LA VIDA COMO APRENDIZAJE
Introducción. Plan general de las religiones
astrales antiguas. La vida como escuela, la existencia como aprendizaje. Más
allá de la experiencia común: karma y genética. Notas. Lecturas recomendadas.
Lecturas comentadas.
Además de explicar
el carácter y el destino del individuo, la Astrología ha ido siempre más allá,
y no por otro motivo sino por su condición varias veces milenaria, pues
proviene de los tiempos en que Ciencia, Religión y Filosofía constituían un
cuerpo único de conocimiento y experiencia humanos. Pese a las bisuterías
astrológicas comerciales del presente y a los charlatanes que siempre se han
aprovechado de ella, ha sabido conservar algunas esencias de carácter simbólico
y místico, las cuales sobrevivieron a las modas y tendencias efímeras de los
diversos momentos históricos; ahí está una de sus especialidades, la Astrología
Kármica, como corroboración de lo que decimos. En ella se profundiza a través
del ser y de sus experiencias en vidas anteriores, que pueden dar razón de
algunos hechos en la actual. Cierto que entramos aquí en un terreno resbaladizo
por el que se debe tantear con mucha precaución, pero sin duda resulta
atractivo e interesante.
La Astrología
constituye la única rama del conocimiento humano que se ha atrevido a abordar
el problema de nuestro destino, tanto individual como colectivo, de modo
racional; por encima de opiniones, fallos y errores, se trata de la única
tentativa realizada para aclarar este problema, que sin duda interesa y puede
resultar útil a todo el mundo.
A la hora de tratar
los plazos de la vida humana, hemos de volver a realizar algunas preguntas que
ya nos hemos hecho anteriormente: ¿cuál es el objeto de la existencia del
hombre? Y las clásicas de ¿quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde
vamos? A la resolución de estos enigmas ya se aplicaban los filósofos de la
Academia platónica, donde campeaba el lema "¡conócete a ti mismo!".
Pese al tiempo transcurrido la humanidad sigue ante las mismas interrogantes; resolverlas es una cuestión personal que nadie puede hacer para los demás ni comunicar la respuesta en términos objetivos, si se llega a la solución. Así que en este artículo echaremos una ojeada al carácter astral de las religiones antiguas y a su escatología, íntimamente ligadas a la cosmología astrológica; finalmente abordaremos el problema de porqué y para qué estamos aquí, y de la herramienta que la Astrología aporta para orientarnos en el laberinto de la vida, el tema astral de nacimiento y sus direcciones.
Plan general de las religiones astrales
antiguas
Entre 5000 a.C. y el
comienzo de nuestra Era surgieron -en Europa occidental sobre todo, en el Norte
africano y en algunos puntos de las costas mediterráneas- unas formas de
cultura que nos han dejado como elemento común los llamados megalitos: dólmenes,
menhires, etc.
¿Cuál era su función?
¿Religiosa, funeraria, astronómica? Se ha especulado mucho sobre ello,
disparando la imaginación de más de un autor. Los avances de la moderna
arqueoastronomía nos permiten pisar hoy un terreno más seguro que el de hace
algunos años. De Stonehenge, por ejemplo, se ha dicho que fue un observatorio
astronómico, lo cual no es admitido hoy por los estudiosos.
Dado que en muchas de
estas estructuras se han encontrado restos de enterramientos, podemos suponer
que el uso funerario fue una de las razones para su construcción. Pero también
hay enterramientos en la mayoría de iglesias cristianas antiguas, y no sólo se
erigieron para este fin. El elemento religioso tuvo que ser otra de sus
motivaciones, pero las evidencias señalan también factores astronómicos. No
nos ha de resultar tan extraño después de constatar que la religión y la
observación del cielo se entremezclan en ciertas etapas del desarrollo cultural
humano.
Juan Antonio Belmonte
y un equipo interdisciplinar de astrónomos y arqueólogos han estudiado
recientemente la orientación de más de 300 dólmenes en España y Portugal,
llegando a la conclusión de que conclusión de que
...con poquísimas
excepciones (sólo 10, un 3%), miran a la salida del Sol en algún momento del año.
Las excepciones quedan reducidas a menos del 1% si consideramos también el
rango de los ortos lunares(1).
Cuando los estudiosos
analizan con más detalle el asunto encuentran una distribución estadística de
orientaciones, pero casi siempre dentro del rango de salidas del Sol y de la
Luna. Unos miran con bastante aproximación al equinoccio, otros al solsticio de
verano, otros al de invierno. ¿Se erigieron así sólo por motivos astronómicos?
Uno de los dólmenes
más notables que se conservan es el de Newgrange, en Irlanda, con un largo
corredor de 19 metros orientado al solsticio de invierno (hacia el SE., por
tanto). La tumba debía permanecer sellada por una enorme losa, y sólo a través
de una estrecha ventana entraba el Sol tibio del solsticio a lo largo del
corredor hasta iluminar sobre la pared del fondo una espiral triple grabada en
la roca. Seguramente iluminó las tumbas en su día; hoy, los turistas se
agolpan llenos de curiosidad para contemplar el fenómeno.
El sentido de estas
orientaciones se nos puede aclarar si echamos una mirada hacia doctrinas
religiosas tan antiguas como la metempsicosis o la transmigración de las almas.
Una aclaración interesante acerca
de este asunto lo encontramos en La República
de Platón(2): el relato del armenio Er, que describe detalladamente
el tránsito de las almas entre el Cielo y la Tierra. Las que van a encarnar
bajan del Cielo al mundo terrestre por el punto donde se produce el solsticio de
verano (signo de Cáncer) mientras que las que acaban de morir suben de la
Tierra al Cielo por el punto opuesto, Capricornio, donde tiene lugar el
solsticio de invierno. Esta idea se encuentra también en la religión egipcia,
y desde luego en la hindú. La orientación al solsticio de invierno en las
construcciones megalíticas y otras posteriores de la Antigüedad vendría a ser
por tanto una marca destinada a las almas, para señalarles el camino de salida
en su trayecto hacia las regiones celestes.
