Demetrio
Santos Santos
Demetrio Santos nos dejó un 26 de febrero de
2016, tras haber publicado una abundantísima obra astrológica y científica.
Pese a sus numerosas apariciones en Jornadas y Congresos astrológicos,
colaboraciones en Radio TV, aún quedaron abundantes materiales sin dar a
conocer al público, por muy diversos motivos.
Su obra principal, el extensísimo Diario (para él, APUNTES) que fue
redactando entre 1953 y 2007, de donde salieron los libros que vieron la luz en
su día, está siendo dado a conocer a través de la Sociedad Española de
Astrología desde 2015. Por haber trabajado en él desde el primer momento de su
recuperación y haber pasado anteriormente por nuestros ojos todas sus
publicaciones anteriores, estamos en condiciones de asegurar que no son más de
lo mismo, sino todo lo contrario. Este legado nos fue entregado por deseo
propio de Demetrio y de su hijo Jesús, con la condición de darlo a conocer
respetando todos sus contenidos. A través de esas páginas se constata cómo fueron
surgiendo en su mente, a lo largo del tiempo, entre otras muchas, las ideas
básicas de las Ecuaciones Fundamentales, la Teoría de los Aspectos, los
Principios Astrológicos, las Casas Fotoeclípticas y la importancia de la
radiación gamma, de los que surgieron una “Interpretación Astrológica” que
respeta y reafirma los fundamentos de la Astrología Tradicional. Es por ello
que le dan coherencia, cuerpo científico y solidez argumental, sirviendo tanto
para los practicantes de la Astrología como para que sus detractores dispongan
de materiales adecuados sobre los que reflexionar (algo que parece ajeno a los
tiempos que corren).
La frescura que se revela en este Diario choca de lleno con las
publicaciones anteriores de Demetrio. Si en estas últimas se notan los
condicionamientos editoriales y las premuras propias de cualquier obra que va a
ver la luz, en el Diario su deja
traslucir cómo su autor se enfrenta en solitario a sus propios fantasmas,
cerrando el paso a cualquier duda o posible error (ahí pueden verse diversas
correcciones y ampliaciones a los trabajos iniciales). Manifiesta la claridad
que uno se exige a sí mismo cuando, ante una materia dificultosa, intuye los
problemas de comprensión que le van a venir al releer esos materiales unos días
más tarde. Y, de paso, también nosotros, humildes lectores, que tratamos de
captar el pensamiento de quien se atreve a romper con mucho de lo admitido,
tanto en el campo astrológico como en el científico universitario, de abarcar
la mirada de águila pisciana que contempla el mundo desde las más altas cimas
de la teoría. Cimas que, por otro lado, condenan a quien es capaz de llegar a
ellas a la incomprensión, y, por tanto, a una soledad no buscada ni deseada.
Incomprensión
en el mundo académico, al que el águila supera ampliamente con su visión
panorámica. Demetrio desconfiaba de la “investigación pagada” por la falta de
libertad que implica. Y por ende la realizada en la Universidad, una
institución que con sus 800 años ya cumplidos ha dejado de responder a los fines
para los que nació, aunque sigámosla llamando con el mismo nombre.
Exponente
de esa incomprensión y de la decadencia académica es la crítica expuesta por
Manuel Toharia en su libro Astrología.
¿Ciencia o creencia?[1],
donde comete la ligereza de afirmar que Demetrio Santos “ignora las leyes de la
física” (pág. 110). El agotamiento del mundo universitario resulta patente al
hablar así de alguien que no se conoce para nada ni se está a la altura para
comprender sus escritos. Sin ir más lejos, en el artículo Sobre Cosmología Demetrio se atreve a ir a contracorriente de los
partidarios de la expansión del universo y propone otros mecanismos físicos
para dar cuenta del desplazamiento hacia el rojo de la luz proveniente de las
galaxias aplicando las leyes físicas conocidas.
Porque
uno de los mayores méritos de Demetrio fue no salirse un ápice de esas leyes y
moverse en todo momento aplicándolas rigurosamente con los cálculos matemáticos
pertinentes (para desesperación e incomprensión de los simples horoscopistas).
