Meteorología Empírica (Meteorognomía)

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Introducción. Los orígenes. Meteorognomía en la tradición oral y escrita española. Concepto del tiempo en las mentalidades antiguas. Utilidad y alcance actual de la Astrometeorología y de la Meteorognomía

Sorprende que en la Biblioteca Nacional de Madrid no haya una sola entrada bajo esta denominación, cuando España guarda una riquísima tradición meteorognómica en todas sus regiones.

La monumental enciclopedia Espasa-Calpe es la única obra donde hemos encontrado una referencia a esta vieja y casi extinguida ciencia:

Meteorognomía. Parte de la Astrología meteorológica. Conocimiento empírico de los fenómenos y leyes meteorológicos.

Básicamente esta definición es correcta, y la sitúa además en el nivel de conocimiento que le corresponde: es una ciencia de observación, por tanto pertenece a una de las primeras etapas del desarrollo de la Meteorología.

Nuestro interés por ella, sin embargo, no es despreciable. La hemos trabajado, y de alguna manera reconstruido, porque todavía es una herramienta predictiva de gran potencia en los plazos largos.

Allí donde los modelos matemáticos fallan o se muestran insuficientes, la Meteorognomía combinada con la Astrometeorología bien aplicadas logran unos resultados que podemos calificar de satisfactorios. Ello no es una afirmación gratuita: es la constatación de toda una serie de predicciones públicas contrastadas por lo hechos, que es la prueba requerida por la metodología científica en las ciencias de observación.

La Meteorognomía fue muy conocida en los medios rurales, pues allí nació. Y allí murió, con la pérdida de la cultura rural del siglo XX.

Los orígenes

La Meteorognomía surgió ya en las culturas neolíticas, con el drástico cambio climático que obligó a la humanidad a ejercer la agricultura y el pastoreo. Ambas actividades requieren situarse en el tiempo para sembrar y hacer las labores en los momentos adecuados, conducir los rebaños a zonas más propicias en épocas bien precisas del año, etc.

El problema del establecimiento del calendario no sólo no estaba en aquel período histórico sin resolver, sino que fue entonces cuando se planteó la necesidad de establecer patrones de tiempo que permitiesen conocer satisfactoriamente la datación precisa de cada momento del ciclo anual.

Ahora bien, los únicos patrones para situar al hombre en el tiempo son el Sol, la Luna y los planetas sobre el fondo de las estrellas fijas. En el intento de datar acontecimientos climáticos y establecer calendarios adecuados a las sociedades post-neolíticas, el hombre se topó con el hecho astrológico.

El primer reloj-calendario fue la Luna, suficiente para situar en el tiempo a las sociedades cazadoras y recolectoras del Paleolítico. Por ella y sus fases, así como por su curso sobre el cielo estrellado de las noches, se guiaban los individuos para reunirse en zocos, para cazar, celebrar sus fiestas, etc. Con toda probabilidad, el sistema de las Mansiones lunares viene de esa época. Cada noche, la Luna pernocta en un asterismo determinado del cinturón zodiacal, el cual tarda en recorrerlo unos 28 días. Cada grupo estelar es llamado Morada o Mansión lunar: el sistema fue conocido de los chinos, indios, árabes, etc., y fue utilizado en España hasta la Edad Media, adentrándose incluso en el siglo XVII.

El trabajo de la tierra y el cuidado del ganado exigió cambiar el reloj lunar por el solar. Las primeras sociedades donde vemos estudiar y determinar sistemáticamente el curso del Sol es en las culturas mesopotámicas. Los sacerdotes-astrónomos caldeos y babilonios descubrieron el círculo oblicuo del Sol, la eclíptica, y elaboraron un Zodíaco de 12 signos iguales basado en el fondo de las estrellas fijas como referencia. También sistematizaron el curso de los planetas sobre la banda zodiacal, y de todas estas observaciones llegaron a la conclusión de que no sólo el Sol, sino que también la Luna y los planetas tenían efectos visibles sobre el clima de la Tierra y la vida de las personas.

Las culturas mesopotámicas ya dividieron el año en cuatro estaciones, tal como ahora las conocemos, aunque para ellos, el fenómeno de los solsticios y equinoccios no tuvo excesivo interés. Su referencia máxima siguieron siendo las estrellas fijas. Fueron los griegos quienes a partir del descubrimiento de la precesión de los equinoccios centraron el Zodíaco de los signos, ya conocido en Babilonia, en los cortes del Ecuador celeste con la Eclíptica (puntos equinocciales) y los lugares de máxima y mínima declinación del Sol, cuando éste cambia su curso de salida y puesta en el horizonte (solsticios). El desarrollo de su Geometría los llevó a estas referencias, que hoy siguen plenamente vigentes.