El propio relato platónico
alude a la Vía Láctea como el gran río estelar que han de cruzar las almas en
su tránsito de la Tierra al Cielo y viceversa:
Después que cada una de estas almas hubo
pasado siete días en esta pradera, partieron al octavo, y en cuatro días de
jornada llegaron a un punto desde el que se veía una luz que atravesaba el
cielo y la tierra, recta como una columna y semejante a Iris, pero más
brillante y más pura [la Vía Láctea]. A esta luz llegaron después de otro día
de jornada. Allí vieron que las extremidades del cielo venían a parar al
centro de esta luz, que le servía de lazo y que abrazaba toda la circunferencia
del cielo, poco más o menos como esas piezas de madera que ciñen los costados
de las galeras y sostienen toda la armadura. De estas extremidades está
pendiente el huso de la Necesidad, el cual daba impulso a todas las revoluciones
celestes(3).
La Vía Láctea,
nuestra propia Galaxia en realidad, atraviesa el cielo de parte a parte y corta
la eclíptica -la trayectoria anual del Sol- por la constelación de Sagitario
en uno de sus extremos, y entre Orión y Géminis por el otro, cercana a la
constelación de Cáncer. En las cosmologías antiguas el mundo se renueva con
la múltiple conjunción de los planetas en Cáncer (destrucción por el fuego)
o en Capricornio (diluvio). Séneca nos transmite la doctrina en Cuestiones
naturales:
Beroso, el intérprete de Belo, atribuye a los
planetas la causa de estos desequilibrios. Y también se atreve a asignar la
fecha de la conflagración y del diluvio universal. Todo lo que es térreo,
prosigue, será abrasado cuando los astros, que siguen ahora diferentes caminos,
se reúnan todos ellos en el signo de Cáncer y se coloquen en línea recta
[conjunción]... El diluvio tendrá lugar también cuando estos mismos planetas
lleguen al signo de Capricornio(4).
Donde vemos además
la procedencia de estas doctrinas, Beroso, la figura que encarnó la transmisión
del saber científico caldeo a los griegos. Pero si este cruce de caminos entre
el Zodíaco y la Vía Láctea resulta importante en los ciclos del mundo
terrestre, no lo es menos en relación a la cosmología espiritual. El gran río
celeste de luz y estrellas fue considerado por las mitologías antiguas (todas
ellas de origen astral) como uno de sus principales símbolos (china, japonesa,
nórdica, griega, egipcia, etc.). Acheron
es el gran río que han de atravesar las almas; Macrobio, al igual que Platón,
piensa que éstas provienen de la Vía Láctea y a ella vuelven tras la muerte física(5).
La transferencia cristiana de estas creencias es el Camino de Santiago como
peregrinaje terrestre, proyección del peregrinaje celeste de las almas en el Más
Allá ("Camino de Santiago" es el término astronómico popular
castellano de la Vía Láctea).
En el cruce del gran
río de estrellas con la trayectoria del Sol, de la Luna y de los planetas,
encontramos los guardianes que vigilan el tránsito de las almas; en uno de sus
extremos, los dos Perros celestes, Canis
Maior (Sirio) y Canis Minor
(Procyon). Otros perros guardianes similares los tenemos en los puntos
equinocciales o de inicio y fin de día: Ortros (nacimiento del día-Aries) y
Kerberos (ocaso y Libra).
En el otro extremo de
la Vía Láctea veremos a Sagitario, el centauro que lanza su flecha, a veces
hacia delante (el futuro), o hacia atrás (el pasado). Su versión cristianizada
es Santiago Caballero y tal vez San Jorge; ambos acuden en ayuda de los
cristianos durante algunos momentos críticos (apariciones en la batalla de
Clavijo y Antioquía). San Jorge es abogado contra las picaduras de animales
ponzoñosos (la constelación de Sagitario se encuentra junto a las de la
Serpiente y el Escorpión).
La creencia en la
supervivencia de alguna parte del hombre tras la muerte es general en todas las
religiones; y por tanto en un principio animador que se oculta a los sentidos y
constituye su parte más esencial (el ba
y el ka de los egipcios, psiqué
y nous entre los griegos,
"alma" y "espíritu" para el cristianismo, etc.). Pero también
en las religiones astrales de la Antigüedad (todas lo eran en esa época) había
un plan común para esa parte humana que sobrevive al cuerpo: su lugar natural
de existencia está en los cielos. De ellos viene antes de nacer y a ellos
vuelve después de morir.
Sobre las puertas de
entrada y salida por las que transitan las almas en su paso de la Tierra al
Cielo y viceversa, veamos lo que dice al respecto Réné Guenon en Símbolos
de la Ciencia Sagrada:
Como hemos apuntado, las dos puertas
zodiacales, de entrada y de salida de la "caverna cósmica", que
ciertas tradiciones designan
como la "puerta de los hombres" y la "puerta de los dioses"
deben corresponder a los dos solsticios. Debemos ahora precisar que la primera
corresponde al solsticio de verano, es decir, al signo de Cáncer, y la segunda
al solsticio de invierno, o sea, al signo de Capricornio. Para comprender el
porqué, hay que tener presente la división del ciclo anual en dos mitades, una
"ascendente" y otra "descendente": la primera es el período
del curso del sol hacia el norte (uttarâyana), que va del solsticio de invierno
al de verano; la segunda es el camino del sol hacia el sur (dakshinâyana), que
va del solsticio de verano al de invierno. En la tradición hindú, la
"fase ascendente" se halla en relación con el dêva-yâna y la fase
"descendente" con el pitri-yâna. Esto cuadra perfectamente con las
denominaciones que acabamos de recordar: la "puerta de los hombres" es
la que da acceso al pitri-yâna y la "puerta de los dioses" es la que
da acceso al dêva-yâna...
...Según la
correspondencia del simbolismo temporal con el simbolismo espacial de los puntos
cardinales, el solsticio de invierno es en cierto modo el polo norte del año, y
el solsticio de verano su polo sur, mientras que los dos equinoccios, el de
primavera y el de otoño, corresponden respectivamente, y de modo análogo, al
Este y al Oeste. En el simbolismo védico, sin embargo, la puerta del dêva-loka
está situada al noreste, y la del pitri-loka al suroeste.(6).
