aquélla es excesivamente fuerte (aspectos planetarios). Después, la crisis (transformación) aparecerá en sistemas menos complejos, como es el caso de la atmósfera.

Del mismo modo que la reacción de los humanos, por ejemplo, será diferente según su edad, sexo, constitución, etc., tampoco los fenómenos meteorológicos asociados al impacto de la onda planetaria serán iguales en todos los lugares. La alteración, como es global, se dejará sentir en toda la Tierra, pero los fenómenos locales resultarán muy diversos. Puede verse alterada la circulación general de la atmósfera, las corrientes marinas, la estructura de las capas del aire, etc., dejándose sentir de manera muy diferente de unos puntos a otros. Los vientos pasarán a dominar de una componente aquí y de la opuesta allá, en unos lugares vendrá una racha cálida y en otros fría, lluvias o sequía, etc. Previamente, se habrán podido observar cambios fenológicos, de conducta en los humanos, se habrán dado incrementos de algunas patologías (de origen reumático, cardiocirculatorio, respiratorio, etc.), accidentes de aviones o trenes, etc.

Así pues, en ciencia, la observación es importante, pero no lo es menos la interpretación de lo observado, de manera que una y otra se condicionan mutuamente. Lo que percibimos moldea la elaboración de nuestro pensamiento, y a su vez éste nos lleva a contemplar de otro modo cuanto pasa ante nosotros.

Lo que queda en evidencia es que, en el estudio de los sistemas complejos, el método reduccionista empleado en los últimos siglos por los científicos se revela tremendamente limitado e insuficiente. Al disecar la realidad -dividirla en partes, aislar unas de otras, prescindir de las interconexiones mutuas, y, en general, privarla de su propio dinamismo que le da entidad propia-, la desnaturalizamos de tal manera que pasa a ser una simple caricatura.

Unidad en la Naturaleza

Es real, sin mentira, cierto y muy verdadero.

Lo que está abajo es como lo que está arriba, y lo que está arriba es como lo que está abajo, para hacer el milagro de una sola cosa.

Así comienza uno de los textos herméticos más conocidos, La Tabla de esmeralda. En el cuadro de la ciencia antigua se refiere a la semejanza existente entre el cielo -mundo superior o "de arriba"- y el inferior (lo terrestre), ya que en tales concepciones uno es causa activa y otro sujeto pasivo, uno modela y el otro es modelado. Del mismo modo debe entenderse el Génesis bíblico cuando afirma que "Dios crió al hombre a su imagen y semejanza" (identidad entre macrocosmos y microcosmos en la ciencia griega).

Así pues, en la naturaleza todas las cosas forman parte de una realidad única a indivisible, de modo que lo sucedido en una de ellas repercute en el resto. Esta idea se aplicó desde un primer momento en Ecología al estudio de las interacciones en los ecosistemas. La lógica simplista a la que ya hemos hecho alusión pensó en un primer momento que, en el caso de los elefantes, por su enorme tamaño y gran necesidad de alimento diario contribuían a la destrucción de la vegetación, sobre todo de la arbórea, y con ello de ecosistemas completos.

Un examen más atento revela que el elefante dispone de una aparato digestivo rudimentario y devuelve grandes cantidades de la masa vegetal ingerida poco transformada, de modo que globalmente fertiliza la tierra y contribuye al mantenimiento de los ecosistemas donde habita. En la Hipótesis Gaya de Lovelock vemos expresada la idea con mayor concreción: superando el concepto de que sobrevive la especie que mejor se adapta (Darwin), aquí la especie que perdura es la que contribuye del modo más óptimo a la homeostasis del medio (a su mantenimiento y estabilidad).