Pero en la época de la Grecia clásica aún podemos ver cómo conviven, junto a los métodos astronómicos refinados de datación, el antiguo calendario de ortos y ocasos de las estrellas. Los sacerdotes y astrónomos de la antigüedad, podían conocer el día preciso de los equinoccios clavando una estaca sobre el suelo: la sombra proyectada en ese día a la salida del Sol se une a la de la puesta formando con bastante aproximación una línea recta. En el equinoccio, el Sol sale por el Este y se pone por el Oeste astronómicos, o muy cerca de ellos. Así se calculaban antes los puntos cardinales, necesarios sobre todo para la correcta orientación de los edificios religiosos, que tanto sorprende hoy a algunos por su precisión.

Los solsticios son más difíciles de determinar, por el lento avance del Sol en esos días, y requieren de mayores refinamientos geométricos de observación.

Pero en el Oriente Medio, que es donde se llevaron a cabo las observaciones astronómicas más largas y rigurosas, las cuatro estaciones del año se ligaron a la observación de los ortos y ocasos de las estrellas fijas al amanecer y al atardecer. A las primeras estrellas en aparecer o desaparecer sobre el horizonte con los últimos o con los primeros momentos de oscuridad de la noche o del día, que se van sucediendo unas a otras hasta completar un año del Sol. O sea, de la Tierra.

De este modo se establecieron las primeras correlaciones entre las apariciones o desapariciones de estrellas y la floración de las especies, laentrada en celo de los animales, la llegada de las lluvias o de los calores, del momento de sembrar, de segar, de la vendimia, etc. Ya de esta constatación podemos ver en los textos antiguos algunas discusiones sobre si son las estrellas las que provocan los fenómenos o sólo una señal que las anuncia.

Las estrellas, los planetas, el Sol y la Luna, fueron adorados como dioses en el Oriente Medio, y de esos cultos provienen muchos términos de las constelaciones. No es que los antiguos viesen un toro en la constelación de Tauro, un carnero en la de Aries, un delfín, un cisne, una lira, etc. Traspasaron al cielo los nombres de sus mitos religiosos, y los acontecimientos de sus cultos, en especial a las estrellas referenciales del ciclo anual, las del Zodíaco, y de ahí extendieron a todo el firmamento sus leyendas y personajes: este hecho se conoce como catasterización.

Podemos verlo en Aries, el carnero: los judíos mataban un cordero para la luna llena en Aries, la primera de la primavera, que es cuando celebran su Pascua (paso, paso del Sol del hemisferio Sur al Norte). O en Tauro, cuando se celebraban hecatombes y taurobolios (sacrificios de toros, ver en los autores clásicos, ahí tienen su origen las corridas de toros actuales). O en Virgo, con su estrella principal, Spica, la Espiga, cuyo orto señalaba las fiestas a Ceres, Cibeles, etc. En esa constelación está el Heraldo de la Vendimia, que anunciaba también la cosecha de las uvas en las culturas mediterráneas.

Hasta nosotros han llegado los Parapegmas griegos. En la literatura clásica hay toda una serie de estudios dedicados a esta forma de temas calendáricos, en rima o en prosa. En ellos se describe el clima anual ligado a las salidas y puestas de las estrellas, la actividad agrícola y marinera, migraciones de aves, etc. Una literatura similar, la de los anwa', podemos verla también en la cultura árabe: son formas ya escritas y literarias de los primeros gramáticos y matemáticos, pero recogen los dichos rimados propios de los nómadas de las estepas. Así, la tradición oral de aquellas sociedades quedó atesorada en los textos, que también han conseguido llegar hasta nosotros (a este respecto, consultar la bibliografía entrando en ella desde la página principal de esta Web).

Durante la Edad Media, todo este saber llegó a Europa. Tras la casi total desaparición de la cultura a la caída del Imperio romano, las primeras oleadas de saber oriental se cobijaron en los monasterios cristianos. Se buscaron con afán los manuscritos de Astrología, de Alquimia, de Medicina, se tradujeron al latín, y todas esas ciencias que hoy hacen levantar susurros de sospecha, fueron cultivadas con celo en el retiro de más de un cenobio.

Los propios monjes recuperaron viejas técnicas agrícolas, que unidas a las traídas por los árabes cambiaron el aspecto de los campos de la naciente nación española. Surgió una nueva cultura rural, la cual cristalizó en una rica tradición oral: el refranero.