Vemos claramente
indicado el signo de Capricornio como dêva-loka
(lugar o morada de los dioses) en la religión hindú. Por esa puerta subían
las almas hacia los cielos tras la muerte, mientras que en el signo de Cáncer
se halla la puerta por la que bajaban a la Tierra (el pitri-loka,
lugar o morada de los hombres).
El hecho de
considerar la existencia de puertas de entrada entre el Cielo y la Tierra nos
puede resultar extrañísima, y más ahora que el hombre ha pisado la Luna y
llegado con sus sondas a diversos cuerpos del Sistema Solar. Pero podemos ver la
concepción de otras muchas puertas en el cielo, incluso de ventanas, en el Libro
de Henoc:
Esta es la primera ley de las luminarias: la
luminaria Sol tiene su salida por las puertas del cielo que dan a oriente y su
puesta por las puertas del cielo a occidente. Yo vi seis puertas por las que
sale el Sol y seis por las que se pone. La Luna sale y se pone por estas
puertas, así como los guías de los astros con sus guiados. Seis están a
oriente y seis a poniente del Sol, todas ellas correspondiéndose unas con otras
exactamente, y hay muchas ventanas a la derecha e izquierda de aquellas
puertas...
...Así sale [el Sol] el primer mes por la puerta grande: sale por la que
es la cuarta de esas seis puertas que dan al levante del Sol. En esta cuarta
puerta, por la que se levanta el Sol en el primer mes, hay doce ventanas
abiertas por las que sale la llama cuando se abren a su tiempo...(7)
De manera que hay una
correspondencia entre esas puertas y los 12 signos del Zodíaco, y de modo
similar, las 12 ventanas de cada puerta (signo) son las llamadas "dodecatemorias"
de la Astrología griega (división de cada signo en 12 partes iguales). Pero el
término "puerta" y "ventana" va más allá; indica un tránsito,
una separación. Se suponía que los astros, al salir por el Este, ascendían
del mundo inferior (noche, muerte, simbólicamente) y recuperaban su luz, y por
tanto su poder; al ponerse por el Oeste volvían a perder su luz pasando al
mundo inferior. De ahí las analogías del día con lo activo-masculino-calor-consciencia-vida
y de la noche con lo pasivo-femenino-frío-inconsciente-muerte; del amanecer y
del horizonte oriental con el nacimiento, la primavera y Aries, primer signo del
Zodíaco; del crepúsculo vespertino y del horizonte occidental con la muerte,
el otoño y el signo zodiacal de Libra.
Los ábsides de los
templos cristianos están orientados preferentemente hacia el Este con arreglo a
este criterio simbólico. Podemos ver la explicación a través de Orígenes, en
el Tratado de la Oración:
Dado que hay cuatro puntos cardinales, el
norte, el mediodía, el occidente y el oriente, ¿quién no reconocería en
seguida que el oriente manifiesta evidentemente que debemos orar hacia ese lado,
lo cual es símbolo del alma mirando hacia la aparición de la verdadera Luz?(8)
La relación del
Oeste con la muerte y Libra podemos verla en el mismo símbolo del signo, la
balanza con la que Anubis, el dios con cabeza de chacal, pesa las almas de los
muertos en la religión egipcia, en presencia de Thot, que anota el resultado.
Escena que pasará al cristianismo en la figura de San Miguel, quien con Satán
se disputa el alma del muerto para conducirla al Cielo o al Infierno. San
Miguel, no lo olvidemos, se celebra el 29 de septiembre, justo cuando el Sol
acaba de entrar en el signo de Libra.
Las puertas del Cielo
y de la Tierra las encontramos cristianizadas en los dos Juanes del santoral. Se
les conmemora el 27 de diciembre (San Juan, Apóstol y Evangelista, el preferido
de Jesús) y el 24 de junio (la Natividad de San Juan Bautista, el Precursor).
Las fechas próximas a los solsticios sugieren la relación; aunque etimológicamente
parece que Juan nada tiene que
ver con ianua (puerta), es
posible que se haya podido colar en este hecho calendárico la similitud fonética.
"Juan"
procede del hebreo "Yehohanan", "Yahvé es benéfico", pero
tiene un gran parecido fonético con la palabra latina ianua,
"puerta", al igual que Jano, lo cual indujo posiblemente a la gente a
establecer una relación entre ambas palabras o dio al nombre de Juan unas
connotaciones de las que carecía en un principio.
Así pues, en las cosmologías de la Antigüedad tenemos el mundo
inferior, la Tierra, donde viven por un tiempo las almas encarnadas en sus
cuerpos materiales. Rodeándolo, se hallan dispuestas una serie de esferas concéntricas
y transparentes (cielos o carros planetarios) que arrastran consigo la
correspondiente estrella errante (planeta); en el hermetismo encontramos como
denominación para este sistema la Hebdómada,
gobernadas cada una por los correspondientes Arcontes. La esfera más cercana a
la Tierra es la de la Luna, y la más alejada Saturno. La esfera más externa es
la de las estrellas fijas, con el Zodíaco como banda influencial principal (Ogdóada), donde se encuentran el coro de los dioses rodeados de
las almas, divinidades y los ángeles. La Enéada
constituye el extramundo, una potencia superior a todas las restantes. Cuando el
cuerpo muere el alma regresa a su lugar natural, el mundo de los dioses
inmutables (la esfera más externa, Cielo Empíreo), si lo ha merecido su
comportamiento en el tránsito terrestre. Caso contrario baja a los Infiernos,
un lugar terrible. Las que suben al Cielo deben atravesar las esferas
planetarias y experimentar en este paso una purificación previa, lavándose de
todas las pasiones que se les han adherido en su paso terrestre.
Este tránsito a través
de las 7 esferas podemos verlo en el Libro
de los muertos egipcio, en el Capítulo de las Puertas (Arits), que son
7, cada una con su guardián y su heraldo. Se sabe sin embargo que el texto
inicial no fue obra de libios, ni de africanos del centro ni de semitas; su
origen hay que buscarlo en Asia, posiblemente en Mesopotamia.