La idea de la unicidad en la naturaleza no es nueva, sino tal vez la más antigua en el mundo de los conceptos científicos. Dio origen a la Astrología, vertebrando todo el pensamiento de la ciencia hasta el siglo XVII. Durante muchos siglos se atribuyeron a las disposiciones de los astros los sucesos climáticos, pero también las guerras, epidemias, evolución de los reinos y sociedades, en el supuesto de que todo formaba parte de un entramado único e indisociable. En la ciencia moderna esta idea se expresa en la búsqueda de unificar y generalizar las leyes, en la aplicación universal de las mismas. Expresar a través de la misma ecuación la caída de una manzana que el movimiento de la Luna (Newton, siglo XVII) dio el golpe de gracia a la ortodoxia aristotélica y revolucionó el panorama científico europeo, derivándolo hacia sus cauces actuales. El mismo trasfondo de síntesis se observa en el esfuerzo pionero de Einstein por encontrar una fórmula única de la que derivasen todas las demás leyes físicas.

Volvamos a Henri Poincaré, cuando trata de este tema en La ciencia y la hipótesis:

Observemos en primer lugar que toda generalización supone en cierta medida la creencia en la unidad y en la simplicidad de la naturaleza. Para la unidad no puede haber dificultad por ello. Si las distintas partes del Universo no fueran como los órganos de un mismo cuerpo, no actuarían unas sobre otras, se ignorarían mutuamente; y nosotros en particular no conoceríamos más que una sola. No tenemos, pues, que preguntarnos si la naturaleza es una, sino cómo es una(7).

Una idea común en nuestros tiempos es que, por ejemplo, el cabañuelista que efectúa sus pronósticos del tiempo para todo un año sin ir más allá de la observación del cielo de su pueblo durante los 12 primeros días del mes de agosto, es un personaje simple y crédulo en vías de feliz extinción. Que frente a los potentes modelos numéricos que manejas las poderosas computadoras

de los sistemas de predicción, los radares y satélites meteorológicos, nada tiene que hacer sino cubrirse de ridículo.

Pero todo esto no es sino parte de una verdad; tiene algo de cierto si pensamos que el cabañuelista se halla alejado de la cultura que alumbró su sistema predictivo, y ha perdido la sensibilidad, agudeza visual e intuición de sus mayores. Pero la idea que subyace en el fondo de su método sigue siendo perfectamente válida: analiza un punto de crisis de la onda climática anual y juzga a partir del mismo, como el médico da el pronóstico de una enfermedad a partir de ciertos datos clínicos. El cabañuelista no ve más allá del horizonte del lugar donde vive, pero tampoco lo necesita: los fenómenos que se desarrollan ante sus ojos forman parte del entramado de una realidad única, de ahí que se haya comprobado que el nivel de agua de la laguna de Gallocanta (Zaragoza) guarda relaciones con el fenómeno de El Niño, el cual se produce, como es sabido, en el océano Pacífico.

Desde este punto de vista, la atmósfera se parece a una inmensa tela de araña, tejida en medio del Sistema Solar; el observador conspicuo se halla en su centro a la espera de recibir cualquier señal externa que delate la presencia del intruso en las proximidades. El aleteo del insecto apetecido, el choque contra la tela o la vibración de alguno de los hilos, permitirán que la araña vigilante lo detecte; el movimiento se propagará a través del tejido, y de ese modo caerá en la trampa y podrá ser atrapado.

Nuestro cabañuelista, como la araña tejedora, más que de complicadas máquinas y procedimientos matemáticos estadísticos, necesita de una clave interpretativa adecuada (y la intuición, arraigo al medio e inspiración de sus mayores) para realizar un pronóstico ajustado a la realidad, pronóstico que, dicho sea de paso, sigue siendo esquivo para nuestros queridos y admirados meteorólogos, a quienes algún día la sociedad debiera rendir homenaje por su trabajo, y no recibir la incomprensión y el rechazo de muchos cuando las predicciones resultan fallidas en sus pequeños cotos particulares.

El problema del determinismo

En ciencia se ha planteado el problema filosófico del determinismo; algunos piensan que el método científico falla porque normalmente no conocemos todas las variables que entran en juego en un problema o cuestión concreta, o por la imposibilidad de incluir todos los valores matemáticos en todo momento. Por ejemplo, para los deterministas, si a cada bola que hay en un bombo de lotería, y al propio bombo, les damos todas las variables matemáticas que influyen en su movimiento y la ecuación que lo determina, lograremos saber cuál de ellas va a salir si abrimos la trampilla en un instante concreto.

