Clima, Meteorología y Astronomía.
Declaración de principios
Por José Luis Pascual Blázquez
Comenzamos a concebir la idea de transformar esta página web en el verano de 2012, cuando tuvimos ante la mesa de trabajo una avalancha de obras impresas sobre Meteorología del siglo XIX obtenidas a través de Internet. La digitalización de los recursos bibliográficos ha abierto las puertas de par en par a los buscadores, facilitando como antes nunca fue posible el surgimiento de una Historia de la Ciencia mucho más veraz, real y justa de lo que hasta ahora había sido. Del examen atento y del estudio de estas obras alcanzaremos un conocimiento mucho más profundo del camino seguido por el conocimiento humado, llegando a unos niveles como antes nunca pudimos imaginar. Por otro lado, la disposición de las obras ante ojos comunes e independientes impedirá lo que hasta ahora había sido habitual en esta rama del conocimiento: la tergiversación, la visión partidista o interesada, el olvido o la elusión de aquello que molesta o se prefiere que permanezca ignorado.
La Historia de la Meteorología es una de las especialidades que guardan más “secretos de familia”, de hechos pasados que se pretenden sigan ignorados, como si éstos pudieran dañar la imagen de los meteorólogos o la de la ciencia que éstos ejercen. Pero, ¿qué utilidad tiene ocultar, por el ejemplo, el origen humilde de alguien que después se hizo grande? ¿Constituye algún desdoro, alguna deshonra? ¿Ocultan hoy su verdadero origen aquellos que fueron abandonados por su familia original? ¡Suerte tuvieron de hallar una nueva!
Digámoslo bien claro desde el inicio, en cualquier país del mundo, los meteorólogos no gustan que se los relacione con los almanaques del tiempo, con las creencias sobre la Luna, sobre cualquier cosa relacionada con la Astrología. La Luna, los planetas, nada tienen que ver con el comportamiento de la atmósfera. ¡Faltaría más! Lo meteorológico nada tiene que ver con el movimiento de la Luna o de los planetas. Ni siquiera con el clima, salvo, obviamente, con el Sol, que nos proporciona su energía. La Meteorología, como la Química o la Biología, son ciencias independientes, emancipadas hace ya siglos de la teología, de la astrología, de la alquimia o con cualquier cosa que tenga que ver con fuerzas “ocultas”.
La fuerza de la gravedad, la presencia de los campos gravitatorios y electromagnéticos en el Sistema Solar, la eyección periódica de grandes cantidades de partículas y de radiación electromagnética por parte del Sol hacia su cortejo, con sus ciclos de actividad, con el baile de su baricentro, ¿acaso son fuerzas ocultas o hechos que debemos pasar por alto? Deben ser ocultas porque no las vemos a simple vista, no tenemos órganos que las objetiven. Pero no carecemos de aparatos y máquinas para detectarlas. Y no pueden tener ningún efecto sobre las moléculas de la envoltura gaseosa de la Tierra, ni sobre el vapor de agua presente en ella (hoy se habla ya de ríos atmosféricos), ni sobre el rico y complejo movimiento de las corrientes oceánicas, tan importantes para el clima. La Luna, con sus ciclos mensuales, anuales, nodales, de la declinación, con sus pasos sobre la vertical del Ecuador, ahora ascendiendo sobre tal punto del planeta y en catorce días descendiendo sobre otro, no tiene efecto alguno, ni sobre las aguas ni sobre el aire. ¡Fuerzas ocultas! Y lo mismo la maximización y la minimización de su composición vectorial con el Sol cada semana, cada mes, podemos descansar tranquilos. Causas ínfimas, imposible que puedan tener repercusión en el sistema climático terrestre. Inacumulables, sin retroalimentación, y menos aún sin sintonización, sin sincronización de osciladores. La Información para los informáticos e ingenieros de telecomunicaciones, no para los sistemas físicos reales. ¡En realidad, una irrealidad!