Con la reconquista de los territorios ocupados por los musulmanes, los viejos ortos y ocasos de las estrellas fueron sustituidos por los santos cristianos correspondientes. Las lluvias de mayo, que antes venían con el ocaso matutino de Sirio, pasaron a ser las de San Isidro labrador, de cosechas salvador. Las sementeras, que antes se procuraban acabar en las campiñas andaluzas antes del ocaso de las Pléyades, comenzaron a terminarse antes de San Martín. La vendimia ya no fue anunciada por la e de Virgo, sino por la Fiesta de San Bartolomé, o de San Mateo, según las regiones y los climas.

Podríamos pensar que este modo de datación ha sido propio de las culturas del Oriente Medio, dada la limpidez de su cielo, que permite la observación en condiciones excepcionales. De pensar así, cometeríamos una grave equivocación. En la América precolombina encontramos calendarios anuales regidos por el orto y el ocaso de las Pléyades, al igual que en Babilonia o Arabia. Allí, como en Indochina, los indígenas esperaban las lluvias anunciadas por este grupo estelar, y de fallar éstas ya sabían que estaban abocados a la sequía.

En Polinesia, vemos a esos pueblos exóticos navegar por mar abierto en frágiles canoas: su única referencia segura para orientarse en medio del océano eran las estrellas. Por ellas se guiarpn haciendo viajes larguísimos, siguiendo el rumbo a través de grupos estelares inconfundibles, como el de Orión.

Meteorognomía en la tradición oral y escrita española

Pero, volviendo a España, podemos ver aún una Meteorognomía popular, que en las rimas del refranero, atesoró una cultura que hoy ya nos es costoso entender. No sólo en la predicción del tiempo a corto plazo, sino también en los plazos largos. Toda una amplísima gama de sentencias sobre vientos, fotometeoros, los días de la luna y del año, previsión de calor y de frío, de lluvia, granizos o nieves, se encuentran en él.

Las sentencias del refranero han sido cultura viva durante siglos, y se transmitían en los ambientes campesinos de padres a hijos, independientemente de que unos y otros, en su mayoría, fuesen analfabetos. Sentencias para sembrar, para regar, para arar, para saber cuándo había que quedarse en casa a resguardo o partir para refugio seguro cuando se avecinaba el mal tiempo.

Todo el ciclo climático anual del Sol se encuentra descrito en nuestros refraneros, no sólo en el castellano, sino también, sobre todo, en el catalán. Afortunadamente, esas sentencias han tenido sus compiladores en la época de decadencia de la cultura rural, a medida que todos esos destellos de la Edad Media han ido perdiendo todo su fulgor. Nuestra labor sólo ha sido cuestión de sistematizarlos, de encontrarles un sentido lo más próximo posible al original.

La tradición de las cabañuelas en todas sus variantes, también forma parte del legado oral transmitido de generación en generación. Jamás, al menos que nosotros sepamos, se había escrito nada sobre el tema, hasta que en 1995 Manuel Plaza publicó el primer libro sobre las de agosto. Ni Jerónimo Cortés en sus lunarios de centenaria tradición, ni Don Diego de Torres Villarroel, el Gran Piscator de Salamanca, con sus pronósticos y Cartillas Rústicas, lo hicieron en su día. En estas obras hay elementos de Meteorognomía, pero nada se dice en ellas de las cabañuelas, o de sus equivalentes: tretzenades las llaman en el Maestrazgo de habla catalana, canablas o calandrias en el Pirineo aragonés, zotal egunak y levantar las témporas en las zonas vasconavarras, cabanyoles o cabanelles en Cataluña y Baleares, etc.

Las cabañuelas toman siempre como referencia puntos críticos del ciclo climático anual, y tienen una base numérica que entronca con elementos del pitagorismo o del hermetismo. Así, el hecho de proyectar un día sobre un mes, y doce días sobre un año, forma parte de una técnica propia de la ciencia antigua que hoy podríamos llamar semejanza de ciclos. Otra característica del sistema es que, en muchos casos, toman como período clave un entorno de fechas que ha sido comienzo de año civil o religioso: la Pascua, el Adviento, la Encarnación, los solsticios y equinoccios, la luna de octubre, la Navidad, etc.