Hoy sabemos que esto no es posible, porque en este movimiento -y en general, en la mayoría de fenómenos físicos naturales- conviven el orden y el caos. El orden es aquella parte que somos capaces de predecir con las ecuaciones matemáticas, pero con él convive el caos, o concatenación de hechos que hacen impredecible conocer con precisión el final de un valor concreto (posición, velocidad, etc.).

Sólo hay determinación cuando simplificamos los problemas, cuando reducimos las variables que intervienen en él, cuando lo desnaturalizamos. La incertidumbre, aceptada en el mundo microscópico por la Física -Principio de Heisemberg-, se da también en el mundo sensible, en lo macroscópico. Este hecho ha abierto nuevas vías de investigación y de tratamiento matemático de la realidad, de lo cual nos congratulamos.

Hoy ya se acepta que "científico" no es sinónimo de "verdadero". Del mismo modo que cayeron los dogmas filosófico-religiosos de la ciencia antigua, van cayendo los nuevos ídolos de la moderna. En su adolescencia, algunos pensaron, como el rebelde quinceañero, que todo lo viejo era falso e inútil, cuando no fruto de la superstición o de la ignorancia.

Pasados varios siglos, el adolescente se plantea, como el joven al entrar en la madurez, que tal vez en el pensamiento de sus antepasados había algo de valor, algo aprovechable. El viejo árbol comienza a echar retoños unos siglos después.

Ya se presiente la primavera.

Orden y caos. Nuevas maneras de enfocar los problemas.

En las últimas décadas se han dado pasos importantes en los modelos que tratan de interpretar sistemas complejos; con ello, hemos visto cómo los términos "fractal" o "crecimiento fractal" se han ido haciendo más y más conocidos en el mundo de la ciencia. Los debemos a Benoit M. Mandelbrot, y en principio puede decirse que un fractal es una expresión matemática que, al ser desarrollada gráficamente mediante el empleo de computadoras, proporciona imágenes con una curiosísima e interesante propiedad: un objeto fractal presenta el mismo aspecto observado en una escala de metros, que de milímetros o de micrómetros. Más interesante aún es la constatación de que en la naturaleza se encuentran este tipo de objetos o de crecimiento fractal:

Es casi seguro que las arbitrarias configuraciones que dibujan las nubes en el cielo y los sinuosos perfiles del litoral sean fractales(8).

Esta invariancia frente a los cambios de escala de los objetos fractales llama enseguida la atención a quien conozca las bases técnicas de la prospectiva astrológica; por ejemplo, en las direcciones primarias un grado equivale a un año, y en las secundarias un día de vida del recién nacido a un año. Y del mismo modo los métodos de predicciones de las populares cabañuelas, propias de los medios rurales de buena parte de España, de Europa y América.

En ellas podemos ver que el tiempo del 1 de agosto se proyecta sobre los 365 días del año siguiente, a razón de 2 horas por mes (juicio universal meteorológico)(9). En los procedimientos más extendidos se proyecta el tiempo de un día concreto sobre uno de los meses del año, por ejemplo 1 agosto=agosto, o 1 agosto=enero; en otros el día del ciclo directo (1-12 de agosto) se proyecta sobre la primera quincena del mes correspondiente, y en el inverso (retornas, cabañuelas retorneras del 13 al 24 de agosto) sobre la segunda.