La descripción del
paso de las almas por las 7 esferas planetarias lo hallamos en La
República de Platón, al final del Libro X, en la religión astral más
tardía y elaborada que fue el gnosticismo, y también en el hermetismo. Estas
corrientes de pensamiento influyeron notablemente en el desarrollo de la teología
cristiana, de ahí que encontremos pergaminos de los siglos X y XI sobre todo en
los que puede verse a las almas transitando por las esferas planetarias en su
camino hacia Jesús-Cristo, quien preside el esquema cosmológico en la zona más
elevada. Por vía místico-intuitiva Santa Teresa de Ávila debió llegar a ese
mismo conocimiento, pues cifra también en siete
el número de "moradas" del alma humana.
Los textos herméticos
no dejan lugar a dudas:
...en primer
lugar, cuando muere el cuerpo material, lo entregas a la alteración; la figura
que tienes se vuelve invisible y confías al demonio tu inerte morada. Por su
parte, las facultades sensoriales del cuerpo, retornan a sus fuentes, convirtiéndose
en partes y restaurándose de nuevo para sus actividades. Mientras que la ira y
el deseo se alejan hacia la naturaleza irracional.
Y así, lo restante,
se eleva hacia las alturas, pasando a través de la armadura de las esferas:
En el primer cinturón
abandona la actividad de aumentar o disminuir.
En el segundo, la
maquinación de maldades, ineficaz engaño.
En el tercero, el ya
inactivo fraude del deseo.
En el cuarto, la
manifestación del ansia de poder, desprovista ya de ambición.
En el quinto, la
audacia impía y la temeridad de la desvergüenza.
En el sexto, los sórdidos
recursos de adquisición de riquezas, ya inútiles.
En el séptimo cinturón,
en fin, la mentira que tiende trampas.
Llega entonces a la naturaleza ogdoádica,
desnudado de los efectos de la armadura, y por tanto sólo con su potencia
propia. Y, con todos los seres, canta himnos al padre y todos se regocijan con
su venida. Oye entonces, ya igual a sus compañeros, a ciertas potencias por
encima de la naturaleza ogdoádica, que cantan himnos a Dios con voz dulce.
Vienen al punto, ordenadamente, a presencia del padre, se confían a sí mismos
a las potencias y, tornándose potencias, se hallan en Dios. Tal es la feliz
consumación de los que poseen conocimiento, ser divinizados(9).
Lo mismo se afirmaba
en el gnosticismo, aunque sólo tengamos noticias del mismo a través de sus
detractores cristianos:
En su periplo desde el Pleroma hasta el mundo
inferior y vuelta, el Hijo del Hombre atraviesa los siete cielos planetarios y,
de acuerdo con el tema gnóstico, no es reconocido por los arcontes que rigen
cada cielo, como tampoco por los hombres(10).
La cristianización
del esquema cosmológico pagano consistió solamente en poner a Cristo en
sustitución del Pleroma gnóstico o Anima
mundi de Platón y los cabalistas (la parte más alejada de la Tierra, la
más espiritual).
En Contra
Celsum Orígenes habla de la "contraseña" que el alma debe dar
al arconte guardián de cada esfera para que éste la deje pasar a la siguiente(11).
Esta transición más o menos larga del alma a través de las esferas
planetarias pasará a la ortodoxia católica con el nombre de Purgatorio. Los niños
son un caso aparte, pues no han completado aún su evolución en el mundo, no
han actualizado aún todos los niveles planetarios (cielos interiores).
Según estas doctrinas, si el alma del adulto se halla purificada o se
trata de un "iniciado" no sintoniza ya los niveles de las esferas
planetarias; ha sublimado las pasiones terrenales y pasa de largo en su camino
hacia el cielo superior, hacia el Pleroma. Para algunas sectas gnósticas Cristo
no vino nunca a la Tierra, es una entidad espiritual no sujeta al gobierno de
las esferas planetarias, y ésa es la meta a alcanzar por el discípulo.
El objetivo básico
de estas religiones astrales era el de matar
al dragón, o sea, romper la sujeción a los ciclos (mundo manifestado),
escapar a la resonancia con las esferas planetarias (pasiones) y trascender la
sucesión de subidas y bajadas del Cielo a la Tierra, permaneciendo
definitivamente en aquél. Es el equivalente a la idea astrológica de que
"el sabio puede dominar los astros" y escapar a su acción, mientras
el necio permanece dando tumbos al compás del destino que tiene marcado. De aquí
la necesidad de conocer el horóscopo personal y la utilidad de su interpretación
en las culturas tradicionales eurasiáticas.
Podemos ver el
concepto simbolizado en la leyenda de San Jorge, el héroe cristiano que es
capaz de matar al dragón (dragón=Luna=ciclo, matar la esclavitud de los
ciclos, escapar de ellos y ganar el cielo, la eternidad, el mundo espiritual).
Volviendo a las
orientaciones de los megalitos citada anteriormente: si la interpretación que
hemos dado es correcta, la relación entre Religión y Astronomía vendría de
mucho más atrás en el tiempo que la de los cultos astrales del Oriente Medio,
adentrándose de lleno en el Neolítico. Y con toda probabilidad, en el Paleolítico.
Al comienzo de la
Edad del Bronce, a finales del III milenio a.C., hubo un cambio de orientación
de las construcciones megalíticas, con preferencia al SO.(12). Tal
es el caso de la cueva del Romeral, en Antequera (Málaga), con el corredor más
largo de Europa. Si caemos en la cuenta de que por allí se oculta el Sol en el
entorno de fechas del solsticio de invierno, nos encontramos con la misma
explicación que en los casos anteriores, sólo que aquí se refuerza la analogía
con lo escatológico (puesta de Sol, desaparición de la luz, muerte).
De unos 2500 a.C.
data una de las civilizaciones protourbanas más antiguas de Europa, la de Los
Millares, con su principal yacimiento en la actual provincia de Almería; los
monumentos funerarios de esta cultura son conocidos como tholoi,
tumbas de falsa cúpula. Los trabajos de Michael Hoskin, de la Universidad de
Cambridge, muestran que casi todos los accesos de estas estructuras se
construyeron orientados a la salida del Sol en algún momento del año, pero
especialmente a los puntos del otoño e invierno. Se repite por tanto la
orientación SE., el camino de las almas hacia el cielo indicado por las
religiones astrales(13).