En el legado andalusí encontramos una rica tradición meteorognómica dispersa en los calendarios, así como también en los tratados de anwa'. Para llevar adelante nuestra tarea hemos tomado en consideración el Calendario anónimo andalusí, el Calendario de Córdoba y su versión del Liber Regius, y otros que citamos en la bibliografía. También hemos revisado las fuentes griegas y romanas: la Historia Natural de Plinio el Viejo, las Cuestiones Naturales de Séneca, los Fenómenos de Arato, la Introducción a los Fenómenos y el Parapegma de Gémino, De dies natalis, de Censorino, etc. Hemos intentado reagrupar los diversos elementos meteorognómicos para darles una coherencia y una estructura que nos permitan comprender la antigua visión del mundo, así como su valor y alcance actuales.

Y junto a ella, las formas más refinadas de las Astrología, eje vertebrador del resto de ciencias hasta el siglo XVII. Cualquier persona culta de antes de la ruptura con la Antigüedad consideraba los hechos acaecidos en la Tierra inseparables de los del cielo. Era más bien incluso una cuestión religiosa, en unos tiempos en que ciencia y religión formaban parte de un mismo cuerpo común. Allí, en el firmamento, estaban Dios y sus ángeles, sus santos, las almas desencarnadas, la Virgen María, etc. Que el cielo gobernaba la Tierra era un hecho que nadie ponía en duda: la doctrina de las esferas planetarias se exponía en todos los tratados de Astronomía hasta finales del siglo XVII, y aún podemos verla representada en más de un portal de diversas iglesias medievales.

En este esquema cosmológico, las grandes calamidades venían previamente anunciadas por el movimiento y curso de los astros: las sequías y las inundaciones, los rigores del verano y del invierno, las plagas y los pedriscos. Del pronóstico de todos estos accidentes se encargaban los astrólogos, pagados por la nobleza o los reyes.

 

Concepto del tiempo en las mentalidades antiguas

Otra parte fundamental de aquel viejo conocimiento era la localización de los nudos del tiempo anual. Hoy conocemos unas fechas clave, algunas tradiciones e incluso creencias escondidas entre el folclore, que dejan entrever un concepto del tiempo muy diferente al nuestro. A la seca variable t de nuestra Física, donde un instante de tiempo es igual a otro, los antiguos anteponían un concepto cíclico del tiempo en el que el mundo se creaba y se destruía, regenerándose periódicamente una Edad tras otra -las de Cobre, Hierro, Oro, etc., de Platón, las de los mayas y aztecas, las de los yugas de la India-, pero también en períodos de tiempo más cortos como los marcados por el ciclo de conjunciones Júpiter-Saturno, por el ciclo de los Saros solilunar o por el mismo año solar o lunar, el día, la semana, etc.

Detrás de todo ello se halla un concepto ondulatorio de los fenómenos observables, y por tanto del espacio y del tiempo en el que tienen lugar. Así, llegaron a pensar que un momento determinado del año sería clave tanto en la vida de los individuos como del ecosistema terrestre. Lo que sucediese en él, sería determinante en el desarrollo de acontecimientos posteriores.

Ahí vemos el origen y el sentido de las fiestas de cumpleaños, o de los inicios de año: pasarlo bien y felizmente, para que así siga el resto del tiempo. O el fundamento de tradiciones como el calendario de la cebolla que aún se practica en la nochevieja, ir a mirar el viento que sopla en el Ofertorio de la misa del domingo de Ramos o las adivinaciones de la noche de San Juan, momentos todos ellos en los que en alguna época ha comenzado el año civil o religioso.

De hecho, el tiempo cronológico y el meteorológico se agrupan en nuestra lengua bajo el mismo vocablo, y también en otras como el francés o el catalán -temps-, etc. En otras, como el valenciano o el inglés, distinguen uno de otro: temps y oratge, time y weather, etc. De la misma raíz latina tempus-, viene también "temperatura", "témpora", "temporada", "temporal", etc. Temperatura se ha llamado hace años, o se entiende aún en zonas rurales por las personas mayores el tipo de tiempo o clima que hace en un determinado momento: he aquí un término que tiene su origen en la Meteorognomía, antes de ser adoptado por los físicos.

La ligazón entre tiempo atmosférico y sus causas celestes, la encontramos en un término bien castellano, aunque no lo recogiera Doña María Moliner en su Diccionario de uso del español: astro. Al menos, que nosotros sepamos, "tiempo" y "astro" son sinónimos en el argot rural riojano, y así, en los pueblos de esa Comunidad es corriente oír: ¿Cómo está hoy el astro? O "hace buen o mal astro", "el astro se pone feo", etc. El lenguaje descubre aquí, en sus rincones olvidados, una idea que fue pensamiento común en la ciencia antigua, y que, desde luego, nosotros aspiramos a restaurar y recuperar para el hombre moderno.