Vamos a citar ahora a un meteorólogo argentino –no podemos ni debemos decir su nombre-, que hace sus previsiones a largo plazo con éxito continuado utilizando métodos astronómico-astrológicos. Nos los comenta a menudo por teléfono, porque no tiene a nadie en su país con quien compartir este conocimiento adquirido, nadie a quien comunicar la alegría de estos éxitos predictivos más allá de los GFSs, UKMOs, etc. “No me creerían. Yo aún podría hablar porque estoy a punto de retirarme, nada tengo ya que perder, pero un meteorólogo joven comprometería su futuro. En la Universidad, a alguien que contara este método y pretendiera investigar por esta vía, le retirarían la beca, lo dejarían sin subvención, y sería científico muerto, sin futuro, sin credibilidad. Admitir la conexión de lo climático con lo astronómico le cerraría todas las puertas oficiales”.
Oímos hablar en la Facultad durante nuestra juventud del “rigor científico”, y aún tenemos la suerte de enseñar en las aulas a los jóvenes “la metodología científica”. Que por supuesto nada tienen que ver con el prejuicio, la negación apriorística, ni con la represión económica o la del prestigio personal, y sí con la elaboración de hipótesis y su comprobación en la práctica, con la interpretación de los hechos y las predicciones del comportamiento de los sistemas como piedra de toque o contraste. Sistema que, digámoslo de pasada, tiene su origen en los fogones de los alquimistas, y no en las universidades, donde en los siglos pasados se vio mal el cálculo infinitesimal (Newton nunca lo enseñó en Cambridge), la experimentación en el laboratorio (Boyle y Lavoisier, al igual que muchos otros padres de la Química, trabajaron de modo completamente privado, nadie los hubiera acogido en una cátedra en su tiempo), e incluso las propias aportaciones de Newton tuvieron problemas para ser enseñadas (estaban prohibidos en Salamanca a finales del XVIII por contradecir a Aristóteles, por quien se había decantado la Iglesia Romana).
Una vez la mecánica newtoniana permitió interpretar y predecir adecuadamente el fenómeno de las mareas entre finales del siglo XVII y comienzos del XVIII, algunas mentes lúcidas intentaron interpretar las “variaciones atmosféricas” como fluctuaciones inducidas por la Luna en la capa gaseosa de la Tierra. Por esta misma época ya había registros meteorológicos suficientes y suficientemente precisos en Europa como para intentar hallar un poco de orden en el caos de las cifras, datos de observadores particulares (antes de que se empezaran a hacer de modo instituido). Cosa muy juiciosa, pues los datos comenzaban a apilarse sin sentido en los domicilios particulares y en los observatorios ligados a algunas Academias científicas europeas. Aparte de obtener algunas estadísticas incipientes, no se sabía muy bien qué hacer con ellos. ¿Qué actitud más científica que la de intentar hallar orden en el caos aparente?
Pionero en este campo fue Giuseppe Toaldo en Italia (último cuarto del siglo XVIII), después vino Lamarck, el gran naturalista francés, en la bisagra de los siglos XVIII y XIX. En Estados Unidos destacó la contribución matemática de Thomas Bassnett a la teoría mecánica lunar para la predicción de borrascas (1854), y en el Reino Unido las contribuciones de Stephen Martin Saxby (1862, 1864) y de Walter Lord Browne (1885), aplicando este último los desarrollos de la meteorología sinóptica para tratar de elucidar el papel lunar en la formación y evolución de los sistemas depresionarios. Auténticos revuelos causó en Francia a partir 1862 Mathieu (de la Drôme) con sus predicciones exitosas de inundaciones otoñales y sus almanaques y anuarios, consiguiendo que fuesen liberados al público los registros del Observatorio de París en medio en una agria polémica con su director, Urbain Le Verrier. En España ha sido pasadas por alto las contribuciones de los “zaragozanos”, Joaquín Yagüe y Mariano Castillo, menospreciados en el mundo académico por su autoría de los famosos calendarios. Sin embargo, no por casualidad, algunos de sus trabajos se hallan conservados en la Biblioteca Nacional, en la de la Universidad Complutense y en la de la Politécnica de Madrid, y en la de la Universidad de Lérida. Por cierto, que, hablando de datos, tras una corta liberación, nuestra AEMET ha vuelto a confinarlos en 2012. ¿Temerán allí que alguien dé con el influjo lunar gestionando toda esa enorme masa de datos? La computación ha abierto las puertas a esa posibilidad.