Se atribuía por
tanto a los astros una acción creadora y formadora (cosmológica), de ahí que
en Astrología haya tratado de explicarse dicha acción (aspectos planetarios)
relacionando las posiciones de los planetas en el círculo y las proporciones
concretas que determinan sobre él con las notas de la escala musical (armonía
en sentido físico-matemático).
Debido a esta
atribución cosmológica, tanto las estrellas fijas como las errantes fueron
consideradas dioses y se les rindió culto y adoración en la amplia época
sabea. Esto dejó un notable poso en las religiones posteriores, incluyendo al
cristianismo, que ha llegado hasta el mundo presente.
Encontramos un apoyo
a estas afirmaciones en la lingüística: existe una raíz indoeuropea, *dy,
que significa "brillar". De dicha raíz proceden varias palabras
griegas, latinas y sánscritas. De ella viene, entre otras, el dies
latino (el "día", cuando la luz brilla); Iuppiter
(el padre de la luz, dieu-pater),
y sobre todo deus (*deyvo-s, el
"dios"). Deus (dios)
procede por tanto del verbo "brillar". Al fin y al cabo, en la
mentalidad antigua los dioses son las luces que brillan en el cielo; a su luz y
a su calor se atribuirá el influjo que ejercen sobre la Tierra en la doctrina
astrológica de todos los tiempos(14).
La vida como escuela, la existencia como
aprendizaje
Hemos planteado ya
anteriormente, al hablar de las limitaciones del método científico y de la
ciencia en estos momentos, la pregunta de ¿cuál es el objetivo de la vida
humana? He aquí algo que la Medicina de la Universidad no se interroga ni cree
necesario hacerlo, dado que ha decidido limitarse en los últimos siglos a dar
soluciones funcionales y trabajar exclusivamente en el cuerpo del hombre. Pero,
repetimos nuevamente, el individuo humano no está formado sólo por su cuerpo,
sino que se halla constituido al menos por tres niveles claramente
diferenciados, los cuales funcionan de modo integrado influyéndose mutuamente
(puesto que forman una unidad individualizada): la parte física accesible a los
sentidos y a la experimentación, la parte emocional (psíquica, anímica), más
profunda y aún no accesible a la ciencia, y la mental (espiritual), el plano más
elevado e interno de los tres. Cada plano superior manda sobre el inferior,
aunque un suceso en cualquiera de ellos repercute sobre los demás automática e
inmediatamente. La división tripartita del ser humano la encontramos ya entre
los sumerios, o sea, en la misma patria que la ciencia de los influjos celestes,
donde también nacieron la escritura fonética y el sistema de numeración de
posición (III milenio a.C.).
El hombre no es
simplemente un conjunto formado por compuestos químicos, y no puede ser tratado
en exclusiva como tal; sus respuestas van mucho más allá de la Química y la
Mecánica. Vive, siente, piensa, goza y sufre, posee un plan de vida que ha de
descubrir y cumplir, lo cual condiciona drásticamente lo que sucede en la
"planta baja" del edificio humano, constituida por el cuerpo físico
(equilibrio salud-enfermedad).
Esta realidad es
tomada en consideración de un modo cada vez más amplio en algunas de las
llamadas "medicinas alternativas", como es el caso de muchos homeópatas,
terapeutas florales y otros. Por su parte, las ciencias de la Antigüedad
(Astrología, Alquimia) van más allá y afirman que cada esfera planetaria ha
generado su correspondiente réplica en los seres vivos, sobre todo en el
hombre, el más completo de todos ellos. En esta visión el cuerpo (parte física)
lo ha dado la Tierra, el alma las esferas planetarias y el espíritu las
estrellas fijas (ciclos más largos).
La ciencia
materialista no puede responder a la cuestión de cuál es el objetivo de
nuestro paso por la Tierra, puesto que la razón no está en la materia. Y sin
embargo es ésta una interrogante que todo individuo está llamado a hacerse
alguna vez en su vida; bajo el punto de vista de algunas escuelas médicas posee
una importancia crucial para atajar el binomio salud-enfermedad.
Los homeópatas interpretan que, cuando los síntomas van de
"fuera" hacia "dentro", el paciente está empeorando su
situación; por ejemplo, si se suprime un eccema con una pomada, al cabo de un
tiempo puede aparecer un problema alérgico o asmático, y por tanto la salud
está retrocediendo. Si en cambio el proceso va de "dentro" hacia
"fuera", aunque pueda resultar molesto, consideran que el paciente está
mejorando su salud; a un constipado (mucosas) puede suceder la varicela, que se
manifiesta a nivel de la piel. Aunque coloquialmente hablemos de enfermedad, el
homeópata interpretará que el paciente está evolucionando hacia la curación
total.
Las enfermedades físicas
acarrean a la par trastornos en el carácter y en la conducta, incluso pueden
venir acompañadas de alteraciones en el estado mental, puesto que, como
decimos, el ser humano funciona de modo integrado. Hoy que lo religioso recula
en nuestra sociedad, vemos en paralelo una creciente tendencia por parte de
algunas escuelas médicas o de muchos profesionales de la Medicina y de la
Psicología a considerar la vida como una escuela en la que se debe llevar a
cabo un largo aprendizaje; bajo este punto de vista las alteraciones de la
salud, los síntomas y las enfermedades pueden y deben ser interpretados como
una clave que nos lleve a conocer el error que estamos cometiendo en nuestras
acciones cotidianas. No es ningún descubrimiento nuevo, pues ya vemos en el
Nuevo Testamento una constante alusión a la relación entre el pecado (error en
la vida) y la enfermedad.
Una de las personas
que trató con más claridad este asunto en el siglo XX fue Edward Bach
(1886-1936), doctor en Medicina y Filosofía, así como licenciado en Ciencias y
creador de un sistema terapéutico conocido popularmente como "flores de
Bach":
Nunca se erradicará ni se curará la
enfermedad con los actuales métodos materialistas, por la sencilla razón de
que la enfermedad no es material en su origen. Lo que nosotros conocemos como
enfermedad es el último resultado producido en el cuerpo, el producto final de
fuerzas profundas y duraderas, y aunque el tratamiento material sólo sea
aparentemente eficaz, es un mero alivio temporal si no se suprime la causa
real...