El principio antrópico está implícito en su pensamiento desde los comienzos de
sus investigaciones. Los seres vivos no son sino entidades que se han
independizado en un momento dado del ambiente general (universo), por lo que
dependen de él y coexisten con él. Es por ello que sus ciclos internos
responden a los externos, es decir, que hay una sintonía entre ambos particular
y diferente para cada especie.
El
ser vivo es por tanto un medio de propagación de ondas biológicas, que van a
experimentar un red-shift a lo largo
de su vida por un motivo similar al que lo hace la luz proveniente de lejanas
galaxias. Plantea las ecuaciones generales de esas ondas (tren de armónicos),
halla sus velocidades respectivas por derivación de la función primitiva y
calcula a partir de ahí los puntos de máxima divergencia y divergencia nula
(ceros). Resulta de ello un “campo zodiacal” (estructura ondulatoria
cuantificada) que da cuenta de los “aspectos” de la Astrología clásica
(momentos de tensión que amenaza lo que en Mecánica constituye la “elasticidad”
del medio de propagación). El modelo, puramente teórico-matemático, es
aplicable también a átomos y moléculas en lo microscópico, o a áreas
ciclónicas, sistemas planetarios y galaxias en lo macroscópico, por lo que la
Teoría de las Ecuaciones Fundamentales tiene un carácter cosmológico, es decir,
de aplicación universal.
Esta
teoría da cuenta de buena parte de las doctrinas astrológicas (signos, casas,
aspectos, puntos nodales, etc.), algunos de ellos adoptados dogmáticamente por
los horoscopistas actuales sin comprender su origen ni significado, algo que ya
le sucedía a Ptolomeo en el siglo II, alejado de los esplendores científicos
del Oriente Medio en sus momentos álgidos (teorías musicales matemáticas, ondulatoria,
ciclos, etc.). La primera versión de la Teoría de las Ecuaciones Fundamentales
(en dos dimensiones, es decir, en el plano) apareció en 1985 (Astrología Teórica), y posteriormente
su autor la amplió a tres dimensiones en 2006 (Astrología Teórica II. Helicoides). El campo zodiacal Z se
extendía así para dar cuenta de la estructura del Sistema Solar, de las
formaciones anulares de Saturno o de las galaxias, permitiendo explicar de modo
mucho más coherente -y siempre ciñéndose a los hechos y leyes conocidos- el
efecto de las conjunciones y stelliums,
por ejemplo, el posible impacto de la radiación galáctica en los ecosistemas
terrestres, etc.
Quien
“ignoraba las leyes de la física”, buen conocedor del núcleo atómico y sus
metabolismos (Demetrio fue profesor de estos temas en la Academia militar),
dedicó la atención en sus últimos años de vida a las implicaciones
medioambientales de la radiación gamma. Esta fijación por el estudio de las
relaciones del individuo con el entorno cósmico próximo es lo que distingue al
astrólogo del simple vendedor o intérprete de horóscopos, que habitualmente de
los cielos estrellados sólo conoce lo que le proporciona una computadora.
Nos resultaría imposible
imaginar a un médico que sólo conociera los prospectos de sus medicamentos, o a
un psicólogo que únicamente diera conversación a sus pacientes. Pues bien, este
es el mejor ejemplo que nos pudo dar Demetrio: la necesidad, incluso la
obligación de acostumbrarnos a manejar aquello que ya sabíamos con la lógica
rigurosa de las leyes conocidas de las ciencias básicas, es decir, de la
Física, de la Química y de la Biología. De pensar en términos de la interacción
entre luz y materia, en gradientes, incrementos y decrementos, cromatismos y
contrastes cromáticos, campos angulares, armónicos y aspectos matemáticos, etc.
De discriminar los diversos planos influenciales con arreglo a las resonancias
de las ondas sobre los distintos planos (atómico, molecular, genético, tisular,
orgánico, social, etc.).