Hemos contribuido personalmente a difundir las aportaciones de autores que consideraron el papel lunar y planetario sobre la atmósfera, y también esta fase del desarrollo de la Meteorología, entre los profesionales y aficionados españoles de esta ciencia, con un par de artículos aparecidos en la publicación trimestral Boletín de la AME (Asociación Española de Meteorología); en enero de 2010 (nº 27) vio la luz Un vacío por rellenar en la historia de la Meteorología, en el que poníamos el énfasis sobre las obras olvidadas que yacen en nuestras bibliotecas que tratan del comportamiento de la atmósfera y de la predicción del tiempo. Esta aportación se incrementó en el Boletín nº 36 de abril de 2012 con Los lunaristas y la predicción del tiempo en los siglos XVIII y XIX en el que pusimos el énfasis en las atenciones dedicadas a la Luna por los científicos de esta época.
En todo nuestro entorno cercano geográfico y cultural, e incluimos en él los Estados Unidos de Norteamérica, los hombres de ciencia contemplaron el papel lunar y planetario en el desarrollo del tiempo y del clima terrestres. También es cierto que en un momento dado esta opinión se volvió contraria, aunque siempre hubo quien siguió mirando al cielo como causa importante de los hechos atmosféricos.
No es un capricho el que carguemos nuestra atención sobre estos temas, que para nosotros presentan un doble interés. Por un lado histórico, pero por otro científico.
En el lado histórico, no deja de sorprendernos que los historiadores consideren en Meteorología el factor lunar como un hecho banal y desprovisto de interés. Parece entrarles una molesta desgana al tratarlo y pasan sobre él de puntillas. Como si fuese un error o una debilidad de nuestros antepasados el haber entrado en tales consideraciones. Vayamos con tres ejemplos de historiadores de la Meteorología que han centrado buena parte de su interés en el siglo XIX. El primero nos lo aporta Fabien Locher (Le savant et la tempête. Étudier l’atmosphère et prévoir le temps au XIXe siècle. Presses Universitaires de Rennes, 2008). El segundo Katharine Anderson (Predicting the Weather. Victorians and the Science of Meteorology. The University of Chicago Press. Chicago and London, 2005). Y el tercero, más reciente y más cercano, es el de Aitor Anduaga Egaña. Meteorología, ideología y sociedad en la España contemporánea. Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Agencia Estatal de Meteorología. Madrid, 2012. Tres obras excelentes, y todas con un borrón común: ciertos silencios, ciertos errores cuando el factor lunar está de por medio.
Por la época de estudio abarcada, el primero de ellos tendría que haber abordado la meteorología lunar de Lamarck y sus Anuarios, atribuyéndole el importante hito de haber sido el primero en concebir e incluso comenzar a poner en marcha de modo institucional una red para la obtención y centralización de datos meteorológicos diarios, enviados por carta, que estudiaba y siguió Lamarck a diario antes de la generalización del uso del telégrafo (y que por intrigas políticas el proyecto perdió el apoyo oficial e incluso se le negó a Lamarck el acceso a la información así obtenida). Lamarck cometió el imperdonable error de intentar constatar así el papel lunar y seguir la acción diaria de nuestro satélite sobre mapas meteorológicos.