En muchísimos refranes europeos se dice que si tal día del año hace tal tiempo, continuarán 40 días, 6 o 7 semanas, del mismo régimen meteorológico dominante. La idea es muy antigua, y podemos verla por escrito a través del griego Teofrasto, en De signis:

La primera cosa que debe tenerse en cuenta es que los períodos (wrai) se dividen en dos. A partir de esta división es necesario considerar no solamente el año, sino el mes y el día. El orto y el ocaso de las Pléyades dividen el año en dos y de uno a otro transcurre realmente medio año. Idéntica división conforman los equinoccios y los solsticios. De aquí se deduce que, cualquiera que sea la situación atmosférica dada en el momento del ocaso de las Pléyades, muy a menudo ésta permanecerá hasta el solsticio [de invierno], y, de cambiar, lo hará después. Pero, si no cambia, se mantendrá hasta el equinoccio [de primavera]; del equinoccio, a continuación, hasta el orto de las Pléyades [12 de mayo], y a continuación hasta el solsticio [de verano]; de aquí hasta el equinoccio [de otoño] y seguido hasta el ocaso de las Pléyades [11 de noviembre](10).

Así pues, las formulaciones cambian, pero el fondo de las ideas y conceptos permanecen. El cabañuelista, o el campesino que se guía por un refrán como el viento de San Martín dura hasta el fin [de año], posiblemente no conozcan qué es un fractal ni hayan oído siquiera hablar sobre el tema, pero están aplicando la misma idea de fondo: la similitud entre la parte y el todo.

Volvemos a la idea de la tela de araña: la atmósfera se comporta como una compleja red en la que cualquier cosa que ocurre en ella repercute sobre el resto. Todo es cuestión de saber descifrar la información contenida en una pequeña parte de la misma para poder acceder a un conocimiento en mayor escala (futuro) de cómo se van a desarrollar las rachas climáticas.

Y para ello, lo primero es observar detalladamente con arreglo a una clave interpretativa capaz de desentrañar el problema de la prospectiva. Así procedían los antiguos, observando cuidadosamente la atmósfera en determinados momentos del año, tal como hemos visto en el texto de Teofrasto, o puede hacerse en el Parapegma de Gémino y otros.

Estas claves interpretativas fueron conocidas en el pasado, pero sin duda pueden reconstruirse en el presente. Y a ello se aplica la Meteorognomía.

Dos cerebros, dos realidades externas

Uno de los axiomas de la ciencia antigua, ya expresado, es el de la semejanza entre el macrocosmos y el microcosmos -dicho de otro modo, el universo y el hombre, o "lo de arriba" y "lo de abajo"-. Pocas cosas más evidentes que la conexión entre los seres vivos y el entorno cósmico próximo, y, sin embargo, la sola mención de este hecho suele poner los pelos de punta a la comunidad científica.

El hombre, y el ser vivo en general, tienen sus propios ritmos biológicos, pero precisan de señales externas para mantenerlos. Seguimos los ciclos del Sol -diario, anual-, el solilunar (mensual), y aunque sean menos evidentes, también los ritmos planetarios, simples y compuestos. Más aún: a lo largo de millones de años de evolución, nuestros precedentes en la cadena filogenética han seguido esas señales externas y se han "puesto en hora" con ellas, todas cíclicas, de modo que las llevamos grabadas genéticamente.

No somos más que un trozo de universo que se ha individualizado, un pedazo de mundo que se ha desgajado de la corriente general y, dentro de ciertos márgenes, vive con cierta autonomía. Si tenemos huesos es porque en nuestro entorno inmediato hay rocas; tenemos ojos porque hay luz, oído porque fuera hay ondas de la gama acústica e intercambiamos de continuo aire (al respirar), agua (al beber), así como tierra y fuego (alimento, luz, calor, etc.).

Sin embargo, no vemos con los ojos, ni oímos con las orejas: es el cerebro el que procesa buena parte de la información que recibimos del exterior y responde a través de estímulos mediante el sistema nervioso. Pero el cerebro humano consta de dos hemisferios, unidos por el cuerpo calloso, que se hallan relacionados con áreas muy diversas de actividad y funcionan de modo muy diferente, aunque complementario.

El hemisferio izquierdo se relaciona con todo lo lógico-racional: procesa signos y lee, suma, resta, multiplica y divide, conoce el tiempo y su transcurso. Digamos que es literal, temporal y matemático, y se guía por la lógica lineal y binaria (si-no, arriba-abajo, antes-después, más-menos, etc.).