La enfermedad es en esencia el resultado de un conflicto entre el Alma y
la Mente, y no se erradicará a no ser con un esfuerzo espiritual y mental.
Estos esfuerzos, si se llevan a cabo adecuadamente, con entendimiento, pueden
curar y evitar la enfermedad al eliminar esos factores básicos que son su causa
primaria. Ningún esfuerzo dirigido únicamente al cuerpo puede hacer algo más
que reparar superficialmente el daño, y no hay curación en ello, puesto que la
causa sigue siendo operativa y en cualquier momento puede volver a demostrar su
presencia en otra forma. De hecho, en muchos casos una aparente mejoría resulta
perjudicial, al ocultarle al paciente la auténtica causa de la molestia, y con
la satisfacción de una salud aparentemente mejorada, el factor real, no
descubierto, puede adquirir renovadas fuerzas(15)...
Otros autores se han
levantado contra la corriente general expresándose en términos similares:
Aquí está la diferencia entre combatir la
enfermedad y transmutar la enfermedad. La curación se produce exclusivamente
desde una enfermedad transmutada, nunca desde un síntoma derrotado...
...Sólo en este contexto puede criticarse la medicina académica. La
medicina académica habla de curación sin tomar en consideración este plano,
el único en el que es posible la curación... La medicina se limita a adoptar
medidas puramente funcionales que, como tales, no son ni buenas ni malas, sino
intervenciones viables en el plano material. En este plano la medicina puede
ser, incluso, asombrosamente buena; no se pueden condenar todos sus métodos en
bloque; si acaso, para uno mismo, nunca para otros(16)...
Volvamos a Edward
Bach, que se expresa con toda sencillez y claridad sobre el asunto que nos
ocupa:
Para entender la naturaleza de la enfermedad
hay que conocer ciertas verdades fundamentales.
La primera es que el hombre tiene un Alma que es su ser real; un Ser
Divino, Poderoso, Hijo del Creador de todas las cosas, del cual el cuerpo,
aunque templo terrenal de esa Alma, no es más que un diminuto reflejo...
El segundo principio es que nosotros, tal y como nos conocemos en el
mundo, somos personalidades que estamos aquí para obtener todo el conocimiento
y la experiencia que pueda lograrse a lo largo de la existencia terrena, para
desarrollar las virtudes que nos falten y para borrar de nosotros todo lo malo
que haya, avanzando de ese modo hacia el perfeccionamiento de nuestras
naturalezas. El Alma sabe qué entorno y qué circunstancias nos permitirán
lograrlo mejor, y por tanto nos sitúa en esa rama de la vida más apropiada
para nuestra meta.
En tercer lugar, tenemos que darnos cuenta de
que nuestro breve paso por la tierra, que conocemos como vida, no es más que un
momento en el curso de nuestra evolución, como un día en el colegio lo es para
toda la vida, y aunque por el momento sólo entendamos y veamos ese único día,
nuestra intuición nos dice que nuestro nacimiento estaba infinitamente lejos de
nuestro principio y que nuestra muerte está infinitamente lejos de nuestro
final...
... un cuarto principio, que mientras nuestra Alma y nuestra personalidad
estén en buena armonía, todo es paz y alegría, felicidad y salud. Cuando
nuestras personalidades se desvían del camino trazado por el alma, o bien por
nuestros deseos mundanos o por la persuasión de otros, surge el conflicto. Ese
conflicto es la raíz, causa de enfermedad e infelicidad...
... El siguiente gran principio es la comprensión de la Unidad de todas
las cosas: el Creador de todas las cosas es Amor, y todo aquello de lo que
tenemos conciencia es en su infinito número de formas una manifestación de ese
amor...
... Así pues, vemos que hay dos errores
fundamentales posibles: la disociación entre nuestra alma y nuestra
personalidad, y la crueldad o el mal frente a los demás, pues ése es un pecado
contra la Unidad. Cualquiera de estas dos cosas da lugar a un conflicto, que
desemboca en la enfermedad. El entender dónde estamos cometiendo el error (cosa
que con frecuencia no sabemos ver) y una auténtica voluntad de corregir la
falta nos llevará no sólo a una vida de paz y alegría, sino también a la
salud(17).
Bach emplea como médico
un lenguaje casi religioso, alineándose con ello en la doctrina más clásica
que pueda imaginarse; como bacteriólogo y científico entregado a la
investigación conocía lo que cualquier colega contemporáneo, pero supo darse
cuenta a tiempo de las insuficiencias de las enseñanzas académicas. Él mismo
habló de Astrología al relacionar algunos de sus remedios con las posiciones
de la Luna en el Zodíaco durante el nacimiento, aunque no dejó escrita gran
cosa sobre este asunto; por ello no debe extrañarnos que como causa fundamental
de la enfermedad señale el actuar contra la "Unidad" (Capítulo III
de Cúrese usted mismo), expresado en siete facetas: orgullo, crueldad, odio, egoísmo, ignorancia,
inestabilidad y codicia.
Esto nos recuerda a
los "siete pecados capitales" del Catecismo Cristiano, e
inmediatamente a los dominios emocionales de las siete esferas planetarias. La
inestabilidad se relaciona con la Luna (variabilidad, planeta más rápido,
hormonas); la ignorancia con Mercurio (aprendizaje, discriminación); el odio
con Venus (amor, armonía con los demás; en las separaciones matrimoniales el
"amor" suele transmutarse en odio); el orgullo con el Sol (centro,
exclusividad, poder); la crueldad con Marte (agresividad, territorio, lucha); el
egoísmo con Júpiter (símbolo del altruismo, su contrario), y la avaricia con
Saturno (planeta del desapego).