Locher sólo nos habla de las burlas sufridas por el gran naturalista francés, obviando su trabajo pionero en Meteorología.
El segundo de estos trabajos, excelente también, presenta a nuestro entender un par de lagunas. Silencia una obra que para nosotros es clave, Outlines of a Mechanical Theory of Storms, containing the True Law of Lunar Influence (Thomas Bassnett, New York, 1854). Ciertamente, no es un autor de la Inglaterra victoriana, pero la igual que Anderson nos da en su trabajo preciosas pinceladas del desarrollo de la Meteorología en los Estados Unidos, podría haber entrado en el meritorio trabajo matemático de este autor, que se presentó ante la British Association of Science y sólo obtuvo un despreciativo silencio, y de Henry y de la Smithsonian Institution buenas palabras. Otro autor que podría haber estudiado es Walter Lord Browne, por su meritorio trabajo The Moon and the Weather. The Probability of Lunar influence reconsidered (London, 1885). Esta obra nos parece sumamente importante, pero jamás la hemos visto citada en ninguna Historia de la Meteorología. Su autor está al día en la recién creada meteorología sinóptica y ha seguido a diario durante años las diversas cartas meteorológicas del Hemisferio Norte. Pretende haber dado con la clave lunar sobre la formación y evolución de los sistemas depresionarios, además de hacer un repaso y valoración de todos los autores que consideraron el papel lunar sobre la atmósfera terrestre. Una nube de silencio envuelve a este investigador.
Vayamos finalmente con la obra de Anduaga, que es la que echábamos
a faltar para España. Otro trabajo excelente y exhaustivo… con borrones en el mismo
campo que las anteriores. Llena un hueco que había en la Historia de la Ciencia
de nuestro país, pero se nos hace extraño, muy extraño, que una persona tan
bien documentada y concienzuda en el trabajo como Anduaga nos confunda la obra
de Toaldo De la
vera influenza degli astri,
delle stagioni, e mutazioni di tempo. Saggio Meteorologico.
Fondato sopra lunghe osservazioni ed applicato agli ussi dell’agricultura,
medicina, nautica, etc., que vio por primera vez la luz en Padua en 1770, con la versión castellana
de La Meteorologia aplicada á la
Agricultura del Capitán Galiana, publicada en Segovia en 1786 y cuyo
original italiano data de 1775. Esta
última, además, fue premiada por la Sociedad Real de las Ciencias de
Montpellier. El error, o, mejor dicho, la confusión, se halla en la pág. 37 de
la citada obra de Anduaga.
El la página anterior Anduaga nos habla del
catalán de Sant Pere Pescador (Girona) José Garriga
(profesor de Meteorología en el Observatorio de Madrid), y de su Curso elemental de Meteorología (Madrid,
1794). Para ser la única obra sobre Meteorología escrita en España en el siglo
XVIII, Anduaga no parece haberse tomado la molestia de tenerla entre sus manos,
aunque se trate hoy de un recurso digital de la Biblioteca Nacional accesible a
cualquiera. Prefiere hacerlo de oídas, a través de José Luis García Hourcade (La
Meteorología en la España ilustrada y la obra de Vicente Alcalá Galiano,
Segovia 2002). De echarle una ojeada, habría visto que la concepción que
Garriga tenía de la meteorología era plenamente astronómica, como muchos otros
hombres de ciencia de su tiempo. Por cierto, que a Garriga lo encontramos
inscrito en los cursos de verano que Lamarck daba en París, así que muy bien
pudieron hablar ambos de Meteorología y de influjos lunares.