El hemisferio derecho, en cambio, no es verbal, no conoce a través de palabras, sino de imágenes y símbolos; puede procesar varias clases de información simultáneamente y da soluciones de golpe cuando se disparan una sucesión de mecanismos, más allá de todo proceso racional (o sea, que es holístico); tiene capacidad imaginativa y fantástica, y es por tanto básico en la facultad creativa. Digamos que es el hemisferio intuitivo y que su lenguaje son los símbolos.

Invirtiendo el axioma básico del que hemos partido, los dos hemisferios cerebrales son fruto de la evolución y reflejo humano de la realidad externa (medio ambiente); la inteligencia que muestran revela la existencia de esta cualidad en el universo -el mundo de las ideas platónico-, y, yendo más allá, la existencia de dos hemisferios inteligentes con facetas tan separadas, sugiere la de dos tipos de realidades: una que es interpretable de modo lógico-verbal-matemático y otra a través de la vía intuitivo-inspirada-simbólica.

Es de experiencia común que, ante un problema de tipo matemático, la sola lógica no basta; tanto al estudiante en un examen de Física, Química o Matemáticas, como al investigador intentando encontrar una vía aún no solucionada, necesitan de ese chispazo de genio intuitivo, de inspiración, que desencadene posteriormente todos los mecanismos del razonamiento lógico. Cuando hay varios investigadores de similar talla intelectual intentando solucionar un problema, aquel a quien antes sorprende la inspiración es quien lo resuelve primero. Por eso se suele decir que "el espíritu sopla donde quiere".

Es bien conocido también que, además de una preparación suficiente (lógica), este tipo de destellos de la inteligencia requiere relajación y dejar la mente "en blanco", alejada de toda preocupación cotidiana.

A lo largo de la Historia han convivido ambas vías de acceso al conocimiento, sin que una tenga porqué negar o excluir la otra (pese a que los historiadores de la ciencia no hablan para nada de la vía no racional). Desgraciadamente, esa misma Historia muestra que en unas etapas ha predominado la vía lógica (en parte la ciencia babilónica y griega, durante la Antigüedad, actualmente en el mundo occidental), y en otras la intuitivo-mística, con todo tipo de excesos (en parte la ciencia oriental, la griega y la romana, pero sobre todo las corrientes herméticas, gnósticas y neoplatónicas). Vemos convivir la Astronomía, las Matemáticas y la Geometría en Babilonia y Grecia con los adivinos, augures, arúspices y los profetas bíblicos, y del mismo modo el cultivo del acceso al conocimiento de lo divino mediante las religiones mistéricas y la teurgia gnóstica y neoplatónica. Los excesos, hay que reconocerlo, de dan, se han dado, y seguramente se darán, en ambas vías: hay creaciones de la ciencia moderna que provocan escalofríos, y ya veremos cómo nos juzgan a nosotros las generaciones venideras.

Más allá de las desviaciones humanas, queremos resaltar aquí la existencia de esa otra vía abierta al conocimiento del mundo, la intuitivo mística, que para nada se cultiva en las escuelas y universidades de nuestro mundo occidental. El hemisferio derecho humano responde a una faceta del universo real que en absoluto es contemplada en los programas de estudio, al menos como disciplina. Sí que es cierto que en el siglo XX ha habido autores que se han acercado al problema -entre los más conocidos Freud, y sobre todo, Jung-, pero si viajamos a la India, esta manera de abordar el conocimiento de las cosas se halla tan viva y presente en la vida cotidiana como lo pudo estar en Europa durante la Edad Media.

El empleo del lenguaje simbólico y el manejo de los símbolos, que con tanta soltura desarrollan los tratados de magia y astrología medievales -y no son sino un rebrote tardío de orientalismo antiguo-, se halla en pleno uso entre las culturas tradicionales de la India. La utilización de los omens para conocer el futuro, así como las "interrogaciones" y "elecciones" astrológicas, con sus conjuntos de principios y reglas de aplicación bien precisas, responden a esa otra realidad (la que responde al hemisferio cerebral derecho), donde la observación también es fundamental.