Demetrio conocía
como nadie los textos astrológicos antiguos y modernos, y su infatigable e
insaciable curiosidad lo llevaron a las bibliotecas de cuantos lugares vivió
(con la conquista árabe a España llegaron, no lo olvidemos, buena parte de los
tesoros de conocimiento del legendario Oriente Medio), que no fueron pocos, y a
otros muchos más. Por su excelente conocimiento de los idiomas (vivos y
muertos) pudo conectarse con astrólogos y estudiosos de diversos lugares del
mundo y acceder a todo tipo de bibliografía. Estaba suscrito a varias
publicaciones científicas periódicas, por lo que se hallaba al día más que
cualquier catedrático apoltronado en su enmoquetado despacho decorado con
innumerables diplomas sobre las paredes. Aún hoy, puede constatarse en sus
apuntes personales -por ejemplo, en su amplísima colección de horóscopos, donde
halló y puso a prueba repetidamente su famoso C-60- cómo se documentaba de modo
mucho más exhaustivo que aún hoy en día podemos hacer conectados a Internet.
Pero
este brillo intelectual y personal también generó muchas envidias e
incomprensiones. Incomprensión entre quienes se llaman astrólogos sin pasar de
horoscopistas. De quienes se siguen rigiendo por los viejos dogmas astrológicos
ignorando, o peor aún, empecinándose en ignorar, que nuestra concepción del
mundo ha cambiado al compás de la evolución de la Ciencia. De quienes se hallan
atrapados en la rueda horoscópica como el roedor en la noria sin fin de su
pequeña jaula. De quienes se limitan moverse en el laberinto de los viejos
dogmas obstinándose en no interpretar la realidad que tienen ante sus ojos a la
luz de la ciencia del momento, pues el tiempo no pasa en balde.
Demetrio
Santos es uno de los pocos sabios que dio el siglo XX, y por este sobrenombre
era conocido en los ambientes profesionales de su vida militar. Detrás de esa
obra se halla una enorme capacidad intelectual, una prodigiosa memoria y, sobre
todo, la genuina habilidad pisciana de integrar todos los datos y todas las
disciplinas en un conocimiento único. Dominaba plenamente la Historia, la
Filosofía, los idiomas vivos y muertos, las ciencias (Física, Química, Biología
y Geología) eran para él un juego de niños, y en las Matemáticas -por las que
fue premiado en la Universidad de Zaragoza- se movía como el pez en el agua
(nunca mejor dicho para un nacido el 8 de marzo). Y su curiosidad insaciable lo
llevó a la Filología y a la Toponimia, a la Cosmología, pero, por encima de
todo, su vasto conocimiento de la Astrología de todos los tiempos lo condujo a
una comprensión en términos actuales de las doctrinas antiguas, es decir, a una
actualización plenamente científica de la ciencia de los influjos celestes.
En
esta actualización tan meritoria no todo son loas y alabanzas; por una parte,
es molesta para la comunidad científica, puesto que cuestiona unos puntos de
vista que se han vuelto estrechos y se hallan al borde del agotamiento de lo
que pueden dar. Y también es molesta para la soberbia aquellos que se autodenominan
astrólogos, pero desconocen el cielo estrellado, los ciclos estacionales y las
mismas bases teóricas de eso que dicen practicar y dominar (y, sin teoría, no
hay ciencia, sino, a lo sumo, empirismo).
En
este rincón de nuestra página web queremos aportar un material que hoy se halla
disperso entre muy pocos astrólogos que acudieron a aquellas conferencias de
Demetrio, o, simplemente, no se publicó en su día. Esperamos y deseamos que con
ello podamos contribuir a un mejor conocimiento de este zamorano que persiguió
toda su vida la búsqueda de la verdad, muy lejos de cualquier objetivo de tipo
económico o de reconocimiento personal. Un verdadero amante de la sabiduría, es
decir, uno de los pocos que, en el siglo XX, en plena decadencia de Occidente,
podemos con buenos motivos calificarlo de “filósofo”.
José Luis Pascual Blázquez
3 noviembre 2020
disponibles y de próxima
aparición