 

Utilidad y alcance actual de la Astrometeorología y de la Meteorognomía

Pero si hemos dicho que la Astrometeorología es una ciencia más refinada y culta que la modesta Meteorognomía, no es menos cierto que, hasta el momento, la primera no ha sabido hacer previsiones del tiempo certeras con la sola ayuda del enjuiciamiento de cielos y horóscopos. El mismo Kepler se lamentaba del hecho de que en años lluviosos el menor aspecto planetario excitara la humedad de la atmósfera, mientras que en las sequías los aspectos más potentes apenas si levantan del suelo alguna que otra nube (tesis 45 en De los fundamentos más ciertos de la Astrología, 1602). Él mismo reconoce su ignorancia sobre la causa de este hecho. En cambio, reconoce aquí la utilidad de las observaciones del cielo y de la atmósfera (que es el tema de atención de la Meteorognomía):

...Aquí, no rechazo las observaciones de nuestros agricultores, los cuales sacan conclusiones sobre el tiempo futuro de las elevaciones anuales de las estrellas y de las fases de la Luna, así como de lo que acontece en ciertos períodos, y no con gran anticipación...

Nos hallamos en este párrafo frente al mismo meollo de la Meteorognomía: localizar esos períodos críticos en los que muere un ciclo y se inaugura uno nuevo. Esos nudos del tiempo que los antiguos representaron en la serpiente que se muerde la cola, regidos por el dios Jano y por su versión femenina, la Luna.

Pero entre los puntos críticos del ciclo anual, no todos revisten la misma importancia ni tienen el mismo alcance predictivo. Algunos son, en el lenguaje de los textos árabes que hemos encontrado, hembras capaces de parir, es decir, son el señuelo de acontecimientos climáticos que se van a prolongar en el tiempo. El refranero conserva este conocimiento, aunque velado en sus rimas, y es preciso reinterpretarlo con claves mentales muy lejanas en el tiempo a aquellas con las que nos manejamos cotidianamente.

Todo esto es preciso reformularlo actualmente bajo el punto de vista de los modelos científicos en boga. Hoy sabemos que la atmósfera tiene un comportamiento climático global, y que las grandes alteraciones de los promedios estándar de los ciclos meteorológicos forman parte de grandes fenómenos de alcance universal. Así, las sequías en unas zonas implican inundaciones en otras, según haya circulación zonal o meridiana de las perturbaciones, éstas suban o bajen de latitud, alternen sus posiciones a las de los anticiclones, etc. Los meteorólogos hablan en estos casos de teleconexiones. Así, por ejemplo, hay estudios que relacionan los niveles de agua de la laguna de Gallocanta, en Zaragoza, con el fenómeno conocido como la corriente del Niño, fenómeno que se produce hacia la Navidad en las costas del Pacífico oriental de Sudamérica.

Pero estas grandes desviaciones del ciclo climático promedio -sequías y fases de inundaciones, promedios térmicos altos o bajos-, tienen sus preludios en los momentos críticos de los ciclos locales, cuando lo normal es que llueva y no lo hace, o al contrario. Cuando teniendo que hacer calor, hace frío, o viceversa. Esos puntos de los ciclos meteorológicos eran conocidos antes de Cristo, y de ello tenemos constancia escrita. Las generaciones de campesinos de la época de nuestros abuelos, e incluso a veces de de nuestros padres, conocían esos momentos privilegiados del año, y sabían también interpretar los hechos y señales observados en el cielo y en la atmósfera en tales momentos.

Recuperar este conocimiento e integrarlo ha sido nuestra labor de años. Y ello no sólo por el hecho de rescatar un saber perdido para devolverlo al patrimonio de la humanidad. El pronóstico del tiempo a largo plazo es uno de los problemas pendientes por resolver para la Meteorología actual. En las mismas previsiones del tiempo a varios días vista, los diferentes modelos divergen. Resultan sólo orientativos. En los plazos largos -estacional, mensual, anual-, su fiabilidad es utópica.

Aquí es cuando puede entrar en acción la utilidad práctica de la Meteorogmomía que pretendemos reconstruir. En una fase previa llevada a cabo a lo largo de años anteriores, las expectativas de nuestros trabajos han superado con creces la fase de pronóstico experimental del tiempo a largo plazo.

El problema, por supuesto, no está resuelto de una manera totalmente satisfactoria. Pero esperamos que, con toda probabilidad, el trecho recorrido hasta ahora nos permitirá acercarnos a una solución suficiente. Al menos, estamos en el intento de abrir una vía que conduzca a ello.

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