Parece que los errores de García Hourcade han arrastrado a Anduaga, por no haber contrastado
la información, ni leído y analizado las obras citadas (que a nosotros se nos
antoja fueron muy importantes en su día). Por otra parte, aunque Anduaga cita
de pasada el interés por la Meteorología de las Sociedades Económicas españolas
del siglo XIX, ignora o pasa por alto a un conocido matemático español que fue
miembro de la Matritense, José Mariano Vallejo, autor de una Disertación sobre el modo de perfeccionar la
Agricultura por los conocimientos astronómicos y físicos, y elevarla al grado
de ciencia físico-matemática. En ella nos habla del papel de los planetas y
de la Luna en la atmósfera, y aplica la estadística y los ciclos astronómicos a
la interpretación y predicción de la abundancia de las lluvias y de las
cosechas. Tal vez, algo demasiado pragmático y desprovisto de interés
científico, en la mentalidad de algunos. Obviar este tipo de aportaciones nos
parece otra venialidad, pero que recae de nuevo en el mismo punto: la poca
consideración que se tiene actualmente por el papel del Sistema Solar en el
clima terrestre.
Anduaga ha dado la espalda también a unos
personajes españoles del siglo XIX que nos parecen importantes, o, al menos,
dignos de ser mencionados: los “zaragozanos” Joaquín Yagüe Benedicto (Zaragoza,
1808-1880) y Mariano Castillo y Ocsiero (Zaragoza, 1821-1875). Con un éxito
arrollador en sus publicaciones calendáricas, que por vez primera aportaron
exhaustivos pronósticos del tiempo a partir de 1857 (El Cielo) y 1862 (El
Firmamento) respectivamente, dieron lugar a numerosos imitadores y
plagiadores. Sólo por su valor sociológico ya merecen un estudio profundo. Pero
es que tenemos constancia de que conocían la obra de Toaldo
y a autores anteriores como el andaluz Chaves o al romano del siglo I Plinio
Cayo Segundo (Historia Naturalis). Ambos zaragozanos pertenecieron a la raza
de aficionados a la observación de la atmósfera que anotaron diariamente
durante años lo que veían, recopilaban informaciones periodísticas, y acabaron
aplicando a la predicción meteorológica ciclos de origen lunar, o incluso los
“años mayores” de los planetas (astrología árabe medieval). Era lo que había, y
lo que la España rural de entonces esperaba cada Navidad, los calendarios
“zaragozanos”.
Así que
llegamos ahora a nuestro interés científico por el lunarismo.
Empecemos con una pregunta. ¿Qué ha aportado a la Meteorología Moderna el
abandono de la vía lunar y planetaria? ¿Ha dado la llave que permite predecir
las estaciones, los años? Ciertamente, en los plazos cortos, los modelos
numéricos, aunque mejorables, son actualmente más que satisfactorios, sobre si
todo los comparamos con la resolución que tenían hace 30 años. Pero, ¿qué
podemos esperar de ellos en el futuro? ¿Hasta dónde pueden perfeccionarse?
¿Dónde se halla su techo?
Dicho de otro modo, ¿hasta dónde pueden alcanzar
las ecuaciones diferenciales que los soportan? Hemos tocado hueso: el límite
entre lo matemático y lo físico, el campo de predecibilidad
de las ecuaciones diferenciales (hallar sus soluciones mediante integración).
Pero no es ésta cuestión que nos preocupe ahora
esencialmente. La principal laguna de la Meteorología y de la Climatología
actuales se trata en los plazos largos, a semanas o meses vista. Desde hace
unos años los Servicios Meteorológicos facilitan escuetas predicciones
estacionales en las que ellos mismos son los primeros en advertir que son sólo
“indicativas”. Se trata de tendencias generales muy difíciles de concretar
localmente, obtenidas de las grandes computadoras. De probabilidades. Vamos,
que estamos como Lamarck hace un par de siglos, pese al tiempo transcurrido, el
salto cualitativo de nuestras concepciones meteorológicas y climáticas, el
tremendo volumen de datos que se obtienen a diario en todo el mundo y a la
enorme capacidad de cálculo de nuestras máquinas.