Ahora podemos ver cómo cualquier tipo de
enfermedad que podamos sufrir nos llevará a descubrir el defecto que yace bajo
nuestra aflicción. Por ejemplo, el orgullo, que es arrogancia y rigidez de la
mente, dará lugar a esas enfermedades que producen rigidez y entumecimiento del
cuerpo. El dolor es el resultado de la crueldad, en tanto que el paciente
aprende con su sufrimiento personal a no infligirlo a los demás, desde un punto
de vista físico o mental. Los castigos del odio son la soledad, los enfados
violentos e incontrolables, los tormentos mentales y la histeria. Las
enfermedades de la introspección -neurosis, neurastenia y condiciones
semejantes-, que privan a la vida de tanta alegría, están provocadas por un
excesivo amor a sí mismo, egoísmo. La ignorancia y la falta de sabiduría
traen sus dificultades propias a la vida cotidiana, y además, si se da una
persistencia en negarse a ver la verdad cuando se nos brinda la oportunidad, la
consecuencia es una miopía y mala visión y audición defectuosa. La
inestabilidad de la mente debe llevar en el cuerpo a la misma cualidad, con
todos esos desórdenes que afectan al movimiento y a la coordinación. El
resultado de la codicia y del dominio de los demás son esas enfermedades que
harán de quien las padece un esclavo de su propio cuerpo, con los deseos y las
ambiciones frenados por la enfermedad.
Por otra parte, la propia zona del cuerpo
afectada no es casual, sino que concuerda con la ley de causa y efecto, y una
vez más será una guía para ayudarnos(18)...
Volvemos a la
doctrina de la unidad e inseparabilidad de las partes en la naturaleza, y por
ello estamos plenamente de acuerdo con Bach y otros autores que han trabajado en
la misma dirección; pero aquí hemos de añadir que, bajo el punto de vista de
la cosmología astrológica, la herramienta horoscópica no nos da solamente una
información precisa, extraíble también mediante la interpretación de los
signos y síntomas manifestados por el individuo. Las direcciones astrológicas
nos proporcionan además la coordenada "tiempo", los planetas
implicados en la crisis y la intensidad de ésta (valor numérico, astrodinas),
ampliando nuestro conocimiento de lo que sucede al individuo y aumentando las
posibilidades de atajar los problemas.
La vida es un
laberinto en el que nos movemos permanentemente, de modo que todo lo que nos
lleve a comprender dónde estamos y encontrar una salida resulta de enorme
utilidad. Este laberinto se inicia en la Tierra con el nacimiento y acaba con la
muerte, aunque algo nos insinúa que viene de más atrás y continúa más allá;
en tanto nos encontremos sobre esta orilla del mundo, la herramienta astrológica
constituye el hilo de Ariadna ideal para moverse en su interior y no perder la
conexión con el verdadero ser que habita dentro de nosotros.
Más allá del horóscopo
de salud, amor y dinero, la Astrología proporciona la hoja de ruta que el
viajero ha de cumplimentar aquí en la Tierra. La interpretación de los síntomas
y de las enfermedades resulta también útil, pues estos no son sino las señales
enviadas al "exterior" de que algo no marcha bien en el ser interior,
a fin de cuentas más real y duradero que el cuerpo; pero la ciencia astrológica
va más lejos y nos permite comprender y atajar cada situación, cada etapa de
la vida. Nos anuncia qué y cuándo nos va a suceder (siempre en términos de
probabilidades), qué lecciones nos toca aprender y cómo hacer para superarlas.
De ello nos ocuparemos ampliamente en el Capítulo siguiente.
Por supuesto, la
persona es libre de elegir entre las diversas posibilidades que la vida le va
ofreciendo, y posee un cierto margen de maniobra para ir labrándose su propio
destino; no existe ningún determinismo astrológico, ya que, de poder predecir
el futuro con exactitud, siempre tendríamos oportunidad de maniobrar con
antelación para modificarlo. Por tanto, todo pronóstico astrológico debe
realizarse siempre en términos de probabilidades (lo mismo cabe decir, en
general, de toda predicción científica).
La experiencia
demuestra que cuando no se superan las pruebas a que continuamente nos está
sometiendo la vida, debemos repetir las mismas situaciones; aparecen entonces
los complejos psicológicos y las enfermedades, pero siempre hay algo por
aprender. Cada día que amanece es una nueva oportunidad para avanzar; cuando
esto no se ve así, constituye el aviso de que el individuo renuncia a caminar o
se ha hecho viejo, fosilizándose. La Biblia nos habla de la estatua de sal en
que se convirtió la mujer de Lot cuando miró atrás (el pasado).
La felicidad, como
afirmaba Goethe, no consiste en hacer lo que a uno le gusta, sino en que nos
guste lo que hacemos, independientemente de la profesión o de la clase social a
la que se pertenezca; más allá de la razón, ocupar el lugar que nos
corresponde y seguir el plan que tenemos asignado (el ser interior lo conoce muy
bien, sólo hay que saber escucharlo) es la mayor fuente de alegría y bienestar
posible. Para llevarlo a cabo basta dejarse llevar por el corazón, relajando
los habituales controles de la mente, a la que también hay que dejar
expresarse.
Antes de finalizar
este punto queremos recordar que, muchas de las personas que se enfrentaron a
enfermedades graves y las superaron, dieron a partir de entonces un vuelco
radical en sus vidas (nos viene a la memoria Josep Carreras por su gran
popularidad, tras vencer a la leucemia); su visión de la existencia y la escala
de valores en la que se manejaban sufrieron un giro completo, lo cual se halla
en plena sintonía con lo dicho anteriormente.
Más allá de la experiencia común: karma y
genética
El término karma
es de origen indio y se ha hecho muy popular en Occidente; responde a la Ley de
Acción y Reacción, o sea, al encadenamiento de causas y efectos que tiene todo
acto natural, y por supuesto las intervenciones humanas. Pero lo más conocido
es la aplicación que se ha hecho del karma para interpretar las repercusiones
de los actos de una vida en la siguiente; entronca por tanto con la doctrina de
la reencarnación, que la Astrología, en tanto se mantenga como ciencia
objetiva, no puede aceptar ni negar.