Bajo este punto de vista, hechos aparentemente inconexos o casuales, forman parte del entramado de una realidad irracional, o mejor, supralógica, ajena a la razón y a los razonamientos del hemisferio cerebral izquierdo, pero tan real como aquéllos. Sucesos a los que de ordinario no damos importancia pueden guardar relación con las preocupaciones que nos asaltan en un determinado momento y ser la clave de las respuestas que buscamos. El surgimiento de un problema de huesos, por ejemplo, puede ser el aura de un accidente o de una muerte cercanos en el tiempo (espectro de regencias de Saturno). Un sueño o un hecho donde interviene el agua pueden muy bien guardar relación con el espectro femenino de un hombre (esposa, amante, madre, hermanas, etc.), y lo mismo puede interpretarse en el caso de otros grupos simbólicos coherentes.

En el caso de la Meteorognomía era conocida la existencia de personas en los pueblos con especiales aptitudes para la predicción del tiempo, sobre todo a largo plazo:

En Daroca [Teruel], hace siglo y medio, los labradores mantenían a un individuo afamado por sus observaciones de la lluvia, el cual vivía en la montaña con la obligación de avisar a diario el tiempo que iba a hacer. Se anticiparon a los partes meteorológicos(11).

Varios pares de ojos pueden hallarse ante la visión de los mismos fenómenos, pero el procesamiento de las imágenes por el cerebro varía enormemente de unas personas a otras: ya hemos dicho que éste será muy diferente con arreglo a la aplicación de una u otra clave interpretativa (o su ausencia). También es conocido el hecho de que, los ciegos de nacimiento, en el momento de recuperar la visión, tienen una gran dificultad para describir y expresar verbalmente lo que se halla ante sus ojos, y durante cierto tiempo prefieren servirse del tacto, aunque vean con claridad. Digamos que su hardware vuelve a ser como el de cualquiera, pero no el software, que el individuo sano tiene mucho más desarrollado al haber crecido con él.

La visión no es sólo una cuestión de los ojos, sino de la clase de inteligencia con la que se miran las cosas, la educación y las experiencias vividas, así como la cultura en el más amplio sentido del término.

En resumen: los modelos científicos y el acceso al conocimiento por la vía exclusivamente racional son herramientas para interpretar la realidad (es decir, para hacer ciencia), pero no son cerrados ni completos en sí mismos. Existe al menos otra vía de acceso, la propia del hemisferio cerebral derecho.

La Astrología, ciencia de observación

Hemos dicho que el empirismo se considera de ordinario una etapa incipiente del conocimiento, lo cual no es cierto en absoluto. El error viene de exigir por norma una prueba o experiencia para que una teoría o modelo venga a ser admitido dentro de la ortodoxia científica de nuestros tiempos. Pero esto no siempre resulta posible, es más, la repetición de una experiencia de laboratorio sin que varíen las condiciones de trabajo, sólo es posible dentro de ciertas restricciones, porque nunca un instante es igual a otro (al menos, en la perspectiva de la ciencia de la Antigüedad). Henri Poincaré expresaba con claridad el problema a finales del siglo XIX:

El método de las ciencias físicas descansa en la inducción que nos hace esperar la repetición de un fenómeno cuando se reproducen las circunstancias en las cuales se había presentado por primera vez. Si todas las circunstancias pudieran reproducirse simultáneamente, este principio podría ser aplicado sin temor; pero esto no sucederá jamás; algunas de estas circunstancias faltarán siempre. ¿Estamos absolutamente seguros de que ellas no tienen importancia? Evidentemente, no. Eso podría ser verosímil, pero no rigurosamente cierto. De ahí el papel importante que la noción de probabilidad desempeña en las ciencias físicas(12).