¿Hasta dónde puede alcanzar la ceguera de la
comunidad científica en este campo? ¿Qué impide aceptar el mundo tal como es y
tener en cuenta los vaivenes mensuales de la Luna arriba y debajo del Ecuador
terrestre, la combinación de estos puntos con los nodos y perigeos lunares,
sobre el desarrollo de las secuencias de anticiclones y borrascas? ¿Puede pasar
sin efecto este movimiento armónico que la Luna ejecuta sobre nuestras cabezas
mensualmente, anualmente, o con los vaivenes del ciclo de los Nodos? ¿Puede
concebirse tamaña majadería como que estas fuerzas reales, mensurables, como el
ciclo de los eclipses, no deje su rastro en la circulación de las corrientes
oceánicas y atmosféricas?
¿No puede haber repercusiones climáticas en la
Tierra debidas al baile del Sol respecto del baricentro del Sistema Solar, que
opera sobre la masa fluida de ese enorme horno de fusión nuclear que es nuestra
estrella? Júpiter y Saturno juegan en esa danza un papel importante, tal como
ya sospecharon los antiguos (teoría de las grandes conjunciones, años mayores y
menores de la astrología árabe medieval).
Ya hace unos cuantos años que diversos
investigadores se han puesto a trabajar en ello, y los resultados no dejar de
crecer y sorprender (Charvatova, Scafetta
y otros).
Tener en mente todos estos factores da
aproximaciones en la predicción del clima realmente satisfactorias. Profundizar
en la naturaleza de estas relaciones entre la máquina climática terrestre y
nuestro entorno cósmico próximo y lejano no puede sino acercarnos a la solución
del problema de la predicción meteorológica a largo plazo, así como a un
conocimiento mucho más profundo del mundo en que vivimos.
Tener en cuenta estos factores inductores del
clima es abrir un campo nuevo en Meteorología y en Climatología, es alejarse
del caos y de la indeterminación a que nos condenan los sistemas dinámicos
complejos y las soluciones de nuestras ecuaciones diferenciales. Considerar los
pulsos lunares y planetarios es entrar en la maquinaria que pone en marcha y
modula el reloj climático. El teorema de la conservación de la energía no es
suficiente por sí solo a la hora de interpretar y predecir el comportamiento
atmosférico. Nuestro entorno cósmico próximo introduce en la máquina climática
terrestre una información hasta ahora no tenida en cuenta, que está llamada a
sacarnos del atolladero en que nos encontramos cuando aprendamos a procesarla
adecuadamente.
Pero antes que ponerse a trabajar a ciegas siempre
es bueno saber del camino que ya antes otros han recorrido por nosotros, con
sus dificultades y errores, vías muertas y vías por abrir.
Que no nos lo cuente nadie, no queremos saber nada
de oídas sino de primera mano. Sin intermediarios, sin prejuicios que nos
desvíen un ápice del pensamiento real y de cómo lo vieron otros que ya
trillaron el sendero.
Para eso lanzamos de nuevo esta página web, que
nace incompleta pero que poco a poco se irá tejiendo con nuestro trabajo y el
de quienes deseen cooperar con nosotros.
Detectar
las obras que quienes trabajaron la vía astronómica de la Meteorología,
traducirlas, estudiarlas, ponerlas a prueba, compartir las experiencias. Este
es nuestro propósito y el reto que nos hemos propuesto.
Para que ya nadie pueda pasar por alto o dejar en
silencio a quienes trabajaron la conexión de la atmósfera con nuestro entorno
cósmico próximo. Para que las estrecheces de miras no puedan soltar más
mentiras a su capricho; para que nadie descalifique nunca más a aquellos que trabajan
o trabajaron intentando ser útiles a los demás. Para que los títulos y los
diplomas no se vuelvan a oponer al argumento razonado, a la elaboración
teórica, y, sobre todo, al esfuerzo callado y silencioso de tantos y tantos
personajes que observaron la atmósfera en los últimos siglos, intentando
resolver el enigma de la predicción meteorológica.
7 enero 2013