Bajo este punto de
vista, algunos nacimientos de seres defectuosos o tarados, malas herencias o
vidas marcadas desde su comienzo, en niños aparentemente inocentes, encontrarían
así su explicación.
Podríamos encontrar
otra vía explicativa, igualmente válida, en la coexistencia de orden y caos en
la naturaleza; vemos que todo en el mundo se rige por leyes y principios, los
cuales no excluyen los errores. Continuamente se están produciendo mutaciones
entre los seres vivos, pero no todas ellas sobreviven, sólo las viables. Hoy
hablaríamos de cuestiones relacionadas con la Genética y quedaría zanjada la
cuestión; pero, una vez más, las cosas no son tan sencillas como aparentan.
Los antiguos se
plantearon estos asuntos mucho antes que nosotros, y tal vez tuvieron también
mucho más tiempo para dedicarse a buscar respuestas; los nacimientos
"monstruosos" fueron relacionados, en primer lugar, con alteraciones
significativas del medio ambiente, y por ello se consideraron de mal augurio.
Pero también encontraron correlaciones con las posiciones de los astros, y ello
puede constatarse en las obras de Astrología que han llegado hasta nosotros.
Los niños nacidos
durante ciertos eclipses de Sol y Luna, o con determinados aspectos planetarios
(el Sol a 82° de Saturno, por ejemplo) tenían
hasta hace pocos siglos escasas expectativas de vida. Los avances técnicos de
la Medicina han dado a esto un giro sustancial en la actualidad, pero, aún así,
las taras genéticas siguen teniendo marcadores astronómicos bastante
definidos, y lo mismo podemos decir de algunos tipos de conductas que encuentran
también su razón de ser en los genes.
¿Podemos quedarnos
en el simple plano físico y explicarlo todo en una secuencia de moléculas más
o menos complicada, en la que el azar ha producido algunas modificaciones
respecto de un patrón general?
La pregunta es
apasionante y la respuesta mucho más, sin duda; aunque algo nos lleva a apostar
que el azar no existe (!), la respuesta queda en el aire. Presentaremos algunos
ejemplos de interés más adelante, lo cual nos llevará a aproximarnos a la
respuesta que la Astrología puede aportar en estos momentos.
Notas
1.- Juan Antonio
Belmonte. Las leyes de cielo. Astronomía y civilizaciones antiguas.
Ediciones Temas de hoy, S.A. Madrid, 1999. Pág. 61.
2.- Ver a este
respecto el Libro X.
3.- Platón. La
República. Espasa-Calpe,
S.A. Madrid, 1983. Libro X, págs. 298-299.
4.- Séneca.
Cuestiones naturales. Libro XXX, 29.
5.- Ver el Comentario
al sueño de Escipión, Cap.
XII y XV. Existe edición inglesa actual: Commentary
on the dream of Scipio, by Macrobius.
Translated with an Introduction and Notes William Harris Stahl. Columbia
University Press. New York, 1990.
6.- Réné Guenon. Símbolos fundamentales de la Ciencia Sagrada. Ediciones Paidós Ibérica. Barcelona, 1995. Cap.
XXV.
7.- Apócrifos
del Antiguo Testamento. Tomo IV. Edición dirigida por Alejandro Díez
Macho. Ed. Cristiandad. Madrid, 1984.
8.- Citado por Jean
Hani en El simbolismo del templo cristiano, págs. 41-42. José J. de Olañeta,
Editor. Palma de Mallorca, 2000. Hasta el Concilio Vaticano II (1963) el
sacerdote decía la misa de espaldas a los fieles, no por falta de consideración,
sino para que todos mirasen hacia el Sol naciente (la misa se decía al amanecer
-rito solar-, de la misma forma que el rosario era un rezo vespertino, dada su
naturaleza lunar, puesto que la Luna "nace" al inicio de su mes tras
la puesta de Sol).
9.- Poimandres.
Corpus Hermeticum (atribuido a
Hermes Trimegisto). En Textos herméticos.
Introducción, traducción y notas de Xavier Renau Nebot. Editorial Gredos.
Madrid, 1999. Págs. 90-94.
10.- Hipólito de
Roma. Refutación de todas las herejías.
En Los gnósticos II. Introducción, traducción y notas de José Montserrat
Torrents. Editorial Gredos. Madrid, 1991. Nota 83, pág. 47. El Pleroma es el
cielo superior, la residencia de la divinidad.
11.- Orígenes, en Contra
Celsum VI, 24.38.
12.- Juan Antonio
Belmonte. Las leyes de cielo. Astronomía y civilizaciones antiguas.
Ediciones Temas de hoy, S.A. Madrid, 1999. Pág. 62.
13.- Ídem, pág. 53.
14.- Comunicación
personal de Josefa Sanchis.
15.- Dr. Edward Bach. Cúrese
usted mismo. Una explicación de la causa real y de la curación de la
enfermedad. Editorial EDAF. Madrid, 1991. Capítulo I, págs. 26-27.
16.- Thorwald Dethlefsen y Rüdiger Dahlke. La enfermedad como camino. Una interpretación
distinta de la Medicina. Plaza
& Janés Editores, S.A. Barcelona, 1992. Pág. 19.
17.- Dr. Edward Bach,
obra citada, Capítulo II.
18.- Ídem obra
anterior, Capítulo III.
Lecturas recomendadas
Textos herméticos. Introducción, traducción y notas de Xavier Renau
Nebot. Editorial Gredos. Madrid, 1999.
En diversos tratados
se halla esparcida la doctrina del descenso y del ascenso las almas por las
esferas planetarias, así como otras interesantes consideraciones acerca del
origen del hombre y del objeto de su existencia en la Tierra.
Los gnósticos. Introducción, traducción y notas de José Montserrat Torrents.
Editorial Gredos. Madrid, 1991.
Astrología y gnosticismo. Demetrio Santos. Editorial Barath. Madrid, 1986.
Existe reedición de autor, 2004.
La curación por las flores. Dr.
Edward Bach. Editorial EDAF. Madrid, 1991.
La enfermedad como camino. Una interpretación
distinta de la Medicina. Thorwald Dethlefsen y Rüdiger Dahlke. Plaza & Janés Editores, S.A. Barcelona, 1992.