Según el criterio anteriormente expresado, la imposibilidad de aportar una prueba demostradora de que en las mismas condiciones se repite tal hecho o ley, aleja el hecho o el fenómeno concernido de entrar en la casa de la ciencia(!). Dado que las configuraciones planetarias de un momento determinado no se repiten jamás, el criterio aludido aleja a la Astrología del edificio científico (cuando ha estado en él desde el inicio de los tiempos hasta el siglo XVII).

Contemplado con criterios menos peregrinos (que no por ello deben dejar de ser rigurosos), la Astrología forma parte de las llamadas "ciencias de observación". En buena parte, la Medicina, por ejemplo, también puede ser considerada del mismo modo, y de hecho, los médicos se sirven a menudo del llamado "ojo clínico" en algunos momentos de su trabajo (que comprende un mucho de experiencia y otro mucho de intuición, más allá de las pruebas y los análisis clínicos).

Decimos que la Astrología es ciencia de observación, ya que su laboratorio es la propia naturaleza y las condiciones de un momento jamás son iguales a las de otro, pero esta circunstancia no la aleja para nada del campo de un precioso conocimiento. De observación, sí, pero también de inducción, porque se basa en leyes físicas, y cuando las condiciones son muy similares (aunque no absolutamente iguales), sabemos que es extremadamente probable que se repitan los mismos o parecidos fenómenos. Por ello sus predicciones se expresan siempre en términos de probabilidades, al igual que ocurre en materias donde no hay otra posibilidad de aparato matemático que la estadística (la Termodinámica cuando se estudia a nivel macroscópico, la Mecánica Cuántica, etc.).

La Astrología es ciencia de observación, pero también dispone de modelos y teorías capaces de dar cuenta de los hechos observados, y predecir otros nuevos que a su vez mejoren los anteriores. De observación racional, sí, pero también se halla plenamente admitida y utilizada la otra vía, la que emplea el lenguaje de los símbolos e interpreta la realidad más allá de la simple lógica racional.

Y también, como toda ciencia, es predictiva, y a través de la prospectiva es donde básicamente hay que juzgarla en estos momentos, precisamente donde encuentra mayor utilidad, ya que ninguna otra rama del conocimiento le disputa este campo de acción.

A través de todos estos caminos podemos movernos; dejemos los prejuicios para quienes se adornan con ellos y sigamos por nuestra senda sin otra preocupación que el bienhacer de cada día. No hay nada que perder.

Notas

1.- Citado en Física, Francis W. Sears y Mark W. Zemansky, pág. 3. Aguilar, Madrid, 1970.

2.- Henri Poincaré. La ciencia y la hipótesis. Introducción, págs. 14-15. Espasa-Calpe, S.A. Madrid, 1963.

3.- Platón. La República o el Estado. Espasa-Calpe, S.A. Madrid, 1983. Libro VII, págs. 205-206.

4.- Henri Poincaré, obra citada, pág. 150.

5.- Antoni Gaudí. Manuscritos, artículos, conversaciones y dibujos, pág. 93. Diversas instituciones. Murcia, 2002.

6.- Demetrio Santos. Astrología paleolítica. Congreso de Astrología Barcelona 2002. Edición digital. Revista astrológica MERCURIO-3.

7.- Obra citada, pág. 137.

8.- Leonard M. Sander. Crecimiento fractal. Orden y caos. Libros de Investigación y Ciencia. Prensa Científica, S.A. Barcelona, 1990. Pág. 91.

9.- Manuel Plaza García, autor y editor. Cabañuelas. Primera, Segunda y Tercera partes. Toledo, 2001.

10.- De signis. Cap. 6-7, Hort. p. 394. Citado por Giuseppe Bezza, Du calendrier naturel à l'Astrologie. Edición digital en http:// cura.free.fr

11.- Citado por Enrique Casas Gaspar en Ritos agrarios. Folklore campesino español. Madrid, 1950. De la obra de Gabriel Alonso Herrera. Agricultura general, corregida según el texto original de la primera edición publicada en 1513 y adicionada por la R. Sociedad Económica Matritense, 1918-19.

12.- Obra citada. Introducción, pág. 16.

© José Luis Pascual Blázquez. Abril, 2003

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